VACACIONES EN ROMA
Por INMACULADA DURÁN. Esta Semana Santa he pasado unos días en el norte de Italia. La conclusión, reflexiva y profunda, es la de siempre que viajo a este país: tengo que renovar mi vestuario y tengo que adelgazar ¿Cómo consiguen los italianos lucir siempre con tanto estilo lo último de lo último? Por no mencionar, que los tiempos que corren no permiten mucho dispendio -tampoco en Italia que, últimamente, suma a su crisis económica la crisis de Gobierno-. Un amigo de padre napolitano me contó en una ocasión que el italiano vive en ‘B’, aunque, aun admitiendo este supuesto, no sé si este tipo de contabilidad da para tanta marca de perfil tan alto.
El caso es que, recorriendo las elegantes calles de los pueblos que visité estos días, a mi imaginación llegaba el halo glamouroso y decadente de ‘El Gatopardo’, de Visconti -aunque Don Fabrizio viviese en Palermo-, y no el de una sociedad que, durante años, ha elegido como presidente a Silvio Berlusconi. Es evidente que algo falla. Me cuesta casar ciertas actitudes con los refinados italianos que, sentados en una terraza de una plaza cualquiera, rodeados de historia y arte, toman spritz con gracia y exquisitez.
Quizá influya que haya idealizado mi imagen de Italia a base de películas en las que lo vulgar no entraba ni con calzador. De hecho, no me hubiese importado nacer unos cuantos años antes (con lo que conlleva), con tal de recorrer la Roma que conocieron Gregory Peck y Audrey Herburn a bordo de una Vespa; o ser Marcello Rubini para vivir la noche de los años 60, con aquellas fiestas con orquesta en las que ellos iban de smoking y ellas con despampanantes vestidos de noche. Incluso, me hubiese arriesgado a morir asesinada por conocer Mongibello de la mano Tom Ripley, o ser Lucy Honey Church para tener una habitación con vistas en Florencia ¿Quién se acuerda de lo demás cuando has visto estas películas más de dos veces cada una?
Y aunque acabo de volver, hoy me ha vuelto a picar el gusanillo por hacer un nuevo viaje después de leer el artículo de Martín Almagro-Gorbea (Carlos III, ‘El Rey arqueológico’), en el que explica que el mejor alcalde de Madrid –tanto apelativo es porque este señor no paraba- impulsó las excavaciones de Pompeya y Herculano en un nivel “que permite comparar estas actividades de Carlos III con las de otros grandes arqueólogos de la Historia”. Interesante. Y yo sin conocer Pompeya…