El camino de baldosas amarillas, de Lorca a Bram Stoker, volando sobre el nido del cuco
Por Carmen Moreno
El camino de baldosas amarillas, Juan de Dios Garduño, Tyrannosaurus , 196 pp., 14,95 €
¿Qué tienen en común Conchita Piquer y Drácula? Así, a bote pronto, parece que nada, pero, después de leer la novela que Tyrannosaurus ha publicado, podemos decir con toda claridad que lo que tienen en común es un nombre: Juan de Dios Garduño.
Llegué a esta novela con miedo. Con ese miedo que da el conocer al autor antes que a la obra y que, para colmo, él te caiga bien. Llegué con miedo porque esa premisa puede conllevar que la obra no esté a la altura del autor y, en ese caso, ¿cómo se lo dices? Pero el miedo se disipó en las primeras dos páginas.
De pronto me vi sumergida en una novela de posguerra. No de esa posguerra setentera que nos vende la tele, sino de la peor, la de los años inmediatos al fin del conflicto armado del 36. Aquel autor, al que yo no había leído nunca antes, me llevó a la España de Lorca, a la España oscura de Goya, a los crímenes silentes de la peor humanidad, la que considera al prójimo inferior por ser diferente.
Garduño introduce la copla junto a Lyman Frank Baum y la agita para desarrollar una historia humana y animal. Y nada resulta grotesco porque la novela está hilvanada con los pespuntes de un sastre de alta costura que no quiere que se note el dobladillo.
La casa de Bernarda Alba, aquel silencio cómplice de Bernarda, que prefiere lavar la vergüenza de puertas para adentro, que decide encerrar la vida entre cuatro paredes llenas de desconchones y de mujeres que se ahogan en su propio vómito de sangre. Así es como Garduño construye una primera parte llena de espejismos.
La locura de quien no se conforma con ser relegado al vertedero de los desgraciados es el leitmotiv de El camino de baldosas amarillas.
Torcuato, un niño de doce años provoca el suceso más trágico y determinante de su vida cuando ataca a un agente de la Guardia Civil después de que este le dé una paliza a su padre. Una voz le dicta que lo mate. Tras este episodio, Torcuato es trasladado al manicomio de San Juan de Dios, a muchos kilómetros de su casa. Allí conocerá a David Copperfield, a Agnus, y a una pareja de oligofrénicos que se convertirán en su familia. Sólo un ejemplar de El maravilloso mago de Oz, que le regaló el que fuera su maestro en el pueblo, lo une a su anterior vida. Será esta novela la que unirá al grupo. Lo que no imagina Torcuato son las atrocidades que se están cometiendo en aquel lugar, ni el secreto que guarda en el subsuelo.
Una historia entre la locura, la MALDAD y la falta de ética y de honor que sucede en las puertas del infierno.
La grandeza de esta novela es la narración magistral de Garduño. Capaz de unir mundos tan dispares y que nada resulte irritante al lector. Un escritor se puede llamar a sí mismo de este modo cuando es capaz de conmover y removernos, y Juan de Dios Garduño lo consigue con El camino de baldosas amarillas. Un camino que, tengan cuidado, sólo conduce al terror.
Tiene muy buena pinta, pero no sé por qué nos sonaba que estaba publicado en una editorial más grande.