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DE INCENDIOS REGALOS, DE FRAGMENTOS, DE GRIEGOS, DE VIAJES Y DE UNA CANCIÓN (I)

CajaPor OSCAR M. PRIETO. De este libro sólo he podido conservar algunos fragmentos. Los pocos que la memoria pudo salvar del fuego. Aquel incendio, sorprendente, tuvo su origen en la chispa, aparentemente inofensiva, de un regalo.

Recuerdo bien aquella tarde –cómo olvidarla-. Yo estaba contento, tanto contento que le dije:

–          Te regalo lo que quieras de todo lo que tengo – e hice el mismo gesto con las manos, que hizo Lucifer cuando quiso tentar a Cristo en el desierto y, con un gesto de sus manos, le ofreció el mundo todo y todo lo que en el mundo había.

Ella me respondió – qué lista. Qué mala!:

–          Regálame lo que más quieras.

Como el buen y experimentado duelista que yo era, en buena lid, no me quedó otra que reconocer el arte de su finta, del movimiento sutil y acertado de su muñeca, suficiente para ganar el punto por tocarme con su espada mi chaqueta (punto para ella!).

–          ¿lo que más quiera? –respondí y ella asintió con la cabeza-. Ese cuadro o… -repasé con la mirada todas mis posesiones- o este libro.

Convencido de que elegiría el cuadro (el cuadro me encantaba, pero podría desprenderme de él perfectamente), confiado, ella aprovechó el descuido y acertó de pleno en el corazón.

–          Quiero el libro.

–          ¿Qué? –le respondí- ¿Qué has dicho? – seguro que le había entendido mal. ¡Cómo iba a querer el libro, si ella no leía!-

–          Que quiero el libro.

¡Fastídiate! Quería el libro. Nos quedamos callados, mirándonos fijamente a los ojos y,… ver para creer, era verdad que quería el libro. Ese libro, un libro que ya estaba descosido de tanto pasarlo por mis manos, un libro anotado en los márgenes por mí, un libro señalado con papeles, con trozos de papeles, con billetes de metro, con vale por dos copas de los bares, con lo primero que tenía a mano para señalar las páginas….

Así fue, aquella tarde, por estar contento. Así fue como perdí en aquel incendio de mujer, El libro del desasosiego, de Fernando Pessoa.

De aquel libro sólo me quedan unos pocos fragmentos. Los pocos que pudo poner a salvo de las llamas de aquella mujer perversa mi mala memoria. Uno de ellos es este,…, más o menos (mi mala memoria…):

“… de todos esos hombres que han heredado, sin querer, la filosofía griega, el derecho romano, la moral cristiana y todas las demás ilusiones que conforman esta civilización en la que siento”.

Este es el fragmento, el que este martes me ha venido a la memoria como pie de apoyo para, el próximo martes, comenzar hablando de los griegos.

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