José Luis Sampedro, premio a una vida
La vida es para hacerse lo que se es
Por Alfredo Llopico.
Martin Luther King afirmó que “cuando reflexionemos sobre el siglo XX, no nos parecerá lo más grave las fechorías que realizaron los que consideramos malvados, sino el escandaloso silencio de las buenas personas”. Es cierto, porque vivimos en un ambiente de falsedad, de “corrección política” generalizada que nos impide ver que la realidad es que hay que protestar y definirse y que cada cual en su lugar y a su nivel debe hacerlo.
En “Escribir es vivir” José Luis Sampedro desvela su visión respetuosa de la vida con el estilo cercano de un hombre cosmopolita. Es un libro emocionante y entrañable porque está recogido desde el sentimiento, desde el corazón, desde la distancia que da el haber vivido casi todo un siglo y haber visto casi de todo. Un libro que no te deja indiferente en el que recupera precisamente la idea de que “ante una cuestión determinada o te mojas o no, pero ambas posturas son la manifestación de tu interés e implicación. O estás en la lista o estás entre los que no quieren estar en ella”.
También afirma que como personas que somos, las relaciones que establecemos se aprenden del contacto con otras personas, de la relación entre humanos y no de la relación entre un humano y una máquina. No se puede confiar a un ordenador o a la televisión la labor de educar. Las relaciones del fuerte con el débil, la comprensión, la solidaridad, el compañerismo no nos lo da la máquina. Por ello, la formación concebida a través de máquinas no va encaminada a enseñar a vivir, se enseña a consumir y producir, no a vivir. Y esa es una de las razones, concluye, por la que actualmente de la aulas salen más consumidores y productores que vividores, más súbitos que ciudadanos. Ésa es una de las razones de la pasividad de la gente ante las cosas que ocurren. No se nos educa para ser ciudadanos, se nos enseña a gastar, a consumir, y la palabra “vividor” se la ha cargado con connotaciones peyorativas cuando vivir plenamente debería ser la meta.
Cuando no se tiene sentido de la dignidad, uno no se siente culpable. Es incapaz de sentir que ha hecho lo que no debe hacer, incapaz de reconocer que no se está haciendo a sí mimo, sino todo el contrario. La vida futura depende lo que hoy decidamos hacer. Es fácil comprender que el futuro será muy distinto si hoy invertimos en parques temáticos en lugar de hacerlo en hospitales, universidades o investigación científica. Por eso es importante que el futuro no se decida por empresas con lógica del beneficio, del lucro y del enriquecimiento rápido, sino por personas que, aunque no sean mejores que nosotros, no tienen más remedio que tener un poco en cuenta nuestras necesidades y que se preocupen por las variables y las relaciones humanas.
Porque siempre que se hace algo por necesidad interior, se está haciendo uno a sí mismo. Pero al final de todo, da igual lo que hemos vivido aquí, lo que nos llevamos, no lo recogerá ningún libro. La vida es, o debe ser, un esfuerzo encaminado a hacernos lo que somos, lo cual entraña no pocas dificultades porque ¿cómo sabe uno quién es?
Jamás se traicionó a si mismo. Era un gran hombre, culto y humano, que decía que «él solo tomaba notas de lo que veía y sucedía a su alrededor, notas sobre las cosas» y luego «las cosas le escribían a él». Vivía, en Madrid, en el distrito de Moncloa, a la vuelta de mi casa y nos cruzamos alguna vez en la calle o comprando en la tienda de la esquina. Pero nunca hablamos directamente. No hacía falta: yo le leía, le escuchaba, como muchos otros, y respetaba su intimidad. No le gustaba ser conocido, ni llamar la atención. Se fue como vivió, sin alardes. Un hombre de bien, un escritor espléndido, alguien que merecía mucho la pena. Y que jamás se rindió al poder, siempre fue crítico con aquellos que mandan sobre el ser humano como si fuera una mercancía. El decía: «Sí, se puede. Pero costará mucho tiempo conseguir cambios profundos. Porque el poder no tiene conciencia, solo afán de lucro y ambición ciega». Sampedro…este si que era un santo de los buenos. Habrá que rezarle, fuera de las convenciones eclesiales y sociales, a nuestra manera, porque es difícil que él acepte las oraciones oficiales. Siempre fue un descreído porque no podía creer en dioses tan malvados como permitir morir de hambre y enfermedades a los inocentes, ni admitir la injusticia ni a los que la generan. Jose Luis Sampedro, un humanista profundo, de los que siempre necesitaremos para seguir intentando para caminar por un mundo mejor. Un gran tipo.