Arte

El Palacio de Liria. Historia de un Edificio

Por Mario S. Arsenal.

 

AA.VV., El Palacio de Liria

Girona, Atalanta, 2012, 326 pp., 48 euros.

ISBN 9788493963583

 

Si tuviéramPalacio de Liria (copertina)os que escoger algún edificio en Madrid que narrase y testimoniase los designios de la historia, el arte y la cultura de una larga franja temporal en el acontecer de Europa, ese sería posiblemente el actual Palacio de Liria, testigo de excepción, cruce de caminos y contenedor de una parte de la memoria histórica española desde mediados del siglo XVIII.

 

El Palacio de Liria (Atalanta, 2012) recoge, en un estudio pormenorizado, todos los ámbitos en los que esta emblemática residencia estuvo inmersa desde su construcción en el siglo XVIII. En la publicación participan personajes de reconocido prestigio académico, tales como Carlos Sambricio, Mónica Luengo, Fernando Checa, José Manuel Calderón o José Francisco Yvars, amén de Jacobo Siruela, editor y testigo parcial de la existencia del edificio, así como el encargado de hacer un esbozo histórico sobre las huellas genealógicas de la Casa de Alba o el Ducado de Berwick, a los cuales está ligada el palacio y él mismo.

 

Carlos Sambricio se encarga del aspecto arquitectónico, uno de los más interesantes apartados. Después de que el Alcázar de los Austrias, tal como se recuerda, ardiera en la Nochebuena de 1734 y se encomendara al italiano Juvarra la construcción del nuevo palacio, sólo pasarían treinta años para levantar esta residencia lindante al Cuartel del Conde-Duque e inmediato a la Puerta de San Joaquín. Fueron diecinueve años lo que se tardó en construir el Palacio para el III duque de Berwick y Liria, encargado en un principio a Louis Guilbert e inspeccionado por el marqués de San Leocadio bajo mandato del duque (eran hermanos), dado que éste residía en París. Al hecho de que la obra fuera acometida por un arquitecto francés, entendida en paralelo a la construcción del nuevo Palacio Real, contribuyó no poco la llegada de Carlos III en 1759, al cual acompañaría todo un séquito de personas que debieron plantear alternativas frente al modelo italiano adoptado para la obra regia.

 

En el epígrafe firmado por Mónica Luengo el interés ha sido doble, dado que el capítulo no sólo ha contribuido a engrosar este volumen, sino que ha supuesto un documento de interés verdaderamente académico, ya que no se había llevado a cabo un estudio sobre los jardines de palacio desde tiempos del profesor Pita Andrade (primer director del Museo del Prado en la Transición) allá por los años 60. El estudio, preciso y con perspectiva, se vale de una ingente documentación y está trazado con la virtud de la distancia integrando diversos avatares sufridos en el tiempo, prestando una especial atención a los momentos más convulsos de la cruenta Guerra Civil española.

 

Reseñable por lo que tiene de enjundioso es la parte que se encarga de la pinacoteca. Magistralmente, pero como era de esperar, el profesor Fernando Checa lleva a cabo un recorrido por los fondos artísticos de la colección Casa de Alba, compuestos por más de tres siglos de amor al arte. En estos fondos, los que nos hemos formado profesionalmente a través de la historia del arte, podríamos hallar un espacio de absoluto infarto. Cuadros de Bonifacio de’ Pitati, Giovanni Bellini, Palma el Viejo, Tiziano, Antonio Moro, Velázquez, Rubens, Carlo Maratta, Ingres o tapices de Gobelinos, los de la serie de La Guerra de Troya (s. XV) o bien la cantidad ingente de obras de Goya, algún Joshua Reynolds, Renoir hasta Zuloaga; y terminando con piezas extraordinarias de David Teniers el Joven, Ribera, Ruysdael o Rembrandt. Posiblemente la palabra infarto sea comedida frente a este arsenal histórico-artístico.

 

Por lo demás, le siguen las aportaciones de José-Francisco Yvars con nuevas valoraciones sobre la colección y la historia familiar, y los apéndices referentes a la biblioteca y el archivo escritos por José Manuel Calderón, el bibliotecario de Palacio. Sería absurdo no abrumarse ante los cerca de 30.000 volúmenes que custodian sus estanterías, entre ellas, los cuadernos de viaje del mismísimo Cristóbal Colón. Casi nada. El libro se cierra con un cuerpo fotográfico de alta calidad en el que aparecen los numerosos salones del palacio, incluida la decoración doméstica en algunos casos dispuesta por la propia duquesa Cayetana.

 

Es un libro para degustar en una sobremesa  y sobre sillón de orejeras. Una publicación que inevitablemente nos transporta  por los vericuetos de palacio y en el que podemos imaginarnos pasear por entre sus pasillos admirando las obras de arte que cuelgan de sus paredes. Un lugar no apto para mortales, pero accesible para los amantes de la historia, la cultura y el arte. La duquesa de Alba desde 1975 concede visitas gratuitas al Palacio y, según datos recientes, hay formada una lista de espera de más de dos años (en esto compite directamente con la Embajada Francesa en Roma, el actual Palazzo Farnese). Eso sí, mientras que llega su turno, pueden abrir este libro para hacer cola en ese confortable sillón de orejeras.

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