Virtudes y errores
Por Luis Borrás
Patricio Pron. La vida interior de las plantas de interior.
140 páginas. Mondadori. Barcelona, 2013.
Ser un autor “reconocido” tiene una ventaja evidente: el escritor “famoso” vende más. Su nombre es un privilegio y al mismo tiempo una garantía.
Pero también tiene sus inconvenientes que, precisamente, se derivan de esa condición. Por un lado a un escritor de renombre debemos exigirle más que a otro que es un desconocido. Su prestigio genera una expectativa que no puede verse defraudada; de él esperamos que esté a la altura de su fama. Y por otro lado la exaltación mediática, la hipérbole, los elogios intimidan y predisponen al lector a un juicio favorable; pueden llegar a funcionar como auténticos inhibidores de nuestro propio criterio. Sólo por ser él quien lo ha escrito parece que hay que dar por hecho que es bueno, genial, sobresaliente. Así que si después de leerlo creemos que no es para tanto, que no es tan bueno como dicen, lo normal es que nos callemos por miedo a quedar como unos ignorantes.
Por eso yo creo que con los escritores “famosos” hay que ser más crítico y exigente que con los demás, pero justo; y que al mismo tiempo debemos enfrentarnos a ellos sin juicios preconcebidos. No dar por bueno todo por el simple hecho de que lo haya escrito Patricio Pron, no negarle ninguna de sus virtudes y aciertos, pero tampoco obviar los que consideremos sus errores y defectos.
Y a partir de ahí creo que su principal virtud es la originalidad en la manera de contar. Y aunque sea caer en esa manida expresión de la “voz propia” no encuentro otra más adecuada y precisa para nombrarla. Todos los escritores pretenden que de ellos y su manera de escribir se diga que lo hacen con una voz diferente, personal, distinta; y Pron lo consigue al alejarse de la forma lineal habitual, al escribir los relatos de una manera fragmentada en párrafos. Estilo insólito y poco acostumbrado que produce el primer efecto de descubrir que otro modo de narrar es posible; que se convierte en una marca o sello personal y le hace diferenciarse del resto y con la que podemos, a simple vista, identificar un relato como suyo. Y aunque ese estilo en párrafos –unas veces muy cortos y numerados, y otros más largos- que van desarrollando la trama es lo más característico y mayoritario no es unívoco pues hay en “La vida interior de las plantas de interior” varios relatos sin un punto y aparte con los que nos demuestra que es un escritor capaz de mutar o cambiar de registro. Eso que, como otro manido pero acertado elogio, se llama “versatilidad”.
Pron nos cuenta historias que son hechos extraordinarios dentro de lo corriente. Un suceso aparentemente sencillo, trivial, reconocible, pero que él con ese tono, esa manera personal de narrar hace tremendamente atractivo. Y ese suceso y el cambio que produce lo refleja en detalles nimios pero que siempre resultan determinantes. Y creo que otro acierto que seduce y atrae de este libro es que Pron hace a la literatura y a los escritores protagonistas de algunos de sus mejores relatos. Algo que en otro caso podría parecer mirarse el ombligo, pero que en el suyo resulta unas veces un argumento para hablar de ficción y realidad, teoría y creación; y otras un ejercicio de honestidad, autocrítica, aprendizaje y estímulo.
Pron alterna magníficos relatos con otros medianos o con auténticas excentricidades. Los –para mí- excelentes, son cinco: “Un jodido día perfecto sobre la tierra”, “Diez mil hombres”, “Algo de nosotros quiere ser salvado”, “Algunas palabras sobre el ciclo vital de las ranas” y “El nuevo orden de la última lluvia”, sin duda este último el mejor del libro. Y de estos cinco unas veces el estilo es el de los párrafos breves y numerados, otra el de los párrafos más largos, y otro el de un relato sin un punto y aparte. Y utilizando esa “versatilidad” unas veces acierta y otra fracasa, porque “El cerco” comienza muy bien pero acaba siendo regular al llevar la historia a un callejón sin salida; en “Cincuenta y cuatro veces” hacer que sea Lump -el perro de Pablo Picasso- el que cuente el relato me parece sencillamente una frivolidad; y “En tránsito” me parece irregular porque mezcla las buenas frases con las cursis o absurdas.
Pron tiene calidad, escribe diferente, sí; pero no para dedicarle hipérboles injustificadas porque a veces prefiere antes que escribir bien colarnos el timo de la estampita; en haberse creído de verdad ese papel de salvador o renovador de la literatura que algunos le han adjudicado por el que todo vale. En el que a otro escritor se le podría acusar y reprochar el haber escrito un relato sin acabar parece que en él debemos considerarlo una genialidad. Y no voy a negar que sea imaginativo y ocurrente, que incluso en esos que considero malos parta de una buena idea o una imagen impactante, pero unas veces parece que se puso a escribirlo y no supo como acabarlo se cansó y lo dejó así, de cualquier manera; y en otro directamente me parece que sobrepasa los límites lógicos de cualquier narración y la convierte en un collage de corta y pega, en una merienda con sándwiches de nocilla. La narrativa gana, y Pron lo sabe, cuando es completa y con acento; y no una boutade de cartón piedra.