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Microcosmos de la tensión

 

Por Daniel Bernal Suárez

 

Don DeLillo

 

El ángel Esmeralda. Don DeLillo.

Editorial Seix Barral. Traductor: Ramón Buenaventura. 

Si recordamos el célebre aserto cortazariano según el cual el cuento se asemejaría a la fotografía y la novela a una película, pudiera entenderse que la única posibilidad del relato sería, entonces, la del fogonazo, la pura concentración. El desarrollo de la existencia, con sus altibajos y sus accidentes geográficos, le estarían vedados al cuento, siendo su seno natural la novela. Cabría recordar cuán a menudo las hipótesis creativas de los autores sólo sirven como pretexto explicativo de la obra propia y que, gracias a la propia dinámica evolutiva de la cultura y de los grupos humanos, todo aserto sintético adquiere estatuto de virtualidad, superándose o siendo negado por los propios hechos culturales. Así, verbigracia, El ángel Esmeralda, conjunto de relatos del novelista norteamericano Don DeLillo, coincide parcialmente con la máxima cortazariana: el relato es fogonazo, sí, pero también transcurso, dilatación, vívida recolección apretada y/o secuencial de existencias anónimas. El poderoso ejercicio narrativo que DeLillo despliega en estas nueve narraciones nos brinda microcosmos fascinantes.

En los nueve relatos que componen este volumen, DeLillo genera unos personajes que se ven enfrentados a situaciones límites. Narraciones tensas en las que la textura del propio relato se amolda a las emociones que experimentan los personajes. El escritor norteamericano modula y dosifica sabiamente el ritmo narrativo: cada cuento, aun el de factura aparentemente más insulsa, simula un artefacto de relojería. Los relatos configuran  mundos narrativos con sus desajustes y antinomias, potenciados por la gran capacidad descriptiva de DeLillo.

En algunos cuentos el autor va reconstruyendo la vida de los sujetos mediante fragmentos descriptivos de detalles que comportan una gran carga de significación. Un recurso interesante es la utilización peculiar que hace de las enumeraciones en algunos párrafos, así como los ocasionales guiños irónicos, la aparición de segmentos esencialmente reflexivos, hipálages asombrosas o el absurdo de algunas situaciones. Por ejemplo, en el relato que da título al libro, centrado en los personajes de dos monjas y una pequeña que vive en los bajos fondos del Bronx, tras dibujar ciertos aspectos ominosos de la vida de los habitantes de dicho barrio, vemos cómo arriba a la zona un autobús con turistas europeos portando sus cámaras fotográficas para rescatar quizás lo pintoresco de la miseria; el autobús ostenta un letrero con la inscripción “Sur del Bronx surrealista”. Una de las monjas, ante semejante espectáculo, les increpa arguyendo que aquello no es surrealista, sino realidad pura. Que lo surrealista es la presencia de aquellos turistas allí. El absurdo, pues, como acto representacional y, también, como conciencia súbita de los dobleces que la realidad esconde, la coexistencia de contrarios que no se anulan. El relato, tras la crudeza de lo que nos narra, finaliza con la síntesis mediática de una fe menor, la fabricación casera de un mito.

Pasemos a comentar brevemente algunos aspectos de estos cuentos. En Medianoche en Dostoievski ocurren hechos hilvanados por la mera sucesión de los personajes, el espacio y el tiempo. La historia parece un juego detectivesco basado en la invención (un juego espejeante de intriga ficcional dentro de la propia ficción), por parte de dos estudiantes, de la vida de un sujeto al que siguen. En relatos como Creación o El corredor se nos habla de las debilidades humanas; así, en Creación asistimos a la angustia por la imposibilidad de salir del paraíso tropical elegido por vacaciones y a una sorprendente infidelidad (en cierto sentido, este texto exhibe ciertas reminiscencias de Los cautivos de Longjumeau, de Léon Bloy, que tanto agradaba a Borges y que éste veía como precursor de Kafka).  Atento a los conflictos de actualidad, La hoz y el martillo explora el aislamiento penitenciario y la crisis económica, así como la adicción tecnológica y el hiperconsumo de información (uno de los recursos más interesantes es la conexión entre dos niveles narrativos: dos niñas se comunican con el personaje principal a través de mensajes secretos que envían por televisión, en un programa de información bursátil). Acaso la mejor pieza del volumen sea Momentos humanos de la Tercera Guerra Mundial: por su ambición, por la alianza entre ese futuro presentido con recelo y la presencia obsesiva de dos personajes distintos en un ambiente estrecho y aislado, por sus fobias y ese toque mágico de unas voces que dos astronautas reciben desde el pasado. A su vez, el miedo es manifiestamente una de las emociones más exploradas; en La acróbata de marfil se produce el redimensionamiento de un miedo real por un terremoto, convirtiéndose en una paranoia permanente por la posibilidad de su repetición; y en Baader-Meinhof, otro de los cuentos imprescindibles de esta compilación, el narrador comienza con una écfrasis que conjuga una exposición artística y la reflexión sobre el objeto de dicha exposición: los últimos instantes de la vida de los componentes de la Fracción del Ejército Rojo; a la mitad del relato, un vuelco narrativo evidencia cómo una pesadilla puede concretarse entre las sombras de la rutina y su supuesta seguridad.

En El ángel Esmeralda DeLillo crea núcleos primordiales de narración, casi como si se tratara de huevos cósmicos o átomos primigenios que se desarrollan dando lugar a microuniversos habitados por criaturas, espacios y acciones singulares. Y, a partir de esos núcleos, explora una amplitud de posibilidades de sumo interés, donde la tensión cruza, a modo de mediatriz, la línea imaginaria que conforma cada texto.

 

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