El ministro homófobo de un país visible
Por FERNANDO J. LÓPEZ. Jorge Fernández Díaz, nuestro actual ministro del Interior, ha declarado que «existen argumentos racionales» por los que el matrimonio gay «no debe tener la misma protección por parte de los poderes públicos que el matrimonio natural» pues «no garantiza la pervivencia de la especie«. Obviamente, si la especie que queremos garantizar es tan retrógrada e intolerante como la que esas declaraciones reflejan, la primera duda que me surge es si esa pervivencia merece o no la pena.
En su discurso, diferencia el matrimonio natural del matrimonio gay y, no contento con insultar a la comunidad homosexual, da a entender que toda aquella pareja que no haya unido sus vidas con el fin de procrear es, cuando menos, un fraude. O, por lo menos, y citando sus palabras «no debe tener la misma protección por parte de los poderes públicos». No es que tuviéramos dudas sobre la homofobia del actual gobierno -su recurso contral el matrimonio LGTB ante el Tribunal Constitucional ya lo dejaba muy claro- pero resulta sorprendente la desfachatez con la que expresan su deseo de segregar y, sobre todo, de discriminar a quien es diferente.
Discriminan en educación, en sanidad, en derechos sociales y, por supuesto, también en orientación sexual. A mí, como gay activista convencido, como escritor comprometido y como profesor de la escuela pública me tocan -en triple secuencia- todos sus dardos: porque soy un tipo que no procrea, un delincuente de esos del mundo de la cultura y un vago declarado amante de la tiza. Está claro que mi perfil no puede ser más cercano al que nuestro ministro -que debe preferir la represión y el celibato como garantes de la pervivencia humana- defiende en sus palabras.
Por supuesto, ya ha habido voces en el PP que, como Iñaki Oyarzábal, se han apresurado a decir que las palabras del ministro no representan a su partido. Y esto hasta podría hacerme gracia -por lo ingenuo de la justificación- si no fuera porque creo que desde un cargo público es un acto de enorme irresponsabilidad alentar cualquier forma de discriminación. En este caso, sus declaraciones echan más leña en la hoguera de la homofobia, como si no fuera lo bastante duro -y no, no crean que el que exista una ley lo ha solucionado todo- vivir con total naturalidad una orientación sexual y una forma de ser que, para algunos, aún sigue siendo incomprensible y, peor aún, juzgable.
Afortunadamente, somos muchos los que no estamos dispuestos a dejarnos barrer -como quisieran los que son como Fernández Díaz- y tampoco vamos a dar un solo paso atrás en nuestra visibilidad, ganada a pulso tras años de lucha y de generaciones, anteriores a la mía, que han peleado mucho para estar donde estamos. Generaciones que vieron morir a sus parejas sin poder recibir nada de ellas, a veces, ni tan siquiera los objetos personales que les negaba la familia del fallecido o de la fallecida (y conozco más de una -tristísima- historia así). Generaciones que se jugaron el tipo para defender una libertad que hoy, los que son como Fernández Díaz, sueñan con lograr arrebatarnos.
Por eso se prohíben y censuran besos entre hombres en TVE, como sucedió con la secuencia gay en la reposición de Herederos. Por eso estoy tan orgulloso -en el sentido literario y en el LGTB- de haber escrito una obra como Cuando fuimos dos, que sigue llenando la sala donde se representa y en la que el público que viene a vernos es de toda edad, sexo y condición. Un público en el que nadie se pregunta si esa pareja que forman Eloy y César va o no a tener hijos, si va o no va a asegurar la continuidad de la especie, si es o no es una pareja natural. Y no se lo preguntan porque, desde el minuto uno, las miradas de los dos actores -grandes Felipe Andrés y David Tortosa- les dejan bien claro que eso que está sucediendo ahí arriba es lo mismo que sucede -y seguirá sucediendo- aquí abajo: un amor, un desamor, un deseo, un encuentro, un desencuentro y una nostalgia. Emociones que, estimado Fernández Díaz, no solo son naturales, sino que en ellas -y en su ausencia de etiqueta de género- se asienta la esencia de esa especie que a usted le preocupa tanto proteger.
Porque lo que nos hace humanos es nuestra capacidad para abrirnos a los demás. Para entenderlos. Y para amarlos. Justo lo que la intolerancia niega. Y lo que la intransigencia y el fanatismo nos prohíben. Desde el odio y el temor que ustedes practican, y que no van a conseguir contagiarnos, no puede pervivir nada. Pero no se preocupe, señor Fernández Díaz, nuestra valentía -y nuestra honestidad- es mucho más fuerte que su miedo.
La homosexualidad existe en más de 450 especies.
La homofobia sólo en una.
¿Cual te parece mas antinatural ahora?