Un viaje en tren
Por VÍCTOR F. CORREAS. Desde hace un par de semanas tengo la neurona a tiempo parcial. A veces, ni eso. Las musas, que son así de caprichosas. Como me ocurrió ayer. Creí haber encontrado un tema salvador que contar en esta tribuna que tan gentilmente me cede Culturamas. Una trivialidad, pero al menos serviría para salir del paso.
La cosa iba de aquellas personas que constituyen en sí mismas fuentes de información y documentación para escritores. Los que se dedican al género histórico lo habrán cazado ya al vuelo. Y no lo descarto de cara a próximas semanas. En estos años he conocido ciertos casos de personas desinteresadas que ponen a tu disposición un ingente material documental, auténticamente impagable, sin más pretensión que guiar tus pasos en la labor de investigación. Que ya es decir. Y que luego agradecen como pocos una pequeña mención en el capítulo de agradecimientos. Digo que la cosa iba a ir sobre eso, cuando monté en el tren.
Servidor de ustedes no lo frecuenta ahora en demasía por cuestiones que no vienen al caso. Vamos, ni ese ni otros transportes públicos salvo cuando la ocasión lo requiere, pero se ha tirado más de media vida en ellos. Puede dar fe. Me disponía a sacar el libro que tengo estos días entre manos cuando miré a mi alrededor. Imposible no hacerlo. El escenario era apasionante a más no poder: uno que hablaba a voz en cuello a su terminal móvil porque creía que así su interlocutor lo escucharía mejor, la parejita que intercambiaba dulces confesiones al oído y también apasionados besos, o el que estaba enfrascado en la lectura de un libro. Entre otros. Más que suficiente, me dije.
Cada uno con su historia, sus cuitas y problemas. Con su vida a cuestas. Minutos, los que duró el trayecto, que invitaban a preguntarse cosas. Viendo a esas personas que fugazmente compartían en ese momento tu existencia y de las que no volverás a saber nada más para los restos. ¿La parejita de adolescentes, ambos con pintas de ser felices, se demostrarán tanto amor pasados los años, si es que antes no se han tirado los trastos a la cabeza o se han mandado mutuamente a paseo? ¿Sería interesante el libro del compañero que lo leía con aparente interés? Un lector, nada menos. Incluso puede que el insensato haya gastado algunos días de su existencia con alguna obra tuya. Y el que gritaba, ¿hablará también así en su casa? ¿Se dirigirá de la misma manera a todo el mundo? Un figura.
Cuando me levantaba para abandonar el tren al llegar a mi destino, examiné por última vez el variopinto universo que se concitaba allí. Nadie me miró, comprobé mientras descendía los escalones. ¿Por qué habría de hacerlo? Total, ¿habrá alguien que sea capaz, como servidor acababa de hacer, de preocuparse por la existencia de los demás? ¡Como si no tuvieran bastante con ellos mismos!