El hombre caja
Por José Miguel López-Astilleros.
El hombre caja. Kōbō Abe. Madrid, Siruela, 2012, 160 págs, 15,90 €. Trad. Ryukichi Terao.
Kōbō Abe (Tokio, 1924-1993) es un escritor japonés, cuya obra no ha gozado de mucha atención por parte de los editores españoles, pues sólo han publicado cuatro de sus novelas, tres en la editorial Siruela (La mujer de arena, El rostro ajeno y la que nos ocupa, la primera traducida por Kazuya Sakai y las otras dos por Terao) y una en la editorial Candaya, Idéntico al ser humano (escrita al mismo tiempo que El hombre caja, con quien comparte temática), traducida también por Terao y prologada magníficamente por Gregory Zambrano, tándem este último que se ocupa también del volumen de relatos Cuentos siniestros, publicados por la editorial bonaerense Eterna Cadencia. Es posible que dicha dejación, que poco a poco va subsanándose, se deba posiblemente al riesgo que comporta encontrarse con una obra que exige un lector dispuesto a tomar parte activa en su desarrollo, como demanda un texto con propuestas narrativas alejadas de la literatura más convencional, además de pertenecer a unas latitudes culturales y geográficas muy distantes a nosotros, aunque cercanas en sus planteamientos. Abe es un escritor que no representa al clásico escritor japonés que defiende los valores tradicionales, como lo puedan ser por ejemplo Soseki o Tanizaki dentro del siglo XX; por el contrario, se inscribe en una modernidad que tiene como influencia a Kafka o Beckett, entre otros, aunque no por ello su literatura haya surgido de la más absoluta orfandad dentro de su país, así podríamos citar como antecedente a Akutagawa, y tal vez no sería descabellado aludir al “género fantástico” de Ueda Akinari, por encontrar, en algún sentido, cauce a esa distorsión en la manera de reflejar la realidad para dar cuenta de ella.
El hombre caja posee un argumento definido, a diferencia de otras obras experimentales o surrealistas, aunque no sea fácil seguirlo, porque nos encontramos con que el narrador miente, de modo que tenemos que estar ojo avizor al desarrollo del mismo, a pesar de que en ocasiones nos da la impresión de estar ante la parodia de una novela negra, debido a la misteriosa búsqueda que se persigue, aunque no sepamos con claridad qué o a quién. Un hombre caja se instala bajo la ventana de un apartamento, su inquilino decide dispararle con una escopeta, pero el veneno ya le ha sido inoculado, puesto que tiempo después decide colocarse sobre la cabeza la caja de la nevera que ha recibido, convirtiéndose así mismo en otro hombre caja. Ya tenemos dos hombres caja, cuyas personalidades se confundirán y nos confundirá, provocando una reflexión sobre la identidad del ser humano, tema central de la obra y recurrente en la obra de Abe. Estas dos identidades, por tanto, quedan escindidas en el hombre caja y en un falso hombre caja, como en sus respectivos oficios de médico y falso médico, que a su vez escriben sendos cuadernos, de los cuales, obviamente, uno es falso. A partir de este planteamiento tan inestable como la nitroglicerina líquida, el autor nos lleva hacia mundos oníricos, como el sueño en el que el hombre caja sueña que es un pez falso con conciencia de su propia falsedad, lo que deviene en una falsa conciencia de sí mismo que no le permite conocer su verdadera identidad. Así como hacia un suicidio simulado o la pasión insana por una enfermera que nos enfrenta a un concepto exclusivamente fisiológico e instintivo del amor, o hacia un delirio antropofágico, o a situaciones grotescas y absurdas, o hacia disquisiciones sobre la relación entre el autor y sus personajes, entre la realidad y la ficción, nebulosas de pesadilla, perspectivas insólitas que en ningún momento somos capaces de imaginar, porque Abe siempre elige el itinerario menos complaciente y más acorde con sus obsesiones, además del más efectivo para contarnos el extraño mundo que habitamos.
La caja a la que se ha practicado una abertura a la altura de los ojos para ver, pudiera entenderse como el símbolo de la apariencia del hombre, y de cómo este disfraz modificaría nuestra percepción de lo contemplado, así como la del espectador ante ella desde fuera. Pero… ¿quién podría decir que no lleva puesta una caja encima, para mirar o ser mirado? La lectura de esta novela tan inquietante es toda una osadía para lectores audaces y reflexivos.