Espejo reflejo: Trouble in amish paradise
Por Miguel Ángel Albújar Escuredo
Hubo una vez un tipo al que se le ocurrió comparar la literatura con un espejo, un trozo de vidrio recubierto de mercurio que tenía una capacidad casi única: reflejar la realidad tal como nuestros ojos la captan. El tipo llegó a una conclusión: lo que él hacía, novelar, tenía cierto valor en tanto sacaba a la luz cosas que otros preferían oscurecer. El iluminado, convencido de sus razones, determinó que si algo estaba mal hecho y él enfocaba su foco hacia allá, la culpa de lo que resultaba no era suya, sino de quiénes deberían haber cuidado que la pestilencia y la sordidez no tuviera lugar. Al tipo además le gustaban los nombre molones y se impuso el seudónimo de Stendhal.
Durante los últimos meses hemos asistido a un desfile marciano, o más bien a una catarata inverosímil e imparable de noticias relacionadas con todo tipo de corruptelas. Innecesario inventariarlas aquí, ante tal inmensidad de artículos denunciantes cualquier buscador será más eficiente que una sola persona dedicada a ello. Frente a esta manifestación especular las voces surgidas de los rincones a los que no llega la imagen han alertado de un supuesto daño irreversible a la sociedad. Un ya muy célebre ministro de apellido desacostumbrado reflexionaba, en voz alta y enfrente de los micrófonos eso sí, sobre la obsesión inexplicable de algunos medios de comunicación por reflejar dichos casos, y del mal que esa fijación causaba a la sociedad. Lo que no quedaba claro es si el mal al que hacía referencia era hacia la sociedad en general o hacia su colectivo profesional en particular. Quedó esa duda apestando. Luego apreciamos los casos inexplicables de grupos políticos: sintiéndose maltratados por la pequeñez de tener toda su credibilidad comprometida, debido al comportamiento reprochable, cuando no delictivo, de miembros de su congregación ideológica, deciden que la vileza del espejo es la culpable. Y por tanto, desde su lógica ciega pero no muda, denuncian con todas sus fuerzas, costeadas públicamente, a la plataforma de vidrio y mercurio que más allá de su forma azarosa tiende a mostrar básicamente lo que tiene enfrente. Cabe preguntarse si una mayor pulcritud propia no sería la solución más adecuada para no sentirse insatisfecho ante la mirada reflejada. Hay solución si el disgusto proviene de una facha desarreglada, no la hay si el mal es una tozudez pertinaz.
La versión moderna de la manta sobre el espejo, paradoja que la política acostumbra a poner de relieve, es la censura. Aunque la neolengua de Orwell lo transforme en ese bonito eufemismo lírico plasmado en «supervisor». Los anglosajones, que son muy de innovar en lo bueno y recuperar de lo mejor, juguetean con la idea de un supervisor capaz de determinar lo que debe reflejarse y lo que no, y por supuesto cómo debe hacerse. Sin embargo, los anglosajones, que son muy de representar lo malo y condenar lo peor, ya asistieron a esa clase mediante el laboratorio de ficción en ese experimento en forma de cómic para algunos, obra maestra para todos, que es The Watchmen.
La alternativa de unos pocos al espejo parece ser el envoltorio emparedado. Hace años la BBC llevó a cabo un documental sobre la forma de vida Amish. Asistíamos a través de la lente transparente el devenir de miembros de la congregación, ajenos al ir y venir del resto del mundo, gente estática en un terreno atemporal. Sin duda, otro laboratorio magnífico de suspensión de la representación, el resultado extremado del aislamiento que promocionan predicadores de escaso dominio público, obliterando la comparación entre lo que ellos dicen que ocurre y lo que el vidrio aséptico les contradice.
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La tarea del periodismo como espejo de contracepción contra las enfermedades unívocas reivindica esas palabras de Stendhal. El problema de tener un país corrupto no estriba en la intensidad del periodismo por deformar la realidad, sino en la desfachatez del que exige verse en el espejo como lo que no es: un dechado de virtudes acríticas. En un estado de derecho es la ley, muy en boga en boca de políticos imputados (¡detector de eufemismo alerta!), la que determina qué acusaciones son legítimas y cuáles no. La libertad de prensa es ese fenómeno reflejo natural de toda sociedad democrática, un efecto físico del que no se puede renegar, so pena de cambiar las leyes del mundo y dejar vacío de contenido el adjetivo democrático. El hueco se delata ante los ojos de mercurio, por muy incómodos que se sientan los espectros ante el micrófono son solo eso: hueco y espectro.