PASOS DE BAILE
Por JUAN CARLOS VICENTE. Llegué a la ciudad con el invierno. Me alojo en la parte más deprimida del extrarradio en una pensión regentada por un matrimonio de ancianos.
— Con los años, el paisaje se ha vuelto desolador— me dice la anciana—. Solo hay basura, pobreza, nosotros mismos nos hemos convertido en un residuo más.
Cuando habla busca el apoyo de su marido, aprieta los puños atrapando pliegues de su vestido, contenida, como si de ese modo pudiera retener los recuerdos de tiempos pasados y mejores.
Una gran hondonada llena de basura se divisa desde el balcón de la habitación. Por las noches, otras vidas se deshacen del ruido de sus cabezas mientras alimentan las hogueras. Hay que cerrar las ventanas para no sentir el hedor que asciende por la fachada.
Se escucha música desde la planta baja de la pensión. Una bella canción acompañada de pasos de baile.
En la calle central están reunidos la mayoría de comercios y establecimientos de ocio. Bares, restaurantes de comida rápida, tiendas de ropa y accesorios. Una leve concesión pública a la prostitución al abrigo de un neón. La densidad aumenta, los cuerpos de esta noche negra intentan desbordar la calzada.
Resultaría inútil hablar de castigo, comprenderlo en la total magnitud de nuestras acciones. Nos desdoblamos. Nos desdoblamos para no morir al respirar.
Elijo un lugar desde el que poseer la calle, reclamo la atención, les muestro lo que soy, sin el pudor de una desnudez aprendida. Qué hemos hecho, qué nos merecemos. El miedo desde las vidas a las que renunciamos ahora que la redención es una mentira.
Me sitúo sobre la caja de madera, me expongo a favor y en contra de todos ellos.
Les hablo.
Vengo de un lugar abrasado por el sol que nunca olvido.