El Mozart de Haneke revoluciona el Teatro Real
Por Eloy V. Palazón
Tal vez era lo más esperado de la temporada y no ha defraudado. El Così fan tutte puesto en escena por el ganador de un Oscar Michael Haneke y dirigido musicalmente por Sylvain Cambreling es un trabajo minucioso y exhaustivo del libreto y partitura con unos cantantes jóvenes pero que sorprenden por esa expresividad fresca que no se limita a la voz. Son cantantes, pero también son grandes actores. Eso que hace décadas sólo aparecía en los grandes intérpretes hoy es cada vez más frecuente en las tablas de los grandes teatros del mundo, y es que la ópera tiende a esa fusión completa entre escena y música, equilibra lo que antes estaba desajustado a favor de la música.
Y eso se nota de forma sobresaliente en esta puesta en escena. Haneke no quería unos cantantes cualquiera: vio a 120 candidatos, de los que seleccionó a 40, con los que trabajó durante horas para finalmente elegir al reducido elenco final. Vocalmente, es sorprendente cómo voces tan jóvenes pueden tener una versatilidad vocal y un color tan bien logrado.
Como dice Javier Pérez Senz, “no se trata tanto de la calidad y la belleza de la voz, o la perfección técnica de los cantantes, cuestiones muy relevantes, sin duda, para garantizar el estilo y la elegancia musical mozartiana. En esta obra, como en ninguna otra, entra en juego el carácter diferenciado de las tres parejas protagonistas: Fiordiligi y Ferrando poseen la dimensión más noble y por ello, los lazos con la ópera seria se hacen más evidentes en el tratamiento de sus arias: los rasgos decididamente mas bufos parecen concentrarse en la descarada Despina y el cínico Don Alfonso. Para la segunda pareja de jóvenes amantes, Dorabella y Guglielmo, Mozart combina ambos mundos con certero instinto teatral”.
A nivel escénico, Haneke hace lo más difícil en una dirección: conseguir mantener la intriga y la atención con un solo escenario. Un director de escena tiene que saber controlar el espacio de forma extraordinaria para no aburrir al más exquisito de los espectadores con un solo escenario: los movimientos de los actores, la iluminación, vestuario, recursos vocales… Y eso lo hace de forma magistral Haneke. No siempre alguien del mundo del cine transita al mundo del teatro con tanta maestría.
La iluminación marca las diferencias entre las escenas de forma evidente: el bar, la chimenea, las velas, las lámparas… toda una variedad de recursos que muestra un amplio registro lumínico que sitúa al espectador ante varios escenarios dentro de un único espacio.
El vestuario oscila entre lo contemporáneo y el vestido de época, establece una diferencia entre un adentro y un afuera de la escena, de la intriga, y por ello Despina lleva vestidos actuales mientras que Don Alfonso se enfunda en un traje del XVIII. De todas formas, esto queda muy ambiguo y deja al espectador desasosegado, como si le faltase algo para entender del todo la trama. Y es que es verdad, la fábula ideada por el libretista de Mozart, Lorenzo da Ponte, se hace más compleja si cabe en esta escenificación, queda un cuadro repleto de claroscuros que lo hace aún más interesante. Nada es lo que parece en esta ópera; al contrario: el sutil juego de emociones, bien sean verdaderas, fingidas o cínicamente desenmascaradas por los personajes, tan ingeniosamente escrito por Lorenzo Da Ponte, encuentra su exacta réplica en la calculada ambigüedad de una música que no siempre expresa lo que se dice en escena y que, por ello, sitúa al espectador más allá de las convenciones de su tiempo.
La obviedad ha desaparecido y este dramma giocoso se ha vuelto profundo, deja al que asiste al teatro en un autocuestionamiento perpetuo sobre si la escena graciosa a la que está asistiendo sirve simplemente para divertir o hay algo detrás.
Verdad y mentira se solapan como dos caras de la seducción que otorgan un nuevo y sutil valor musical a las palabras y un no menos sorprendente relieve teatral a la música: la asombrosa modernidad de Così radica en el refinamiento tímbrico, el inspirado papel de los instrumentos de viento, el constante fluir melódico, los planteamientos armónicos y la ciencia del contrapunto desplegada por el compositor salzburgués.