Tinta Libre, o ¿por qué creer en el periodista?
Por Anna Maria Iglesia
@AnnaMIglesia
En los años veinte, en una Europa que todavía desconocía los años más oscuros de su historia reciente, Julien Benda se preguntaba hacia dónde se dirigía “una humanidad en la que cada grupo se abisma con más saña que nunca en la conciencia de su interés en cuanto particular y escucha por parte de sus moralistas que es sublime en la medida en que no conoce más ley que este interés”. Hoy la pregunta que en su día se hizo el pensador francés vuelve a tener sentido pues los tiempos actuales parecen ser la más rotunda de las respuestas. Hasta aquí nos ha conducido esa humanidad que sin conmiseración alguna Benda describía en 1927; los días de hoy son el resultado de un proceso que ya no es posible revertir, pero sí es posible –en nuestras manos está- no volver a repetir.
¿Cómo no volver a recorrer el camino que hasta tan terrible destino nos ha conducido? Es difícil responder a esta pregunta, sobre todo cuando somos títeres en manos de unos desalmados marionetistas que han perdido el control de los hilos. Puede que no haya una única respuesta, pero entre todas ellas hay una que no puede olvidarse: no debemos caer en el cinismo. Nos empujan al cinismo, a la desesperanza. Hay motivo, lo había en el 2004 y lo hay hoy. Es difícil sentir confianza, sin embargo perderla es dar la victoria a quien no se la merece. El cinismo es la trágica asunción de una derrota. Hace algunos días se publicaba que los jueces y los periodistas son las dos profesiones peor valoradas, “¿qué te vas a esperar?”, me dijo un amigo; “Político, jueces y periodistas, la tríada perfecta”, añadió con sorna. Las generalizaciones son siempre erróneas e injustas, aunque a veces es difícil encontrar la excepción. Habelas hailas dice el refrán gallego, y como las meigas también las excepciones existen. Si desconfiar de la justicia es asumir no sólo la caída del estado de derecho, sino también asumir nuestra indefensión, descreer de los periodistas es aceptar, más o menos pasivamente, la mentira, es aceptar vivir en una realidad que no es tal, pues todas las informaciones que sobre ella se dan no serían sino manipulaciones de una realidad escondida a la que no se tiene acceso.
No todos somos periodistas, no todos son periodistas; sin embargo, todos somos lectores, oyentes, telespectadores, todos somos susceptibles al engaño, víctimas potenciales de manipulaciones de las que, en ocasiones, ni si quiera nos percatamos. Los apoyos partidistas de determinados medios de comunicación resultan más que evidente; los titulares de los diarios –a veces tan antitéticos los unos de los otros- o las cabeceras de los telediarios son suficientes para observar la tendencia tan poco objetiva de muchos de los medios; basta con escuchar algunas tertulias para saber que pie calza cada tertuliano y basta con ver la estructura de los holdings mediáticos para comprender los intereses que están en juego. Sin embargo, el descrédito hacia el periodista como concepto abstracto y anónimo es una generalización tan vana, como injusta. Son muchos los periodistas, son muchos las personas dedicadas al oficio de informar, de dar voz a quien no tiene, de denunciar aquello que quiere ocultarse, de dar visibilidad a aquellas realidades tan lejanas y, a la vez, tan próximas. Son muchos los periodistas, muchos los que no merecen el descrédito que algunos pocos –más que periodistas, medios de comunicación- han esparcido por encima de la profesión. No es cuestión de preferir un periodista derechas o de izquierdas, pues tan poco manipulables y manipuladas son las informaciones que provienen de un lado como del otro; no se trata de denigrar una tendencia política; se trata de reconocer la labor de los profesionales, de aquellos periodistas que, lejos de toda generalización, creen en el propio oficio y en la honestidad que éste requiere.
Entre los periódicos del quiosco, hoy uno destacaba por su novedad: Tinta libre. Sin embargo, la novedad no es lo más destacable de esta nueva publicación mensual. Lo destacable está en sus páginas, en los magníficos reportajes que contiene, unos reportajes extraordinariamente bien escritos que se suman a la tradición de los grandes periodistas como Talese o Wolfe o Mailer y siguen la estela en la actualidad trazan gente como Juan Villoro, Gabriela Wiener, Alberto Fuguet o Martí Caparrós. Resulta comparativamente injusto destacar un texto sobre otros, pero el lector de Tinta libre encontrará en su interior en emocionante, cercano y real reportaje de Ramón Lobo; en Mali, capital Toledo, Lobo describe con mirada cercana, escritura sobria pero penetrante la realidad de las calles de Recas, la realidad de una pequeña localidad donde los inmigrantes llegados en aquellos años de “vacas gordas” viven junto a sus conciudadanos locales los críticos días de vacas flacas. No hay conflictos, afirma el alcalde, pero los hay; los tiempos difíciles complican las cosas y los prejuicios de siempre se agravan cuando las dificultades aumentan “El fondo es solo ignorancia”. Y miedo”, concluye Lobo, un miedo que se acrecienta, que se ve acrecentado cuando el trabajo escasea, cuando son muchos –edades, color, religión, proveniencia, eso ya no importa- condenados a pasar los lunes al sol.
Junto Ramón Lobo, Jon Lee Anderson – por fin un texto no partidista, no ideológicamente contaminado sobre la Venezuela de Chavez-, Daniel Burgui o Gonzalo López Alba, quien inicia su Rebelión a bordo rescatando la pregunta que en su día se hizo Abrhanam Lincoln: “¿Estamos capacitados para nuestra época?” La pregunta de Lincoln como la pregunta de Julien Benda vuelven a adquirir una actualidad que, como la buena literatura, la buena música o el buen periodismo, siempre son atemporales. No importa cuando Lincoln realizó esa pregunta, no importa cuando la escribió Benda, importa que aquellas palabras siguen siendo un punto de partida para comprender el presente y para trazar el tiempo futuro. Muchas de las decisiones no están en nuestras manos, pero si está en nosotros la posibilidad de no aceptar con cinismo la derrota, de creer que la derrota no ha llegado y que todavía hay mucho camino por hacer. En este camino el oficio de periodista se hace esencial, indispensable; la desconfianza, aunque muchas veces es inevitable, no es la respuesta, pues sin la información y sin la libertad de prensa –alerta a las palabras del “ilustre” Floriano- el mutismo vence y, entonces, ni siquiera el cinismo será permitido.
Habelas hailas, dice el refrán, haber hay periodistas que creen en su oficio y Tinta Libre –paralelamente a Infolibre– es prueba de ello.