Por Alfredo Llopico.
Desde hace años hay un momento del día en el que me desconecto, me voy “de vacaciones”. Ocurra lo que ocurra encuentro la manera para ir a casa, y sea la hora que sea, me meto un rato en la cama, aunque no vaya a dormir, solamente para parar y no pensar en absolutamente nada. Ha habido días en los que he llegado con los nervios a flor de piel debido al ritmo endiablado que cada vez con más frecuencia nos plantea la vida, me he quitado la ropa, me he metido bajo las sábanas y el mundo se ha parado, aunque solo un rato después, al levantarme, haya vuelto a tener los índices de adrenalina disparados al dos mil. Pero durante ese rato diario “de vacaciones” en silencio lo único que puede haber es el sonido de la respiración. Un sonido transformador porque, como diría Simone Weil no hay arma más eficaz que la atención.
En
Biografía del silencio, el ensayo que
Pablo d’Ors acaba de publicar en
Siruela nos plantea si vivir en plenitud es, como creemos erróneamente, vivir el mayor número de intensas y fulgurantes experiencias, para llegar a la conclusión de que lo importante es la calidad, porque la cantidad solo sirve para aturdirnos, emborracharnos y confundirnos, que nuestra vida está llena de actividad irrelevante, prescindible y contraproducente. Desde luego. Que el alma humana solo se alimenta si el ritmo de lo que se le brinda es pausado, es algo aceptado por todos. Se trata, como nos recuerda d’Ors, de vivir plenamente disfrutando de cada sensación, por mínima que sea, tomando las cosas según van viniendo, porque nuestra vida es nuestra y lo cierto es que todo depende de nosotros.
Lo curioso de todo esto es que mientras leo el libro y escribo este texto mi perro me mira y es probablemente quien mejor me comprende y se entera de lo que me pasa. Permanece sentado con paciencia a mi lado durante todo el tiempo que necesito sin exigir nada a cambio. Le miro a los ojos y veo en ellos su amor incondicional. Y curiosamente le tiene sin cuidado el trabajo o el éxito. Le basta con salir conmigo. Lo único que he hecho ha sido ofrecerle mi compañía y él me ofrece la suya. Nadie en todo el mundo me hace sentir tan especial y todos los días consigue que me sienta extraordinario, aunque sea solo un momento. A lo mejor es porque él valora mucho el silencio y desde luego, desde luego, duerme mucho más que yo.
Foto: Luc Tuymans, Silence, 1991.
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