La letra perdida
Fernando López Guisado
Editado por: Vitrubio Año: 2012
58 páginas
Por Rubén Romero Sánchez
El último libro de Fernando López Guisado encierra una paradoja entre sus páginas: habla de lo mínimo, de lo esencial de las relaciones humanas, desde la incontinencia verbal. Porque López Guisado no se interroga sobre las grandes cuestiones del ser humano de manera directa, como mucha poesía retórica que ha entendido mal la tradición tardorromántica; sino que desde el detalle, a la manera de un topo que desde el interior de la tierra escarba para abrir una salida a su casa, consigue el chispazo eléctrico en el lector que ocurre cuando la poesía revela verdades que todos conocíamos sin saberlo, como explicaron Platón o más recientemente Octavio Paz: y tenemos otoño en el corazón.
A veces el poema hubiera precisado de más concreción, de menos explayamiento que se antoja innecesario ante la certeza de la capacidad del autor de condensar la información y crear versos que por sí solos valen todo un poema y en sí definen su propia poética: Mátame, pero recuérdame que el paraíso está en ese coche, o los desoladores Y recuerdo que, una vez, en una fiesta, / tú y yo nos dimos un abrazo, con los que cierra uno de sus poemas más acabados.
La poesía de López Guisado acontece a posteriori; no es el fiero arrebato de una noche de verano sino la consecuencia de la reflexión calmosa que sucede a la tormenta. Así, el dolor, la pérdida, el rencor, se hacen palabra serena: … cuando anocheces / y la ciudad parece cubrir de ceniza los corazones; la intransigencia de una vida que se cobra el peaje siempre por adelantado deviene insoportable cuando el hombre tiene que seguir levantándose cada día siendo el mismo, sin excusas ni pretextos: Pero no hay profundidad donde esconderse de uno mismo. Porque al final solo queda el recuerdo de lo que nunca hicimos, de lo que nunca logramos, y la certeza de que alguna vez, en alguna parte, perdimos la partida: Siempre nos vamos dilapidándonos.
La letra perdida es un paso más en la carrera de López Guisado, pero no debería bastar. El autor debería pulir, borrar las palabras que no aportan, los versos que no son esenciales y buscar la raíz de su poesía, y sin ser condescendiente con su propia creación ni conformista (el mayor pecado de un creador) indagar en el proceso de su escritura y tomar siempre, siempre y no sólo a veces, el camino correcto, que es aquel que conduce a la verdadera conmoción: Me mantengo inmóvil, haciéndome el dormido / para que la oscuridad no me devore.