50 años de 55 días en Pekín, de Nicholas Ray
Por Jorge Girbau Bustos
Tal vez esta analítica la tendría que volver a reescribir dentro de cinco años, cuando se cumplan 55 inviernos de esta gran película de aventuras rodada en la comunidad de Madrid y ambientada en el Pekín de los boxers de principios del siglo XX.
Está superproducción dirigida por el norteamericano Nicholas Ray y protagonizada por Charlton Heston, David Niven y Ava Gardner cuenta un conflicto real ocurrido en el verano de 1900: los chinos se rebelaron contra la ocupación de su país por ocho tropas occidentales de diferentes naciones… Está contienda duró 55 días (de ahí su título).
La historia, un poco hollywoodiense, nos acerca a ese primer paso histórico en las que las naciones lucharon por una causa común, puede que injusta, pero común: Fue una de las primeras veces que las grandes potencias se unieron para hacer el mundo “más cristiano”. Así, con esta premisa se creó la Alianza de las Ocho Naciones para condenar los asesinatos de los misioneros de procedencia europea a manos de los boxers que en esos tiempos amenazaban la paz en oriente.
Pero volvamos a la cinta… Su mayor logro es trasladarnos a la época de los emperadores chinos y a su grandeza. También logra muchos de sus objetivos: la química entre los intérpretes, la agilidad del guión, la veracidad histórica y la perfecta conexión entre lo novelesco y los sucesos ocurridos. La larga duración (dos horas y media) no se hace pesada pese a lo caótico que fue su rodaje.
No olvidemos que se estrenó en los años 60 del siglo XX y el cine estaba en pleno proceso de reivindicaciones sociales: tal vez el director del filme vio en esta página de la historia un filón para intentar contarnos hacia dónde tenía que ir la política internacional. No obstante, dentro de este pensamiento tan utópico en algunos procesos históricos, hay algunas preguntas que aún están sin responder en pleno siglo XXI. Analicemos ese vacío que deja sin responder 55 días en Pekín y busquemos soluciones humanistas.
Primero hay que encontrar el origen… La religión. Los católicos intentaron cristianizar a todos los continentes porque creían o simplemente creen todavía que Jesús es el camino correcto (tal vez sí), pero desdeñaron el pensamiento universal. La figura de Dios es la misma en todas las creencias: este suceso originó los asesinatos de aquellos misioneros que utilizaron de manera muy inteligente los gobiernos occidentales para terminar su labor de conquistar oriente.
Esta es la pregunta que define a 55 días en Pekín, que es básicamente un problema de creencias religiosas aún sin resolver por la brusquedad del ser humano: pero va más allá: ¿la religión tendría que estar tan vinculada a la política? Este pensamiento tradicional lo arrastramos desde Constantinopla y en algunos casos este interrogante se ha hecho más fuerte cada vez que se junta a Dios con el mandatario terrenal; de ahí vienen tantas equivocaciones y discursos disparatados… Hasta guerras en nombre de Dios que se hacen llamar “santas”.
En este trabajo Nicholas Ray nos devuelve una mirada más inquisitiva hacia las atrocidades de las diferentes culturas religiosas que existen porque esta película es mucho más que una historia sobre militares y diplomáticos. Trata de huir del cine de palomitas para mostrarnos una forma de vida muy diferente a la que estamos acostumbrados; 55 días en Pekín se mete dentro de cada personaje, de cada atmósfera y de cada misterio en una película tan sensible como salvaje.
Después de 50 años sigue alimentando la imaginación de los niños y los que no son tan niños porque ha crecido con nosotros transformando el séptimo arte en cada uno de los visionados, aunque a veces se guarde este monumento cinematográfico dentro de un cajón.
En resumen y para terminar: se estrenó hace medio siglo y está siempre en la retina del buen cinéfilo y sigue dando lecciones a las películas de aventuras del presente. No olvidemos tampoco que tiene contenido político-social que hace aupar más aún su leyenda del celuloide; por eso merece la pena volver a ella y más ahora, porque el cine que se hacía a mediados del siglo XX ha desaparecido con los directores e intérpretes de antaño y porque además siempre es un placer rememorar aquellos años de gloria fílmica con esa historia que mezcla la ternura y la acción con mucha maestría.