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ESTA CASA ES UNA RUINA

 

librería

Por INMACULADA DURÁN. Es un hecho. Las librerías no resisten la crisis. Parece ser que desde 2008, la venta de libros ha bajado un 40%, una cifra preocupante y difícil de soportar por los libreros, a muchos de los cuales no les queda más remedio que cerrar su pequeño negocio. Las grandes, de momento, aguantan, incluso, abre alguna nueva, como La Central, en la plaza del Callao, en Madrid. Pero la librería de toda la vida se muere y muere con ella también la figura del antiguo librero, el que te recomendaba un libro por bueno y no por estar en la lista de los más vendidos de los grandes almacenes ¿Soluciones? Parece complicado encontrarlas en un mundo en el que no se están formado futuros lectores –también el índice de lectura ha bajado de forma alarmante entre jóvenes y adolescentes- y en el que el iBook avanza lentamente pero sin parar, en un mercado con un altísimo número de descargas piratas y con un modelo de negocio que quizá no ha sabido encajar que debe adaptarse a mayor velocidad y asumir que los precios también deben ser otros ¿Quién paga por un libro digital solo unos pocos euros menos que por el mismo libro en papel? Casi nadie.

Desde que este verano, el IVA en el ámbito cultural subiese de un 8 a un 21 por ciento, el sector se ha resentido. Si no, que le pregunten también a los empresarios teatrales –a los privados, porque parece ser que a los públicos no les va tan mal-. La caída de los espectadores ha sido de un 30 por ciento y a largo plazo se prevé que este porcentaje aumente considerablemente provocando el cierre de muchas empresas del sector. La esperanza es que, si esta crisis pasa, volveremos al teatro, como siempre se ha hecho desde los tiempos de la Antigua Grecia.

Pero las librerías son otra cosa, porque ya no se trata solo de la crisis económica, sino de la desaparición de un producto tal y como lo conocemos hasta ahora. Los tiempos y la tecnología corren en su contra y puede que la recuperación no llegue nunca. Hay que aceptar lo inevitable: el hábito de comprar libros perdurará lo que se mantenga esta generación y como mucho la que nos sigue. Después, se acabó.

El panorama es, sin remedio, evolutivo, pero como aún hay librerías para perderse en el tiempo hojeando libros, impregnándonos del olor a papel, me voy esta tarde a una en busca de alguna historia que no hable de crisis  (ni de políticos).

 

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