"Chavs: la demonización de la clase obrera", de Owen Jones
Por Layla Martínez.
Es una calurosa tarde de principios de abril y miles de británicos se sientan delante del televisor para ver las noticias de la tarde. En sus pantallas aparece la imagen del príncipe Guillermo, pero su vestimenta dista mucho de ser la que normalmente lleva el heredero al trono. En las fotos, tomadas durante una fiesta organizada para celebrar el final del primer trimestre en Sandhurst, aparece vestido con una camiseta ancha, una gorra de béisbol y un montón de joyas enormes que imitan el oro. Va disfrazado de chav, es decir, de uno de esos jóvenes de clase trabajadora procedentes de las barriadas de viviendas sociales que se caracterizan por vestir ropa deportiva y lucir joyas llamativas. Lo que aquí llamaríamos un choni. Es el año 2006, pero podría ser cualquier otro. Al fin y al cabo, no es más que un miembro de la realeza ridiculizando la forma de vestir de sus súbditos de clase baja para echarse unas risas con sus amigos ricos. Y eso es lo que han hecho siempre las clases privilegiadas.
La culpa es de Tatcher
Desde que existen las desigualdades sociales, los miembros de los estratos que detentan el poder han ridiculizado, menospreciado y temido a los que no lo tienen. Sin embargo, en el último siglo es difícil encontrar una época en la que este desprecio haya sido tan evidente como en la actual. Después de la Segunda Guerra Mundial, el viraje de la opinión pública hacia posiciones más izquierdistas provocó la aparición de un discurso social en el que la clase trabajadora era considerada el pilar fundamental de la sociedad. Con un Estado del bienestar en expansión, sindicatos fuertemente organizados y unos salarios elevados, ser obrero era un motivo de orgullo. Sin embargo, las clases privilegiadas no tardaron en volver a tomar el control. A finales de los setenta, las grandes fortunas norteamericanas inician una ofensiva dirigida a acabar con la hegemonía de la izquierda en los grandes centros de creación del pensamiento y la opinión pública. Invierten cientos de millones de dólares en formar y colocar a personas con ideas afines a las suyas en lugares estratégicos, como las universidades, los grandes medios de comunicación, la política y los centros de investigación. Los resultados no se hacen esperar: las dictaduras del cono sur se convierten en laboratorios de sus postulados y solo unos años después llegan al poder en las dos potencias económicas del mundo, Estados Unidos y Gran Bretaña. La era de Tatcher y Reagan ha comenzado.
Como analiza el ensayo de Jones, en este último país el gobierno de Tatcher supondrá una importante ofensiva contra el Estado del bienestar y los servicios públicos, que prácticamente serán desmantelados. Además, el gobierno promoverá la deslocalización de la industria, lo que provocará un fuerte aumento del paro y una reducción drástica del poder adquisitivo de la clase trabajadora, que se verá obligada a subsistir con trabajos precarios y mal pagados en el sector servicios. Es precisamente en este periodo donde Jones sitúa el origen de lo que constituye la tesis central se su ensayo, que analiza el desprecio y la ridiculización de la clase trabajadora que se aprecia en el actual discurso de los medios de comunicación y la élite política. Según defiende el autor, este discurso aparece durante el gobierno de Tatcher para desarticular a una clase obrera fuerte y organizada, pero también como forma de justificar las elevadas desigualdades sociales que producen las políticas neoliberales. No solo los ricos se han más ricos, sino que además tienen derecho a ello. Empieza a extenderse un estereotipo de la clase trabajadora en la que ésta es presentada como vaga, irresponsable e ignorante, culpándola de la pobreza en que vive. Han nacido los chavs, jóvenes de clase trabajadora a los que se acusa de no querer estudiar ni trabajar y de vivir a costa de las prestaciones sociales.
Marx sigue vivo
La constante presencia de este estereotipo en los medios de comunicación ha hecho que no solo sea asumido por la izquierda, sino también por buena parte de la clase trabajadora. Y esta es precisamente una de las mayores virtudes del ensayo de Jones: poner en evidencia unos prejuicios que la mayoría de nosotros hemos compartido alguna vez. Unos prejuicios que, además, responden a unos determinados intereses que buscan justificar el enriquecimiento de una élite privilegiada a costa de los trabajadores. Procesos como la deslocalización de la industria no suceden porque sí: suceden porque alguien quiere que suceda, porque alguien sale beneficiado con ello. Y ese alguien no son los cientos de miles de trabajadores que pasan a engrosar las listas del paro mientras se les acusa de vagos y de vivir a costa de las prestaciones sociales: ese alguien son las clases privilegiadas. En su brillante ensayo, Jones reaviva el conflicto de clase, vuelve a poner sobre la mesa el conflicto existente entre los explotados y los explotadores, entre los que viven de su trabajo y los que se enriquecen a costa del trabajo de los demás. Analiza cómo la lucha de clases nunca se abandonó, a pesar de lo que la clase política intentó hacernos creer. Simplemente, ellos la estaban ganando.
Si tuviésemos que buscarle alguna objeción al ensayo de Jones, probablemente sería el excesivo papel que otorga a las clases medias. Según el autor “vivimos en una sociedad amañada a favor de las clases medias en todos los niveles”, cuando en realidad, la única beneficiada de la fuerte desigualdad social que vivimos actualmente es la clase privilegiada. De hecho, puede discutirse que el mismo concepto de clase media exista y no sea un constructo de la clase alta para desarticular la unión de los trabajadores. La clase obrera no tiene por qué ser homogénea, y menos en un momento de redefinición de la misma como el actual. Suponer que un bombero, un profesor o un técnico de la administración pertenecen a una clase distinta que las cajeras de los supermercados o los camareros sólo beneficia a los poderosos, que consiguen así introducir un elemento de división entre ellos.
No obstante, el hecho mismo de poder plantear esta objeción es ya un éxito del ensayo de Jones, ya que permite que volvamos a hablar de las clases sociales. Sin duda, un ensayo tremendamente lúcido y necesario en un momento como el actual, en el que el análisis de clase es probablemente más necesario que nunca.
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Chavs: la demonización de la clase obrera
Owen Jones
Capitán Swing, 2012
360 pp, 20 €
“Es el año 2006, pero podría ser cualquier otro. Al fin y al cabo, no es más que un miembro de la realeza ridiculizando la forma de vestir de sus súbditos de clase baja para echarse unas risas con sus amigos ricos. Y eso es lo que han hecho siempre las clases privilegiadas.”
Los grupos sociales se ridiculizan entre sí, los pijos se burlan de los heavies y perroflautas, los heavies de los pijos, los canis de los pijos y de los heavies; todos se rien de los emos.
Un saludo
Eso que dices no son grupos sociales, son tribus urbanas.