Periodismo y Corrupción
Miguel Ángel Albújar Escuredo
La corrupción es uno de los pilares fundamentales de la sociedad moderna. No importa de qué clase de agrupación humana estemos hablando: tiranía, dictadura, aristocracia, democracia, … Algunos dirán que es inevitable encontrarla incluso en la propia naturaleza del anarquismo o en su versión más roussoniana: la autoarquía. De hecho algunos de los grandes episodios de la historia se deben a grandes muestras de corrupción: ahí tenemos los ejercicios éticos de Julio César en público y su labor afanosa en privado; las arengas en pos de la patria de un De Gaulle que luego demostró que por “patria” entendía “propiedad” y “nuestra” lo asemejaba a “suya”; incluso la corrupción, tomando una nueva dimensión genética, cabalga desbocada a través de generaciones familiares, ahí permanecen las casas reales. Todo ello lo conocíamos antes gracias a la exhumación del pasado por parte de los historiadores. Hoy, en un mundo presentificado hasta la náusea, lo sabemos gracias a la naturaleza multitask de los periodistas.
La corrupción es algo que cohabita subsumida en nosotros, tanto como para reparar infinitesimalmente en dos o tres nombres de conocidos culpables; personas confesas de haber favorecido al menos una vez a alguien por interés propio, proximidad consanguínea o afecto. Somos capaces de detectar cómo la corriente interna del tráfico de influencias recorre nuestro suelo. Sospechamos de los ingresos, y peor, de los gastos originados por fuentes mágicas, de algunos amigos a los que incluso perdonamos esas pequeñas faltas, aunque no si les atribuimos estatus de conocidos. Entonces, ¿a qué viene a que nos escandalicemos ahora? Pues viene, queridos, a que el periodismo ha sensibilizado nuestra piel rasgándola con una rugosidad de conductas impropias: el picor convertido en irritación y que ya amenaza sangre. O dicho más francamente, y mejor: porque en un momento de crisis empieza a tocarnos seriamente el bolsillo.
He aquí la paradoja actual en España con la prensa escrita: es necesario gastarse dinero para saber en qué se gasta el dinero. Los ciudadanos de esta democracia necesitan comprar el diario para informarse de las cuentas “públicas” de los partidos políticos, de las cuentas “públicas” del jefe de Estado (y de su familia), de las cuentas “públicas” de su presidente de gobierno (y de su familia), de las cuentas “públicas” de los ministros (y de sus familias), de las cuentas “públicas” de los representantes electos de los empresarios (y de sus familias),… Y el bucle podría llegar hasta el infinito, ya que de momento las cuentas opacas se cuentan por innumerables. Por el contrario, las acciones de la justicia tienen ante sí la épica tarea que una vez tuvieron los geógrafos y exploradores del nuevo mundo: cartografiar un territorio desconocido el confín del cual no se puede vislumbrar sino en las especulaciones más sombrías.
El trending topic del último mes ha sido, tachán: “complementos”. Desde “se pagaban complementos” a “no se pagaban complementos” hay un extenso eco de interpretaciones, acusaciones, amenazas veladas y directas, ambigüedades lingüísticas y, sobre todo, mentiras. Y es ahí, en esa última palabra donde la implicación del periodismo se hace fundamental: desvelar las mentiras, dar el porqué de las amenazas, detectar las ambigüedades, destapar interpretaciones maliciosas, buscar a quiénes se acusa y de qué. Asistimos a una reivindicación de la importancia del periodismo escrito, ese muerto al que se daba por sentenciado, por anacrónico, por caduco, por residuo, por incapaz de competir contra la inmediatez de la fuerza audiovisual.
El núcleo del abismo, por no llamarlo directamente pozo de mier… O miasma o estercolero o basurero o fangar o planta de reciclaje, es un tipo con nombre de local de restauración. La asociación de ideas nos lleva a la conexión con dos sistemas de pensamiento: el primero es la absoluta eficacia de la teoría matemática del caos, cómo la interconexión (por no llamarlo trama, de contexto frecuentemente más delictivo, aunque sea adecuado al caso), desde lo más minúsculo a lo global, desencadena una aberración de acciones que en este caso nos lleva a una crisis de credibilidad y a la reivindicación del periodismo como analogía perfecta del detective de novela negra. El segundo sistema nos retorna al aforismo francés, y por ello doblemente sentencioso, “Cherchez la femme”. En el caso de Dumas, nacido en una época romántica, la mujer es vista como el mayor objeto de deseo y belleza al que se puede aspirar. Sin embargo, en esta época de comercialización puntillista la “femme” no es más que una metáfora de avaricia y opulencia empapelada en dinero. Sigue el dinero y descubrirás el mundo, abría dicho el personaje del escritor francés de haber vivido hoy.
Alguien de ingenuo corazón, y por ello digno de admirar, malgastando energías en favor de la comprensión, y por ello digno de santificar, podría preguntarse: ¿qué motiva a tipos que ganan en un mes lo que un periodista (se entiende con contrato, cosa infrecuente, no freelance, cosa más habitual y de ingresos más reducidos), decía, lo que un periodista gana en años, qué lleva a este estadista de lo oculto a jugarse todo su patrimonio inmoral por unos pocos euros más? ¿Qué le suponen a él cantidades ridículas de miles de euros frente a la pérdida de su patrimonio tan dificultosamente ganado tras años de duras malversaciones y costosos fraudes a la hacienda pública? ¡Es el riesgo, estúpido! Me contestarían, y supongo que con razón. No hay otra explicación racional a tamaña supinez y diamantina caradura: las tristes y ridículas explicaciones en ruedas de prensa (que las llaman así pese a no haber derecho a preguntas, yo las denominaría mítines descubiertos, y no encubiertos porque son bastante obvios) o sus excusas atropelladas a pie de calle mientras huyen, como Forrest Gump, a la carrera (de San Jerónimo); mención hacia la excelencia a la reacción de líderes políticos escondiéndose en el lavabo y saliendo por la puerta de atrás del Congreso de los Diputados para evitar preguntas de respuesta incómoda (aún no hay grupo de Facebook pero tiempo al tiempo).
En definitiva, demos las gracias a uno de los residuos del siglo pasado: los medios de comunicación escritos. Pese a su falta de ética a veces, su sumisión a poderes económicos en otros casos, la ausencia cada vez mayor de voces autorizadas, los despidos masivos, la estrangulación de la información en favor de la promoción, la confusión de la opinión reflexiva con exabruptos pseudointelectuales, el encarecimiento sospechoso del papel en apenas unos años, el nulo poder de los colegios de periodistas para imponer una base de buenas prácticas, la anexión de un diario a una opción ideológica concreta, la derrota ante el prejuicio estúpido que la información es gratuita,… (podría seguir pero la eternidad es en todos los casos aburrida). Pese a todos los problemas acuciantes, la prensa todavía está viva y supone el espacio diario, inmóvil y de pensamiento lento capaz de avergonzar a los injustos, delatar a los ladrones y desnudar a los salvapatrias.
PD: Próximamente en su quiosco habitual: la trama de escuchas catalana o cómo subcontratar un servicio de inteligencia enterito y que te descubran todo el pastel a medio cocinar.