Los duros comienzos
Por Ignacio Gómez-Cornejo.
A veces se alberga la errada impresión de que los escritores de carrera madura y prolongada trayectoria siempre estuvieron ahí, como si nunca hubiera habido un principio, o ese origen queda acaso sepultado bajo el peso de la figura relumbrante del figurón, con los contornos desdibujados por el fulgor del mito, de la leyenda que fue forjando al escritor de éxito. Pero siempre hay un principio, valga la obviedad, casi siempre duro y tortuoso—digámoslo, cuantas veces atormentados—y esa obra magnífica, fresca y originalísima que se abre como flor inmarcesible a los ojos del lector, ese producto compacto y envuelto en sí mismo, es el resultado de un paciente texto que soportó mil avatares, rodó por mil editoriales, fue podado y se vio impelido ante numerosas revisiones antes de que un sagaz lector—o un editor con olfato— descubriera su valor. Y apostara. Para alegría y esperanza de no pocos, últimamente se están prodigando escritores en cuyo debut no sólo logran el éxito de público sino que se les bendice desde facistoles y atalayas de suplemento literario—como si siempre hubieran sido, algunos—otros como si la prosa ínclita siempre hubiera estado en ellos. Todos padecieron sus domésticos calvarios, penaron y lucharon contra esa sensación acíbar de opositar contra uno mismo—y toda esa servidumbre de que consta uno mismo cuando nada es seguro— y contra la figura de ese fantasma en que se devela el futuro, cuando no hay asidero alguno al que agarrarse, acaso el pecio a la deriva de cierta ilusión que porfía por seguir haciendo lo que a uno le gusta, escribir, escribir, como galeotes o quizá náufragos de la literatura. “Intemperie” la primera novela de Jesús Carrasco, editada por Seix Barral y recientemente presentada, es un caso atípico en todos los sentidos—envió el manuscrito directamente a la editorial. Como el propio autor ha declarado a Culturamas: “Publicar no ha tenido nada de tortuoso, al contrario. Desde que decidí que quería intentar publicar, todo fue muy rápido. Lo lento fue decidir que quería publicar. He estado casi veinte años escribiendo, hasta que he creído que tenía algo que podía ser presentable.” Jesús Carrasco (Badajoz, 1972) ha escrito una novela atípica—no es de corte gótico ni vampírico-adolescente, no contiene tramas esotéticas ni exotéricas, ni por asomo tiene nada que ver con esa literatura “rápida” que nos fletan allende ultramar, es un western hispano, como el mismo lo define—una novela que transpira literatura, en su más amplio sentido, y cuyo argumento no ha menester de folletines porque liba de esa antigua—y legítima—prosa que nos retrotrae al mismísimo Delibes o al incatalogable Sánchez Ferlosio, y que como toda buena literatura irá envejeciendo con esa prístina y genuina dignidad con que cuentan las obras de arte. Es un caso atípico porque demuestra tres cosas: la primera, que las editoriales (o algunas) leen los manuscritos que reciben. La segunda: un magnífico trabajo—contra lo que algunos creen—está destinado a ser publicado, difícilmente una novela distinta, original ya no digamos obra maestra, podrá mantenerse oculta mucho tiempo en un cajón o bajo una pirámide de manuscritos en algún ignoto despacho. La tercera: aún es posible hacer literatura de estilo propio e inalienado sin tener que ceder un ápice ante las nuevas modas que impone el mercado, y además no morirse de hambre. Jesús Carrasco y su “Intemperie” es la prueba. Aún con todo, para Jesús Carrasco, el proceso de escritura de Intemperie no ha sido un caminito de rosas. Como él mismo declara: “Empecé a escribir Intemperie hará unos siete años. Cuando llevaba veinte páginas, la dejé, escribí otra novela entre medias, y luego, varios años después, la retomé. Desde la primera a la última palabra pasaron, lo dicho, unos siete años. En ningún momento pensé cuáles serían los gustos del público o de los editores, entre otras cosas, porque sólo en el tramo final comprendí que podía ser publicable.”
Para aquellos que hayan agotado todos los recursos posibles en cuanto al propósito de publicar y poder ser leídos, Jesús Carrasco anima a tener un poco de paciencia y seguir trabajando. Para él al margen de la necesaria e irrenunciable honestidad por la que un escritor no debe dejar de guiarse, el aficionado a tan amargas—pero a veces dulces— lides del escribir, debe aplicar grandes dosis de sentido común y aparejadamente pertrecharse de humildad.
Dolores Redondo (San Sebastián, 1969), es otra autora paradigmática en cuanto a escritora investida de un irreprochable y sonado debut. Su novela “El guardián invisible” publicada por Planeta-Destino parece haber tocado la ubicua y recóndita tecla del éxito. Una novela que rebate esa sensación que pesa sobre muchos escritores y ciertos lectores, de que ciertos thrillers de misterio, terror o ciencia ficción quizá roturen campos ya demasiado trillados. No lo suficiente quizá. Y como prueba es que esta autora debutante, con esta su primera novela está rompiendo moldes y ya se encuentra entre los diez libros más vendidos en España. Las razones de tal éxito, como siempre en estos casos, son de índole inopinada y varia, como ella misma nos ha dicho: “Abordé la escritura de la novela sin ningún tipo de compromiso , quiero decir con esto que no tenía agente , ni editorial , ni siquiera un trabajo anterior con éxito suficiente como para marcar la pauta de lo que iba a escribir , así que hice exactamente lo que me apetecía hacer , aunque sí decidí descartar la primera persona que usé en anteriores trabajos y usar la tercera , también fui consciente del uso de un lenguaje más popular, estas decisiones razonadas iban encaminadas en efecto a llegar mejor al lector , pero más allá de la intuición , no podía imaginar una acogida como la que ha tenido.“ Dolores es la prueba fáctica de que cualquier género es inagotable y está aún lejos de haber sido llevado hasta sus límites, quizá sólo haga falta—amén de mucho talento y exorbitada imaginación—el saber alambicar, cual alquimista, ciertas proporciones de diversos géneros tangenciales entre sí—terror, novela negra, ciencia ficción—hasta componer un híbrido que dote a la obra de su propio terreno, de su personalidad inimitable. Para aquellos que tantas veces se sienten desalentados, Dolores Redondo aconseja: “Hay que tener una decisión firme de no dejar que te roben tu sueño y el juramento de continuar. Siempre hay otra opción, una salida u otra manera de llegar. Seguir siempre.” Pero no todo ha de ser un debut deslumbrante bajo el auspicio de una gran editorial. Hay casos en que el autor se estrena en una editorial humilde. Es el caso de Victor Sabaté, que ha publicado en la editorial El Rayo verde su primera novela, El joven Nathaniel Hathorne. Como él mismo nos dice: “Aunque siempre vi la publicación en una editorial convencional como algo casi imposible y que no tenía demasiadas esperanzas de alcanzar, lo cierto es que no he acumulado muchos rechazos, ya que casi no he mandado textos a editoriales. Recuerdo que hace años armé un libro con algunos de los cuentos que tenía escritos y lo mandé a dos editoriales: una nunca respondió y la otra me rechazó amablemente. No volví a enviar nada hasta terminar esta novela corta. De hecho, estuve a punto de no enviarla a ningún sitio y autoeditarla en Amazon; tan pocas esperanzas tenía.(…) Al final decidí intentarlo y la mandé a tres editoriales: la primera a la que envié el texto, Rayo Verde, me contestó muy rápido, creo que en sólo un mes, interesándose en la publicación del libro. Había leído sobre esta editorial en un artículo en internet sobre nuevos sellos independientes, y se me quedó grabado el nombre porque hay una película de Rohmer con ese título que me gusta mucho.“