El instante del fin
Por Miquel Escudero Diéguez.
Un instante. Presente. ¿Se ha terminado ya? Los trabajos de campo que nos brinda Jorge Ribalta en la galería àngels barcelona cuestionan abiertamente algunas de las convenciones más ampliamente aceptadas en relación a las bases del arte contemporáneo. ¿Qué tiene lo fugaz de excepcional en un mundo que avanza a gran velocidad? ¿Cómo discernir ese instante desde nuestra perspectiva, siempre fragmentada? ¿Hay realmente un instante?Las fotografías de Ribalta nos remiten a los orígenes de la propia Fotografía, en mayúscula. Disparar el objetivo para registrar aquello que vemos: lo que se mueve a nuestro alrededor, incluso aquello que ya no lo hace o nunca lo ha hecho. Registrar para tener tiempo de entender un mundo que no se para y entender la insistencia del maestro Lluís Duch en incluir la velocidad como categoría antropológica. Tantos estímulos recibidos en un instante que no podemos llegar a procesar, mucho menos digerir, que nos conducen a perseguir la captura de algo, sea lo que sea. ¿Puede ser trascendente lo cotidiano? ¿Puede ser arte?
El acercamiento de Ribalta a la fotografía documental no parte de la nada, toda rebelión tiene su tradición. Volver al origen para ser original, ya lo dijo Gaudí. Las fotografías de August Sander (1876-1964) nadan desde el principio en dirección a la documentación del instante. Los personajes, normalmente de cuerpo entero, sonríen mirando al objetivo, esperando una inmortalidad que nunca llegará. Lo único que queda registrado es un instante que sucedió. La intención del fotógrafo parece evidente.
Por otro lado, sería interesante acercarnos al objetivo de Martin Parr (1952), quién se sirve de su órgano fotográfico para enfrentarnos con nosotros mismos para reír, para salvarnos del ridículo de tomarnos demasiado en serio. Sin embargo, los cuerpos retratados por Parr no suelen ser conscientes de ser objetivo de disparo pero podemos comprender a posteriori el rol que juegan en la fotografía y por qué son imprescindibles para comprender el sentido del encuadramiento. Por el contrario, los personajes que viven en las fotografías de Ribalta (1963) no están ubicados en ningún sitio concreto. Sólo pasaban por allí en ese preciso momento, el instante en que Ribalta dispara. Sólo eso les atribuye valor, sólo ese pasar confiere sentido a la narración de la fotografía. No han hecho nada para atraer la atención, sólo pasar. ¿Qué queda después? La fotografía permanece como testimonio de ese instante: ninguno en particular, sólo el vestigio de un fragmento de tiempo que hemos conseguido capturar.