DARWIN DICE que al poder no le gusta el teatro.
Por FERNANDO J. LÓPEZ. La enseñanza me apasiona por muchos motivos. Porque hace que me levante ilusionado cada mañana. Porque todos los palos que nos han dado desde el poder -tan interesados en debilitarnos- solo han servido para fortalecernos y sacar lo mejor de la comunidad educativa (padres, alumnos, profesores). Porque aprendo cada día de mis alumnos y porque, en cada curso, se abren círculos invisibles que el tiempo, en ocasiones, se encarga de seguir ampliando. O incluso de cerrar.
Y así, en círculo perfecto, nace DARWIN DICE, este nuevo montaje de un texto mío. Un círculo que surgió allá por mis tiempos de estudiante universitario, cuando soñaba con ser algo parecido a esto que -según me dicen- ya voy siendo, y escribía obras de todo tipo y condición con la única premisa de montarlas, estrenarlas y pelear por moverlas donde fuera posible. Así surgió un encargo imprevisto, un texto pensado para unas jornadas de Universidad y Empresa en la Complutense que debía ser cómico, ágil y centrado en la realidad de quienes, diez años atrás, acabábamos de entrar en nuestros veintipocos.
Yo, que soy muy obediente, escribí un texto cómico -esa era la primera premisa- que reflejaba mi realidad -premisa segunda-, pero a los organizadores del evento no les gustó nada, porque -me dijeron- la imagen era demasiado crítica y se aludía a problemas -añadieron- muy reales. Aquel texto debía ser representado por diversas compañías en todo el campus y, aunque se me invitó amablemente a censurar algunos pasajes, se estrenó tal cual.
Y diez años después -perdonen la elipsis: pero la vida suele ser así de brusca cuando dibuja círculos- unos ex alumnos del instituto donde yo trabajo me escriben para contarme que han montado una compañía teatral, Vaivén Teatro, que ya han hecho sus primeros montajes -en el mundo del teatro infantil- y que les gustaría saber si puedo ofrecerles uno de mis textos para su primer estreno de teatro adulto. Busco en mi carpeta y aparece, sepultado en el olvido, Darwin dice, así que -aunque con reticencia (uno es inseguro siempre)- se lo envío.
A ellos les gusta. A su futuro director, Simon Breden, también. Y a mí, que lo releo, me sorprende que sea tan actual. Un dibujo de una crisis que ya se gestaba en el triunfo de la política económica aznarista –neoliberali sumus– y que ahora, globalizado y cristalizado en fracaso común, sale a borbotones.
El próximo miércoles 13 estaré sentado como espectador en la sala Nudo, esperando con atención el estreno de una de mis comedias más duras -sí, en eso mis censores tenían toda la razón- pero, también, más vigentes y, sobre todo, más comprometidas. Saber que son ex alumnos de mi propio centro quienes cierran el círculo para abrir el siguiente le suma, si cabe, mayor emoción. Y me recuerda por qué la educación y la cultura están siendo tan castigadas por el poder. Porque pueden llevarnos a pensar, a reflexionar y, si la osadía cunde, también a rebelarnos. Y al poder le gustamos sumisos o fagocitando realities, pero no en las aulas. Ni el teatro.
Mucha mierda, chicos. Sois unos valientes.
P.S. Podéis encontrar más información sobre horarios, entradas y actuaciones de DARWIN DICE en el blog oficial de VAIVÉN TEATRO (pulsen aquí).