El blog de hoy: Microrréplicas
Fausto en la caverna, por Andrés Neuman
Fáusticamente, escribió Eugenio Trías en su Prefacio a Goethe: «Enemigo y amigo a la vez, el Tiempo fija un límite a la acción, obliga a la determinación, establece un dique a la omnipotencia del deseo: fija un pacto que permite el pasaje de lo posible a lo real». En sus últimos años, Goethe experimentó una atracción más romántica que su propia juventud. Con la monstruosidad que le era propia, Goethe no vivió su ancianidad como vida realizada, sino como tentación de eternidad. Amó, escribió y planeó con desmesura. En su obra, observa Trías, Goethe «magnificó la acción. Y sin embargo, ¿no se hallan todos sus personajes aguijoneados por la duda?». Como todo gran lector, Trías tanteó un autorretrato en aquello que leía. A ese efecto, ciertos clásicos son espejos abismales. En sus Conversaciones con Goethe, Eckermann compuso un duelo de vampiros donde el discípulo se somete al maestro para sorber su sangre, mientras el anciano se deja exprimir sabiendo que necesitará la fuerza del joven para concluir sus trabajos. Desde extremos opuestos de la vida, los dos son Fausto y se defienden del tiempo. La descripción necrófila del cadáver de Goethe es digna de una novela gótica. Enamorado, triste y victorioso, el discípulo ha sobrevivido al cuerpo del maestro, a costa de cargar con su fantasma. Enfermo hacía tiempo, Trías falleció ayer. Nos parece mentira que muera la gente a la que leemos, igual que nos asombra subrayar pensamientos póstumos. Sus ideas seguirán resonando en nuestras cabezas mortales. Como un juego de ecos que cambian de caverna, pero jamás se extinguen.