PensamientoReseñas

La vida y la brida

Por Mario S. Arsenal.

ACA0172Seamos sinceros. La cultura es de todos pero no es para todos. En estos momentos más de uno estará pensando qué tipo de barrabasada es ésta. Intentaré explicar esta despótica afirmación con la mayor claridad posible, y para ello recurriré a Zbigniew Herbert (1924-1998), un poeta quizás conocido por muchos, pero ni mucho menos un poeta de grandes masas. Cultivó las letras como afición y publicó su primer libro a la edad de 32 años, convirtiéndose al parecer en uno de los baluartes de las letras polacas. Sería éste el preludio de una carrera literaria colmada por numerosos premios y un reconocimiento nada desdeñable, a pesar de que el régimen comunista lo confinó a la categoría de enfermo mental por sus flirteos con un cierto tipo de patriotismo no muy bien entendido por el poder.

Anécdotas aparte, la obra de Herbert, esencialmente poética, es de una monumentalidad que seduce; pero monumental en el sentido de complexión, no de volumen. Al otro lado de la orilla literaria confluyen felizmente otros aspectos hasta ahora poco conocidos: me refiero a su faceta como ensayista. «Naturaleza muerta con brida. Ensayos y apócrifos» (Acantilado, 2008) es un ejemplo perfecto para explicar uno de los paradigmas más contravertidos de la cultura. Se recogen en este volumen los escritos del poeta nacidos de su visita al norte de Europa y también –he aquí el quid de la cuestión– sus impresiones frente a la pintura que, al hilo del recorrido, pudo contemplar en sus museos. Capítulos maravillosos en los que artistas como Jan van Goyen, Adriaen van Ostade o Gerard Terborch aparecen dibujados como maestros olvidados, cubiertos por una especie de eclipse histórico que, desvelado por la letra del poeta, recobra de nuevo su vivacidad, su presencia, su razón de ser, su propia verdad. Era evidente, por otra parte, que una operación de este tipo sólo podía llevarla a cabo un poeta, pues cuan agotados estarán los estudiosos de encontrar en las enciclopedias líneas y líneas de historia sin alma, insípidas, que no nos dicen nada. Herbert sin decir nada, huyendo de la enciclopedia y adentrándose en la esencia del instinto, nos lo dice todo.

Ahora me gustaría volver al inicio y explicarles la “barrabasada”. El título de este libro está tomado de una obra (la única conservada hasta la fecha) de Jan Simonz van de Beeck (n. 1589), más conocido por su nome de guerre latino Torrentius, un pintor holandés que detrás suya esconde una historia enigmática digna de una novela fantástica. En su tiempo fue pintor que gozó de alta estima en los círculos de su ciudad, todo hombre pudiente quería una obra suya. Sobresalían los bodegones, las escenas populares, incluso realizadas en soportes peculiares como es nuestro caso. «Naturaleza muerta con brida» ha llegado a nosotros gracias a la tapa de un tonel, ignota durante muchísimos años y conservada adecuadamente gracias a esta circunstancia. Pueden comprobar que no hay mal que por bien no venga. Claro, a quienes algo nos importa. Pero el objeto de este escrito no es la obra de Torrentius, sino el instinto de Herbert, quien, según nos cuenta él mismo, se topó con esta fantástica pintura en el Rijksmuseum de Ámsterdam. Una extraña emanación surgió del contacto con aquella tapa de barril y él supo que escondía algo realmente maravilloso. Indagó, buscó, recabó toda la información que pudo y reconstruyó las peripecias de este misterioso artista. Al fin y al cabo, y todavía hoy, sigue siendo más una incógnita que una certeza, pero la vida de Jan Simonz van de Beeck es absolutamente fascinante. Utilizo el presente “es” porque nuestro poeta se ha encargado de hacerlo visible y de enseñárnoslo a la luz del ahora, no del ayer, que es lo que suele ocurrir con las historias impresas en manuales. Parece que la máxima aristotélica se cumple de nuevo. Sólo un poeta hubiera sido capaz de hacer presencia de la ausencia (estoy citando a Darwix deliberadamente), desvelar con belleza la verdad y de hacerla digerible además de sugerente, como renacida. La cultura, de este modo, se convierte en patrimonio de todos, pero sólo accesible a instintos poco comunes.

Estamos ante uno de los más maravillosos ensayos que puedan encontrarse en lengua española sobre arte. Es de esos libros que uno habría de leer como el que lee los Ensayos de Montaigne. Un auténtico narcótico para amantes del arte y la cultura.

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«Naturaleza muerta con brida. Ensayos y apócrifos»

Zbigniew Herbert

Ed. Acantilado, 2008

224 pp., 19 euros.

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