Vade retro Satana
Por Luis Borrás.
El diablo me obligó. F.G. Haghenbeck. 198 páginas. Editorial Salto de Página. Madrid, 2012.
Seguro que hay administradores de páginas web, bloggers especialistas en el género y coleccionistas de cómics que podrían hacer de este “El diablo me obligó” una crítica mejor que la mía. Yo me pongo a buscar referencias en el trastero desordenado de mi memoria y tan sólo encuentro a “Constantine”, la película de Francis Lawrence protagonizada por Keanu Reeves. Entre las dos hay ciertas coincidencias argumentales y recuerdo que en la película hay varias escenas realmente buenas. Pero ahora, ante mis ojos, se hace pequeña y un poco –tal vez injustamente- teen. Hoy en día con los ordenadores puedes crear la imagen más extraordinaria y aterradora, engañar a la vista y hacerle creer lo que quieras al espectador. Con esta novela estoy hablando de literatura. Sí, ya sé que son lenguajes diferentes, pero que nadie me pida objetividad; si tengo que elegir bando lo tengo claro: Haghenbeck gana. Porque en una película se puede crear al alien, zombi, vampiro y demonio más espeluznante y sangriento; pero en la literatura el dibujo se hace más difícil y complicado y tiene que estar muy bien hecho para que resulte creíble y no una caricatura o un guión de Ed Wood. Pero, sobre todo, la literatura cuenta con las palabras, los sustantivos y los adjetivos capaces de definir, enfocar, crear la imagen y llegar aún más lejos. “El diablo me obligo” empieza utilizando una técnica común al cine y a la novela: una secuencia urbana, tenebrosa e impactante que hace que te olvides de que mañana es martes y tienes que madrugar. Haghenbeck gana porque en el primer párrafo ya está la literatura: “Las calles ofrecían el espectáculo deprimente de la humanidad cagándose en el planeta. Grandes avenidas de concreto simulaban arterias gangrenadas. Si la ciudad de Los Ángeles es lo más alejado del cielo de Dios, entonces East Side es el mismo culo del diablo. Al menos, una de sus almorranas”. La literatura y el estilo –salvaje y directo- de un mexicano con un apellido que habrá tenido que deletrear miles de veces. “Eran refugiados de la pesadilla del hambre en su país. Sobrevivían al calor y a la migra, abanicándose mientras workeaban como limpiaexcusados en un McDonld´s. Había mujeres en camisones, coronadas con una orgía de tubos; hombres en calzones y con una gran panza a los que se les asomaba un testículo que buscaba refrescarse.”
Y en el segundo capítulo técnica de flash-back y cambio de escenario. De las calles de Los Ángeles pasamos a las montañas de Afganistán. Un comando del ejército norteamericano persigue a los talibanes en sus cuevas, pero en realidad son “diableros” que se dedican a cazar demonios por encargo. Y a continuación la presentación de la “Karibumaquia”: peleas clandestina de ángeles y demonios en todas sus modalidades. Los organizadores son humanos que capturan o crían a estas criaturas para el combate. Las peleas son a muerte y no son más sanguinarias que las peleas de gallos, de perros o las corridas de toros. Grandes apuestas, poder y mucho dinero. A todos los criadores o cazadores de querubines y diablos de pelea se les llama diableros y el ruedo donde se lleva a cabo los combates se llama hoyo”. Ya sabemos de qué va todo esto. “Constantine” es definitivamente una película teen y la imaginación de Haghenbeck no tiene límites. En “El diablo me obligo” hay misteriosos ritos, una sociedad secreta: “El Cónclave” y referencias a la Biblia gnóstica. “El Código Da Vinci” es una novela para beatas y meapilas, y “El exorcista” es el Jurassic Park de las películas de posesión. Robert Rodríguez debería hacerle una oferta a Haghenbeck para que se convirtiera en su guionista.
Seguro que los coleccionistas de cómics conocen a Haghenbeck. Seguro que esta novela se citará en las webs y en los foros especializados. Ellos conocen mejor el producto y sabrán apreciar sus virtudes y dejarán en evidencia sus defectos. Yo reconozco que me ha causado el mismo asombro de un adolescente que ve por primera vez a una mujer completamente desnuda en una fotografía a todo color. Que me he sentido fascinado por sus personajes: el sobreviviente Elvis Infante y su coche: “Un Chevy 74, rojo metálico. Achaparrado, equipado y remodelado como nave espacial chicana. La figura de plástico de la caricatura de Cantinflas, vestido de diablo, miraba al frente desde el cofre”. El Tecate y Lil Gotik: “Tratas de pensar qué dirán los demás automovilistas que vean a un tejano con sólo un chaleco y una japonesa disfrazada de la novia de Tim Burton. Crees que no mucho. A fin de cuentas vives en Los Ángeles. Todos están locos y tienen reservado un cuarto en la casa de la risa. Sin excepción”; Curlys, el padre Benjamín, Norma Schimtz y Kitty Satana: “Pómulos redondeados y rojizos, de niña pícara, la que pone la chincheta en la silla del profesor”.
Tal vez de esta novela se pueda decir que no tenga más pretensión que la de ser un pasatiempo, una buena novela de género. Y aunque en algunos momentos pueda resultar confusa y excesiva debo reconocer que me he divertido mucho con el espectáculo, con su puesta en escena, con su estética, con sus descripciones y sus diálogos. Que Haghenbeck aprovecha la trama para recordarnos unas cuantas verdades sobre Afganistán, sobre la emigración mexicana en los EEUU, las drogas y hacer demoledora crítica social. Para hablarnos del infierno diario y los demonios personales; que “el bien y el mal poseen el mismo código postal: el hombre”. Hablarnos en espanglish y usar un lenguaje canalla, realista, salvaje, irónico, tierno, fantástico y burlesco. Miles de palabras que valen más que una imagen.