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Miseria, moralidad y aplausos desde lo alto

Por Cristóbal Vergara Muñoz.

basuraPara no irme a lugares lejanos en cuanto a la reflexión que quiero plantear, propongo pensar sobre la miseria que estamos viviendo actualmente en nuestro país. No pretendo hablar directamente sobre medidas y personajes políticos, sino centrarme en las repercusiones que todos los integrantes de las clases medias y bajas de este país venimos experimentando desde el inicio de la llamada “crisis”, la cual, según nos dicen, es producto de “los ciclos” normales del sistema. Esta crisis es lo que ahora toca y por tanto la inmensa precariedad y el dolor que podemos encontrar casi al doblar cada esquina es la consecuencia lógica, según nos dicen. Es decir, la experiencia de que yo me tope ahora con total costumbre y normalidad con múltiples personas rebuscando en la basura y en los contenedores de residuos debe estar inserta dentro de las reglas de la economía global.

Hoy en día, en Occidente hemos experimentado por fin lo que es la desesperación y el abandono a la miseria; y si hace menos de una década me hubieran dicho que esto iba a ocurrir me hubiera parecido increíble. Ahora bien, con más del 25% de la población activa en el paro, es decir, más de 5 millones de ciudadanos sin empleo, ¿cómo no ha colapsado ya nuestra sociedad? Múltiples son las razones pero hay algunas de carácter general que podemos considerar.

Según parece, el apoyo de las familias a las personas sin empleo ha sido fundamental. Ayudarse unos a otros y estirar para que de donde hay para 3 haya para 4. Ese característico apoyo familiar de la cultura de los países mediterráneos parece sustentar a gran parte de las miles y miles de familias españolas que se ven abocadas a un nivel de vida de mera supervivencia de unos años hasta ahora. Nos encontramos en la actualidad con el auge de ciertos elementos que apoyan en lo más básico a los ciudadanos, situación que no habíamos escuchado antes y que más bien nos retrotrae a las historias de carencia contadas por nuestros abuelos.

Otro de esos elementos que mitigan el colapso de la ciudadanía y sirven a modo de colchón para menguar el sufrimiento es el trabajo de los bancos de alimentos y los comedores sociales ; me refiero a todo ese espectro de pequeñas o no tan pequeñas organizaciones que se dedican a cubrir las necesidades más básicas de quienes menos tienen a nulo o bajísimo coste y que lo hacen impulsados por una necesidad moral y nunca lucrativa. Los ciudadanos de la clase media de este país, durante el “boom inmobiliario” por ejemplo, no se paraban a pensar que en un futuro cercano fuesen a necesitar de ellas. Ese tipo de cosas era “para pobres” y desde el inicio de la crisis hasta hoy mismo muchas familias se han visto avergonzadas al tener que acudir a semejantes centros. El proverbial orgullo de clase media se ha visto quebrado por el ansia de los poderosos, que han decretado la necesidad de quitarnos todo.

Las organizaciones de beneficencia y caridad han aumentado y además ha aumentado la cantidad de “afectados” a los que tienen que atender hasta un nivel que en muchos casos supera sus posibilidades. Pensemos y reflexionemos ahora que aun muchos todavía no pasamos hambre: ¿qué suponen estas organizaciones? ¿Suplen realmente alguna función que tendría que llevar a cabo el Estado? Dependiendo del modelo de sociedad que tengamos en la cabeza, podremos dar unas respuestas u otras a estos problemas. A mi parecer, y a modo de problemática, se plantea una clara disyuntiva al respecto.

Por una parte, las organizaciones caritativas:

– Ayudan a mitigar el dolor que los más afectados por la crisis están padeciendo.

– Ejercen una gran labor social, incluso cuando a menudo no llegan a acaparar tal demanda de ayuda (ni siquiera en una situación de “bonanza económica”).

– Demuestran moralidad y empatía en alto grado.

Sin embargo, por otra:

– Se dedican a labores que según ciertas posturas ideológicas deberían ser asumidas por las instituciones.

– Cumplen funciones sociales que ayudan a los políticos y poderosos a no contribuir al justo desarrollo de la sociedad, a saber, de una manera indirecta los legitima, ya que se descarga en este tipo de organizaciones la responsabilidad de ayudar a lograr una vida digna para todos.

– Al ayudar a mitigar el sufrimiento de los más necesitados, podrían contribuir indirectamente al no levantamiento de la población contra los injustos gobernantes.

Mi pretensión no es criticar ni mucho menos a todos aquellos que guiados por su moralidad arriman el hombro para ayudar al prójimo en su supervivencia y en el desarrollo de su vida diaria. Los respeto en grado sumo. Sin embargo, a la hora de pensar de manera global, lo que en esta reflexión os planteo es si hay un problema de perspectiva frente al asunto, es decir, si las organizaciones benéficas, caritativas y de ayuda para los más necesitados de un país “avanzado” o “del primer mundo”  como el nuestro, impulsadas por su moralidad y su empatía hacia sus semejantes, han asumido funciones que en un plano más general deberían ser reclamadas por la ciudadanía en el plano político. Si la desconfianza hacia las instituciones públicas y los ámbitos de poder generada por las malas prácticas del “establishment” político y económico es suplida por particulares, la gente necesitada buscará ayuda en esos particulares, dejando obrar a su antojo y según su egoísmo personal a quienes en realidad deberían de encargarse de solucionar el problema. Si el ámbito del poder condena cada vez más a la miseria a la ciudadanía, y a cambio ciudadanos menos perjudicados ayudan a otros a suplirles parte de lo que los poderosos les han quitado, es claro que indirectamente “se deja impune” la afrenta sufrida.

¿Es posible que esta cuestión dependa enteramente del modelo de sociedad que cada particular se plantee al elegir a sus representantes, si es que tiene alguno? ¿Los ámbitos de poder gobernantes cuentan ya con este tipo de instituciones para facilitarles su labor? Bien sabido es que a los que disfrutan de la opulencia les es grato después presentarse ante la sociedad como grandes filántropos y benefactores- para lavar su apariencia moral, ya que el que mucho suele poseer poca moralidad suele gastar-. Todos hemos visto las fotos de gobernantes y “líderes”(como a veces los denominan) repartiendo pan para los más necesitados. Mi preocupación, entonces, es: si bien la dignidad y ética de ciertas personas anónimas impulsa a éstas a ayudar a los demás, puede que de esa manera sólo estén alargando la agonía y evitando responder de manera frontal a la terrorífica situación social en la que nos encontramos.  

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