El canto del cisne
Por Ricardo Martínez.
El canto del cisne. Edmund Crispin. Impedimenta, Madrid, 2012.
Su libro anterior, el de ‘La juguetería errante’, era un juego de espejos, más o menos reales –con su aquél casi sicológico en cuanto a supuestos y variantes de la voluntad, de la intencionalidad-, cuya trama resultaba extraordinariamente seductora. Aquí, en esta nueva entrega, los espejos son menos, y más ‘reales’ si acaso, pero de una seducción también muy grande.
Para la resolución de la rica trama (en este caso varios asesinatos teniendo como fondo un teatro donde se va a representar la ópera ‘El anillo de los Nibelungos) volvemos a contar con Gustave Fen, profesor, a la sazón, de Literatura en Oxford –lugar elegido, una vez más, para la acción- que es “un hombre espigado y larguirucho, con el rostro rubicundo y afeitado, y un pelo oscuro que se levantaba en púas rebeldes en la coronilla” Aficionado al whisky y a Shakespeare, posee una gran inteligencia para discernir acerca de la voluntad más o menos explícita que acompaña al comportamiento humano, y posee, también, un destartalado coche que, cuando arranca, le sirve de ayuda para sus pesquisas.
Una vez más, con todo, el buen lector se encontrará, no con una novela policíaca al uso, sino con un viaje por el corazón humano expuesto a la realidad de las pasiones. Es decir, lo que existe de fondo, como argumento, es la envidia, la codicia, el sempiterno amor… Y acaso una alusión indirecta hacia la soledad del hombre. Hasta tal punto que, casi, el argumento de la historia es lo de menos; lo que importa es el individuo como tal. El hombre con sus ambiciones, la mujer con su sensible sentido del vínculo. Diríase que el capítulo veinte tiene mas bien poco que ver con la acción, que siempre suele ser trepidante –sobre todo en lo que hace a supuestos y la sucesión de acontecimientos- y, sin embargo, está perfectamente engarzado en la trama por cuanto, en efecto, lo que se trata es el interior sintiente, lo que anima nuestros actos.
La lectura resulta ágil, vívida en todo momento, y un tanto exigente para no perder detalle; siquiera la aparente ingenuidad de una frase. El lector no puede sustraerse a tanta intriga. Y el final siempre resulta sorprendente.