El Estado, la mafia y el ejemplo griego
Por Layla Martínez.
El pasado lunes tuve la oportunidad de asistir a una de las charlas que dos activistas del movimiento libertario griego, Mario Tursunidis y Kostas Floros, están dando por todo el territorio del Estado, en una gira organizada por la Coordinadora Anti-privatización de la Sanidad. En ella, los dos activistas describieron la situación que se está viviendo en Grecia de una manera que me pareció muy acertada: para ellos, la crisis griega no es una crisis económica, es una crisis sistémica que tiene uno de sus puntos clave en la sustitución de un modelo de Estado por otro. El Estado del bienestar está siendo desmantelado y en su lugar se está implantando un nuevo tipo de Estado, cuya función se limita a asegurar el funcionamiento del sistema capitalista y mantener el orden establecido a través de la represión directa.
Ellos no le pusieron nombre a este nuevo tipo de Estado, pero yo creo que podríamos llamarle Estado mafioso sin equivocarnos mucho. No ya por los ingentes casos de corrupción que vemos a diario, sino por la lógica de su funcionamiento, muy similar al de las organizaciones mafiosas. Imaginemos que somos propietarios de un pequeño negocio en un barrio cualquiera de una gran ciudad. A los pocos días de su apertura, nos visitan dos miembros de la organización mafiosa que controla esa zona y nos exigen un impuesto por tener el local abierto. Nos advierten de que si decidimos no pagarlo, el negocio será incendiado por los propios miembros de la mafia. Es decir, nos exigen un impuesto a cambio de protegernos de los daños que ellos mismos nos van a causar. Si trasladamos esta lógica al nuevo tipo de Estado que se está implantando en Grecia, tenemos una forma de funcionamiento muy similar. El Estado reclama impuestos a los ciudadanos y, a cambio, solo les ofrece seguridad respecto al daño que él mismo puede provocar. Vendría a decir algo así como: «págame o envío a mis policías a que te desahucien, a mis jueces a que te metan en la cárcel, a mis asistentes sociales a que te quiten la custodia de tus hijos». En el modelo del Estado del bienestar, los impuestos estaban destinados en su mayor parte a ámbitos como la educación, la sanidad o las pensiones, por lo que los ciudadanos percibían que, de alguna manera, lo que pagaban les era devuelto en forma de servicios públicos. Sin embargo, con el desmantelamiento del Estado del bienestar, aparece un nuevo tipo de Estado en el que los impuestos ya no se traducen en servicios públicos, sino que se dedican al mantenimiento del aparato represivo que permite obtenerlos y a disciplinar a los que se niegan a aceptar el orden existente. Es decir, los dos pilares fundamentales de cualquier organización mafiosa.
Alguien me podría objetar que la realidad es más compleja que todo esto, y tendría razón. En primer lugar, porque el Estado justifica el mantenimiento del aparato represivo diciendo que no solo sirve para castigar a los que cuestionan el orden existente, sino también para protegernos de asesinos, pederastas y perturbados en general. Aunque admitiéramos este supuesto –que podríamos cuestionar con muchos argumentos diferentes-, lo cierto es que seguimos estando dentro de la lógica de funcionamiento de las organizaciones mafiosas, que también justifican las extorsiones diciendo que nos protegen de posibles peligros externos. Es decir, esos dos mafiosos que nos han visitado antes nos habrían dicho que en la zona controlada por su organización no hay atracadores ni delincuentes, por lo que pagar el impuesto nos asegura protección frente a este tipo de problemas. Puede que esto sea cierto, pero entonces debemos preguntarnos si estamos dispuesto a aceptar ese grado de control y sometimiento a cambio de una hipotética seguridad.
Otra objeción que puede ayudarnos a complejizar el paralelismo que he trazado entre el Estado y las organizaciones mafiosas es la introducción del factor macroeconómico. El nuevo modelo de Estado que tiene en Grecia su laboratorio de experimentación responde a la imposición de los grandes poderes económicos, que buscan nuevos sectores con los que seguir incrementando su tasa de beneficio. Una vez que se ha vuelto imposible extender el capitalismo geográficamente –hasta la comunista China participa de la economía de mercado-, el incremento de la tasa de beneficio exige extenderlo hacia dentro, es decir, hacia ámbitos de la propia sociedad capitalista aún no colonizados por el mercado. Y uno de esos ámbitos privilegiados son los servicios públicos, que deben ser privatizados. En este sentido, la labor del nuevo modelo de Estado no sería solo la de obtener impuestos para mantener el monopolio de la violencia y reproducirse a sí mismo, sino también para asegurar que los poderes económicos incrementen su tasa de beneficio. Es decir, el dinero que extrae de los ciudadanos va destinado fundamentalmente a dos ámbitos: el aparato represivo y los poderes económicos. Esto se ha visto de forma muy clara con la financiación que el Estado español –en el que ya se está introduciendo la lógica del nuevo modelo- ha dado recientemente al sistema bancario, que ha obligado a que los ciudadanos paguemos de nuestros bolsillos los beneficios de la banca. Podría parecer que este desvío de dinero hacia los poderes económicos aleja la forma de funcionamiento del Estado de la de la mafia, cuyo único fin sería el enriquecimiento directo de los que la dirigen. Sin embargo, esto es cierto solo si entendemos el Estado como una organización mafiosa en sí mismo y no como parte de un conjunto más amplio. Es decir, en este paralelismo, el Estado no sería la organización mafiosa completa, sino la parte dedicada a asegurar el mantenimiento de la misma, extrayendo el dinero de los de abajo para dárselo a los de arriba y evitando que ese orden sea cuestionado. Dicho de otra forma: sería la parte de la organización que se ve, la que nos visita en nuestro negocio y nos quema el local si no cumplimos, no el capo que se enriquece en una mansión situada en algún paraíso fiscal.
De hecho, los paralelismos entre el Estado y las organizaciones mafiosas son aún más evidentes si analizamos el caso de México, el país donde la mafia del narcotráfico es más fuerte en la actualidad. En algunas zonas de México, los grandes narcos han comenzado a sustituir al Estado en mucho más que el monopolio de la violencia. Con el objetivo de asegurarse el apoyo de la población, los narcos no solo proporcionan empleo, sino que además financian colegios, hospitales y centros de salud. Es decir, en cierto sentido han empezado a actuar como una especie de Estado del bienestar. Y es que no olvidemos que el Estado del bienestar surge históricamente como una forma de acabar con la conflictividad social, ya que ésta es mucho más elevada cuando el ejercicio del poder se basa únicamente en la represión directa. De hecho, en Grecia no solo ha avanzado la construcción del este nuevo modelo de Estado, sino también la resistencia a él. Y esta resistencia es ahora más necesaria que nunca.