Conversaciones con Tapiès
Por Nabor Raposo.
Imma Julián: Conversaciones con Tapiès.
Ediciones Barataria, 2012. 176 págs. 15 Euros.
La crítica especializada considera la trayectoria del pintor Antoni Tàpies (1923 – 2012) tomado como punto de partida un modelo de figuración muy próximo al surrealismo (finales de los años ‘40) del que se irá alejando hasta alcanzar, varias décadas después, la consecución de un lenguaje propio a través del informalismo matérico –corriente que fue tomando forma y definiéndose a medida en que el propio artista iba produciendo lo que hoy conocemos como su legado artístico–. Pero analizar la obra de Tapiès da para manuales enteros sobre arte de vanguardia, y no es el caso que nos ocupa. En esta ocasión se trata, más bien, de escuchar al protagonista, y aceptar la transcripción del vis-à-vis como fórmula válida del testimonio. Seguramente, el lector espere hallar en estas páginas, como mínimo, alguna aproximación a los entresijos que conforman el proceso creativo del genio contemporáneo, lo que por norma general suele ser algo interesante e instructivo: cómo descubrió la utilidad de la materia como transmisor de un nuevo lenguaje, de qué manera llegó a la conclusión de que el cuadro no era el objetivo en sí mismo, sino el diálogo que establecía con él (“el cuadro pide, el artista completa”); la influencia que tienen en su discurso pictórico las corrientes filosóficas y espirituales orientales, concretamente el budismo mahayana y el Zen.
Es precisamente en este punto cuando tiene lugar la aparición en escena del desencanto, ya que poco o nada esclarece el presente volumen sobre esa búsqueda. Pese a que la coautora de estas glosas deja bien claro sus intenciones ya en la nota preliminar a la edición (“Estos diálogos ponen en evidencia una serie de hechos: un análisis crítico de nuestra historia reciente y la libertad del artista y su compromiso con la sociedad de su tiempo, así como la defensa de esos preciados bienes que son la democracia y la libertad”), no dejan de acusarse ciertas carencias que sugieren un desconocimiento del oficio periodístico, en primer lugar, y lo que es más importante, un deliberado descuido hacia todo aquello que en el arte debería suscitar un verdadero interés.
El texto recoge una serie de conversaciones mantenidas en 1976, 1985 y 1999 entre la catedrática de Historia del Arte de la Universidad de Barcelona, Imma Julián (Barcelona, 1941) y el propio Tàpies; conversaciones cuyo grueso constituiría un poco interesante y escasamente profundo repaso a los nombres y grupos que impulsaron la vanguardia catalana en pleno régimen franquista. El poso, más bien frío, que los careos dejan en el lector es achacable principalmente a la obsesión de la interlocutora por focalizar la obra de Tapiès en este contexto: de hecho, a tenor de los diálogos, es el mismo Tapiès quien parece no concederle demasiada importancia al asunto, a pesar de que sus ideas políticas siempre fueron sensibles a la libertad de los pueblos en general, y a la identidad catalana en particular, como todo el mundo sabe. Partiendo de esta idea, la entrevistadora nunca abandona esta empecinada obsesión por diluirse en una catarsis de nombres propios y grupúsculos agitadores del arte de vanguardia de escasa repercusión –más allá del ámbito regional–, lo que hace de la lectura de estas conversaciones un ejercicio intrascendente, a pesar de la envergadura intelectual de la persona que tiene la paciencia de responder.
Sirvan como ejemplos la obstinación de la antóloga por incidir en temas que a Tàpies parecen importarle bastante poco, como pueden ser los sucesivos intentos que llevó a cabo el régimen franquista por instrumentalizar el arte a su servicio (tema que da lugar a alguna que otra anécdota curiosa y que, en cualquier caso, a Imma Julián parece sacarle especialmente de sus casillas), el “mamoneo” de los premios (especialmente, la Bienal de Venecia del año’ 58, que da pie también a varios chascarrillos) o el papel que jugaron las influencias externas en el panorama catalán (el artista le recuerda hasta tres veces en apenas setenta páginas que vivía “al margen de lo que ocurría en Madrid”). La tediosa insistencia con que una y otra vez pretende sacar a colación “el clima social y el tiempo político” acaba siendo respondida por Tàpies con una brutal indiferencia, como si fuera el primero en percatarse de la monotonía subyacente a esa terquedad tan hostigadora. Julián incluso se permite el lujo de buscar la complicidad del artista para atacar a algún colaborador de aquellos años funestos; algo que quizá no sea reprobable desde el punto de vista ético, pero que en este caso se antoja más bien gratuito, como si con ello quisiera zanjar alguna cuenta personal. Apoyarse en el pensamiento de alguien con cierta entidad para reforzar las fobias propias no siempre resulta de buen gusto. Ilustra todo lo escrito anteriormente, por fin, la pasión con que Julián retrata a Tàpies, a quien insta a responder a sus preguntas “como pintor catalán y pintor vanguardista de Catalunya”. Cuesta pensar en catedráticos de Historia del Arte que no interpreten su disciplina como algo universal que poco entiende de fronteras, pero eso ya es harina de otro costal. No obstante, y tal y como vienen dadas, se agradece que no caiga en sentimentalismos absurdos ni nostalgias de ningún tipo. Al menos eso hay que concedérselo.
En otro orden de cosas, cabe señalar algunos aspectos que refuerzan la sensación de un texto mal concebido y mal resuelto. Las tres conversaciones, aún con intervalos de hasta catorce años de diferencia, resultan asombrosamente repetitivas: en efecto, las tres incluyen prácticamente las mismas preguntas sobre Dau al Set o la importancia que los premios tienen para el artista. Además, la progresión que debería mantener la charla, en términos estructurales, no respeta una continuidad cronológica coherente, sino que da saltos adelante y hacia atrás en el tiempo de manera injustificada, especialmente en la primera conversación, que ocupa prácticamente tres cuartas partes del libro: (I.J. Crees que el gran boom económico de los sesenta […] Siguiente pregunta: I.J. A finales de los cincuenta se observaban […]; pág, 110).
Las sensaciones que provoca la lectura de estas Conversaciones con Tàpies son, en definitiva, aquellas que afloran con el lamento de la oportunidad perdida. Los nombres que podrían haber dado sentido a un texto de estas características, los nombres de Picasso, Dalí, Chillida, e incluso Carlos Barral o José María Castellet, son mencionados prácticamente de carrerilla, a excepción hecha de Miró, Eugenio d’Ors o el poeta Joan Brossa (especialmente sangrante es el caso de Jorge Oteiza, por cuya situación pregunta Julián sin obtener respuesta y sin que el silencio de su interlocutor le haga insistir, en una de las pocas ocasiones en que verdaderamente tendría que haberlo hecho). Esa es la tónica: la de un intercambio que se queda en la superficie, en lugar de escarbar en el sustrato cuando se tienen a mano todas las herramientas disponibles. Realmente, es una pena que se haya pasado de puntillas sobre algunos de los episodios más importantes de la vida de uno de los artistas más influyentes de nuestro tiempo: la enfermedad que le marcó de joven y su convalecencia en el sanatorio de Puig, su estancia en París, patrocinada por la beca del Círculo Maillol del instituto Francés, el ‘Zen en el arte del tiro con arco’… en definitiva, todas aquellas tribulaciones que marcaron al hombre y encumbraron al artista; alguien que en algún momento descubrió que antes de ponerse a elaborar un discurso pictórico es imprescindible desarrollar una corriente de pensamiento, que apenas queda reflejada en sus Conversaciones con cuentagotas: reclamando en silencio la necesidad de una educación estética, carga las tintas contra la crítica, la experimentación sin contenido, la pretendida novedad por la novedad o la influencia nefasta que ejercen los medios de comunicación sobre artistas jóvenes.
Para Tàpies, la necesidad de comprender el verdadero lugar que ocupa el arte en la sociedad no era más que un problema de educación estética general. Y ese es, precisamente, uno de los principales problemas que los editores de este libro no han sabido resolver.