Antigua luz
Por Ricardo Martínez.
Antigua luz. John Banville. Alfaguara, Madrid, 2012.
“El lenguaje –ha dicho el autor recientemente- está para ser deformado; eso sí, con una lente muy limpia” Quiero entender en ello, no un atentado al discurso racional, a sabiendas de que estamos ante un autor preciso y brillante en el uso del lenguaje como pocos, sino como discurso de incitación, de sugerencia, de alusión poética. Lo cual no supone deformar sino, tal vez, distender, flexibilizar, enriquecer, en suma.
La novela, que renueva con fruición algunos recursos literarios del autor (el tratamiento de los efectos de la luz, la hija muerta y el mar, el actor…) es un precioso ejercicio de memoria, de observación, de indagación psicológica. Un testimonio literario de, a mi entender, uno de los mejores escritores contemporáneos.
Su capacidad no solo descriptiva, sino de visualización de la realidad, es proverbial. Con ello no solo expresa la realidad de una forma exterior, la común en un contador menos perspicaz, sino que parece adentrarse dentro de ella para, además de ponerla de manifiesto, ayudarnos a entenderla; o explicarla. O a reflexionar, sencillamente, en aquello que por ser un gesto cotidiano, corremos el riesgo de pasar por alto su valor, su significación. Es esa una de las cualidades principales de este escritor, que nos implica como pocos en aquello –la historia, el asunto, el placer o el dolor- que nos narra: “Regresé de nuevo de puntillas al vestíbulo, aún atento por si escuchaba a Lydia, y cogí el sombreo, el abrigo y los guantes y salí a hurtadillas de la casa con la agilidad y el suave paso de un ladrón. En lo más hondo de mí siempre me he considerado un poco sinvergüenza”
Banville es un primoroso constructor de mosaicos –cuyo tema esencial es la vida humana- a sabiendas de lo que ello significa: es capaz de colocar las teselas (frases) con la cara vuelta sobre el diseño, a sabiendas de que luego, una vez lo hemos revertido, el diseño (los colores, la proporción de los objetos, la expresión o interior de los personajes) roza la perfección; o, cuando menos, el dibujo exhala armonía, equilibrio.
Se diría, también, que construye siempre, deliberadamente, sobre un escenario que domina con una sutileza exquisita y es la presencia de los efectos de la luz en la narración. Los ejemplos sus múltiples comprendiendo el día y la noche, pero creo que el propio final de la novela podría servir para validar este aserto: “La luz que bordeaba las cortinas ahora era más intensa, una luz que de algún modo parecía temblar dentro de sí misma a medida que se afianzaba, y fue como si un ser radiante avanzara hacia la casa, sobre la hierba gris, a través del patio cubierto de musgo, y desplegara sus grandes y temblorosas alas, y esperándolo, esperándolo, me adentré sin darme cuenta en el sueño” Un sueño que, para el lector, significa ser un poco distinto, y mejor, que aquel que inicio un día la lectura de esta magnífica novela.