Prejuicios literarios
Por FERNANDO J. LÓPEZ. ¿Qué es lo literario? Llevo años trabajando en esto -como editor, como profesor, como investigador y como escritor- y, honestamente, cuanto más profundizo en ello, menos claro lo tengo. Claro que he llegado a algunas respuestas -y hasta a ciertas argumentaciones más o menos válidas-, pero en todas hay un halo de subjetividad que me impide pronunciar una sola sentencia dogmática al respecto.
Sin embargo, echo en falta ese mismo relativismo cuando escucho cómo se etiqueta tal o cual novela en determinados medios académicos y críticos. Etiquetas que van desde el no siempre acertado reduccionismo del género literario -novela negra, novela rosa, novela histórica, novela gráfica…- hasta el manido y nada literario género sexual -novela femenina, novela masculina, novela gay…- o, cómo no, a su pretendida o inexistente calidad artística -literatura vs. subliteratura., novela de autor vs. best-seller. Resulta cómodo encasillar un lanzamiento editorial y, sobre todo, nos da una cierta sensación de seguridad poder afirmar -cómo nos gusta ser jueces- qué es bueno y qué no lo es.
Desde esta estrecha perspectiva, no suele ser literario nada que aborde con naturalidad la época presente. Frente a otras literaturas, la novela española parece mirar con recelo el tiempo actual, como si el contagio del mundo que nos rodea pudiera llevarse consigo la posible calidad de una narración. Frente a esta tentación de retratar el hoy -algo que echo en falta en casi todas las novedades de ciertas editoriales-, se premia con gusto el canto al pasado y la aparición de una enésima revisión sobre la guerra civil, la posguerra o, en un alarde de modernidad, hasta la transición. En el próximo siglo lo tendrán muy difícil si pretenden entender nuestro tiempo actual gracias a nuestra literatura, pues poco verán en ella de lo que somos . Y de lo que vivimos.
Por supuesto, tampoco es literario aquello que opta por una prosa más descarnada, o que apuesta por retratar la lengua espontánea y viva de la calle. Lo literario ha de tender a lo engolado -que no a lo poético: esto último tampoco está nada in– y, más aún, a lo críptico. Se puede, eso sí, escoger entre una sintaxis desmadrada en lo extenso y lo subordinado o, si se pretende ser rupturista, optar por una poética más próxima al hipertexto y la segmentación pop, tan efectista como efímera. El ideal de naturalidad cervantino o galdosiano está poco menos que condenado por anacrónico y, sobre todo, por facilón, pues de todos es sabido que contar una historia sin afectación y logrando captar la esencia de hechos y personajes es tarea harto sencilla.
Y, por último, hay dos criterios que jamás fallan: nunca es literario un título que figure en una lista de best-sellers ni aquel que no sea ovacionado en uno de esos suplementos culturales donde se comenta exclusivamente lo que producen los amigos, para dejar claro que la cultura es un círculo perfectamente cerrado donde solo tiene cabida un grupo de elegidos.
Ante tanto prejuicio, cabe la opción de bajar la cabeza y aceptar este credo que encumbra a quien le place o adoptar la postura contraria y decir que es literatura aquello que consiga emocionarnos, provocarnos, alterarnos, atraparnos. Podemos elegir el canon y hasta la religión del gafapastismo o decantarnos por la mezcla y el eclecticismo, disfrutando sin complejos de aquellos títulos -novedades o clásicos, minoritarios o best-sellers- que nos hagan revivir, palabra tras palabra, el mundo que se encierra dentro de ellos.
En mi caso, que llevo tiempo rebatiendo términos con el de «novela gay» -las novelas no se acuestan con nadie, aunque nos presenten a gente que sí lo hace-, cada vez tengo más claro que el hecho literario es estudiable, sí. Y discutible, por supuesto. Y filológicamente analizable, claro. Pero también es un hecho privado, subjetivo y, sobre todo, esencialmente íntimo, así que cada vez tengo menos prejuicios y, a cambio, más voracidad lectora. Quizá porque, en lo que a mis novelas respecta, no sé bajo qué etiqueta ni en qué casilla colocarlas. Y, si les soy sincero, tampoco quiero hacerlo.
Uf, menudo tema has tocado. A mí lo que me enerva de la catalogación de «literario» es ese tufillo elitista que desprende, y también el hecho de que a veces parece que entre los autores «literarios» no se puede hacer crítica, como si la crítica solo pudiera ir en dirección a los best-sellers. De todas formas, no estoy de acuerdo contigo en que la literatura ambientada en el pasado esté mejor considerada. Sí que es verdad que abunda mucho, pero para lo bueno y para lo malo, porque entre las novelas «ligeras» también se utiliza muchísimo. Quizá cuando estudien la literatura de nuestro tiempo desde la distancia verán un gran interés por descubrir otras épocas, tal vez para alejarnos de las preocupaciones actuales y ser conscientes de que ha habido momentos mucho peores. No sé, no hace falta que hablemos del presente para que se nos conozca (aunque también adoro las novelas ambientadas en el presente y sabes que me encantó tu visión de la educación en «La edad de la ira»). En fin, por encima de todo pienso que importa el libro en sí: cuando merece la pena, da igual de qué hable o a qué género pertenezca, porque su interés trascenderá todos los límites.
Enhorabuena por un artículo que dice lo que muchos pensamos. Hay muchos prejuicios, y muchos intereses detrás de ellos. Tan solo una puntualización en la misma línea de lo que dice Rusta, y es que sí hay mucha novela sobre la época actual, pero como apuntas está mal considerada, como sucede con un género masivo como es el Chic-lit en el que la mayoría de las historias se ambientan en el presente, pero tal vez por tirar de estereotipos y situaciones llevadas al esperpento no sirvan mucho tampoco de cara al futuro para que sepan cómo se vivía en nuestro tiempo. Algo habrá que hacer.