CreaciónCuento creación

Luis, Federico y Andrés

 

Luis, Federico y Andrés. Roberto Aliaga con ilustraciones de Juan Berrio. Macmillan infantil y juvenil

 

libro luis federico y andres

 

Luis, Federico y Andrés vivían 

en la misma casa, iban a la misma clase

y se sentaban en el mismo pupitre. 

¿Qué cómo es posible?

Pues porque Luis, Federico y Andrés eran 

la misma persona. 

 

Como sus padres no fueron capaces

de decidirse por un solo nombre, 

al final le pusieron tres. 

 

Nadie se imaginaba que aquello

pudiera influir de semejante

manera en el comportamiento del niño…

 

¿Qué no sabes a qué me refiero?

Pues pasa la página. 

Pásala, y ya verás. 

 

En casa, le llamaban Federico. 

Y, ciertamente, Federico era un niños muy bueno:

siempre hacía caso a sus papás, 

y a la primera. 

Se lo comía todo. No hablaba con la boca llena. 

Se peinaba solo. Pedía las cosas por favor. Se hacía la cama, daba las gracias

y casi nunca se quejaba. 

 

Por ejemplo, si su padre le decía: 

-Federico, hijo, ¿vienes a la cocina

a ayudarme con el bizcocho?

Él respondía: 

-¡Claro! ¡Voy volando!

Y, al momento, llegaba vestido de cocinero. 

 

Si su madre le decía: 

-Federico, hijo, ¿vienes al jardín

a ayudarme con los tomates?

Él respondía:

¡Claro! ¡Voy volando!

Y, al momento, llegaba vestido

de jardinero.

 

Así que sus padres estaban encantados con

Federico. Por la noche, después de meterse 

en la cama, repasaban los acontecimientos

del día y siempre terminaban diciendo 

lo mismo: 

-¡Qué suerte hemos tenido con nuestro hijo!

 

Pero todas las mañanas, mientras corría

a la escuela con sus botas de siete leguas,

Federico dejaba de llamarse Federico.

Es lo malo de tener varios nombres.

 

En la escuela era Luis; y allí todos

le llamaban Luisón, porque era

el más grande de la clase. 

 

Luisón no se parecía en nada

a Federico. 

Para empezar siempre iba despeinado, 

y era el último en entrar porque, 

a la puerta del colegio, se entretenía 

atando latas al coche de su maestro. 

 

En vez de leer las letras de la pizarra, 

Luisón miraba por la ventana, o hacía bolas 

de papel para tirárselas a Sara y a Manuel. 

Y, cuando tocaba contar, él contaba

con los dedos los minutos que faltaban 

para el recreo. 

 

(…) 

 

 

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