La noche más oscura (2012) de Kathryn Bigelow

 

Por Fernando J. López

 

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La noche más oscura (2012) de Kathryn Bigelow

 

Afán documental, ausencia de subrayados épicos y magníficas interpretaciones corales con Jessica Chastain como magnética protagonista. Así es la última película de Kathryn Bigelow tras su oscarizada En tierra hostil.

Se agradece comprobar que hay directoras que no parecen tenerle ningún tipo de alergia a la Historia reciente. Y no porque no sea interesante asistir, de vez en cuando, a algún que otro ejercicio de arqueología cinematográfica, sino porque como lector, espectador y hasta como novelista, echo en falta –con demasiada frecuencia- la mirada atenta al tiempo y el mundo en que nos ha tocado vivir.

Kathryn Bigelow, con la complicidad del guionista Mark Boal, dirige esa mirada a uno de los hechos más confusamente narrados de la historia norteamericana reciente: la captura y posterior asesinato de Bin Laden. Se podría haber optado por una fórmula adrenalítica o incluso patriotera, con exceso de banda sonora, brindis al viento e incluso momentos lacrimógenos más o menos fáciles, tal y como sucede en el –para mi gusto, fallido- episodio de The Newsroom donde se narra esa misma noche.

Poco hay aquí, sin embargo, de ese sentimiento de triunfalismo y mucho de narración aséptica y, a ratos, casi escéptica. Porque el tono documental del film impide un proceso de empatía que supondríamos necesario en toda gesta heroica, de modo que acaba predominando lo informativo sobre lo épico, a pesar del  magnetismo que desprende el personaje de Maya y la fabulosa interpretación de Jessica Chastain.

Algo hay de Homeland en la propuesta, sí, pero nada queda aquí del giro sorprendente o folletinesco de la serie protagonizada por Claire Danes, porque se pretende ahondar en unos hechos y, más allá de eso, en el viaje vital de la mujer que los protagoniza.

La propuesta de Bigelow es antipática, hosca y, en cierto modo, poco comercial. No tiene reparos en dilatar el ritmo narrativo –el amplio metraje da pruebas de ello- y, sobre todo, no escatima en la explicación de detalles para que, pese a sus abruptas elipsis temporales, entendamos el curso de los acontecimientos. El tramo final, eso sí, aporta un nivel de tensión y de saber hacer que convierte esos treinta minutos finales en todo un ejemplo de lo que debería ser el gran cine de acción. Pero, lejos de acabar con un momento climático, la película se cerrará con un primer plano de la gran Chastain y una pregunta en off que resume, metafóricamente, gran parte del sentido del film.

Ese cierre interrogativo –paralelo a las voces que, en la oscuridad de una pantalla en negro, recrean el horror del 11-S- hace que la película se plantee más como un interrogante que como una exclamación. Más como una invitación a reflexionar que como un elogio de unos hechos que poco tienen de ejemplares.

En cierto modo, lo mejor de Zero Dark Thirty es que sus creadores –el tándem Boal & Bigelow– nos tratan como adultos y nos ahorran toda suerte de moralinas. No hay discurso moral, tan solo hechos –como las terribles torturas de la CIA con las que se abre el film o los atentados que se suceden desde el integrismo islámico-, hechos y preguntas que destrozan a quienes participan en esta historia que tiene más de viaje hacia el infierno que de gesta. Una suerte de mezcla entre el documentalismo de Capote y la oscuridad de Conrad, hacia un desierto que, como la selva de aquel, también cambia a quienes en él penetran. Maya, y su torturada peripecia, son la prueba de ello.

 

 

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