Ciencia-ficción. La creatividad de un artista. Cortometraje de Pablo Riquelme
Por Manuel García Pérez
No son los inicios de Pablo Riquelme (Orihuela, 1991), porque este joven director oriolano ya tuvo sus titubeos, algunos acertados, otros fallidos, con cortos y un largo, La Armengola, donde mostró más intención que oficio. Pero es seguramente con este nuevo cortometraje donde se muestra ya una tendencia estética, una apetencia por el género de lo ficticio, concretamente, por una reflexión sobre la creación de la ficción dentro del propio cine, pues hay una mayor madurez en esa compleja conciliación de forma y contenido, aunque aún con carencias. Pero Pablo es muy joven, progresa rápido y se está entregando al cine desde la idea, desde el marketing y la producción. Un ejemplo de talento en ciernes y de valiente emprendedor.
La cinta de Riquelme es relevante por su planteamiento argumentativo, pues reproduce la crisis de creación y de identidad, consecuentemente, de un guionista obsesionado con los mundos alternativos de criaturas fantásticas e indómitas. Esa referencia metacomunicativa como tributo al cine no es novedosa, pero salvable, en el caso de Ciencia Ficción, por un notable Darío Paso que se amolda perfectamente a las motivaciones del director, por la participación de un gran Manolo Ferri en el stop motion y por esa caterva de monstruos malintencionados, de cartón piedra, que representan simbólicamente la perversión y la imaginación delirante de un guionista que ama un género al que no está dispuesto a renunciar.
La espontaneidad de la planificación es eficiente, en ocasiones previsible, pero se ajusta perfectamente a la progresión de la narración, a diferencia del uso gratuito, en alguna secuencia, de la sugerente música de Francisco Mora. Destacaría de forma positiva la ocurrencia irónica de las digresiones en este breve corto; metáforas correctas del febril proceso de creación de este guionista, con una comicidad nada burda y muy bien traída.
Pablo Riquelme demuestra manejo, oficio, técnica con intención depurada, orden y escuela, pero, esa ortodoxia también se vuelve en contra cuando la ambientación de los encuadres está saturada de referencias cinematográficas a películas de ciencia ficción, que parecen gustar más al director que al protagonista, de una escasa verbalización en personalidades demasiado caricaturizadas y con poca maldad psicológica. Quizá el desenlace de la historia necesitaba más tiempo y una mayor eficacia en la sorpresa para expresar el ensimismamiento del guionista por los monstruos que aloja en su mente.
No es poco, sin embargo, lo que ha emprendido Pablo Riquelme. Ha logrado dirigir, planificar y mostrar la inquietud creativa por la que pasa un guionista vocacional que se enfrenta a las directrices del mercado. La dirección de los actores es impecable y algunos encuadres, como el suspense sostenido, merecen un film más que un corto. La ambición por los efectos, por la selección de planos así como el desarrollo de esa inquietante obsesión creativa deduce rigor y madurez en la apuesta.
La devoción por la ciencia-ficción, por el cine de Carpenter, de Spielberg, de Ivan Reitman (recuerdo ahora Evolution), entre otros, rezuma en la concepción de la obra y eso, creedme, no es malo; al contrario, Pablo Riquelme apuesta por el género, comenta el género y parodia el género en unos tiempos donde necesitamos reírnos con el horror y la viscosidad de aquellos filmes de los ochenta que tanto nos han entretenido.
Celebro que un joven director comience a hacer cine de una eficaz calidad técnica, con proyección nacional, pero al que le falta, quizá, una revisión a ese cine clásico, a esos guiones americanos de los cuarenta, donde se decía todo sin mostrar nada. Mayor necesidad de literatura, una carencia de esta nueva generación de directores (y no lo digo yo solamente). Me quedo con lo bueno de la cinta, con ese debate de la búsqueda de la creatividad, al que Pablo ha confiado su talento, entre perturbador y sarcástico.
Enhorabuena y esto promete.