Sobre los procesos de documentación y demás
Por VÍCTOR FERNÁNDEZ CORREAS. Tema peliagudo este, sin duda. Porque cada maestrillo tiene su librillo; y algunos, hasta enciclopedias. Escandalosamente voluminosas. Alguna que otra he visto. Lo cual no es bueno ni malo, sino simplemente una muestra de su maestría a la hora de afrontar ese reto tan apasionante que es un folio en blanco.
¿Ganas de impresionar ya metidos en faena, demostrando lo que tal o cual escritor sabe de lo que está escribiendo? ¿Petulancia? ¿O más bien dar al lector todos los ingredientes para que disfrute la lectura a su antojo? Sobre la forma de concebir una novela, y más si es histórica, se pueden escribir sesudos tratados. Especialmente en lo que atañe a la documentación. Más allá de lo que dice un amigo mío juntaletras como un servidor sobre los procesos documentales –al que le salen unas novelas cojonudas, dicho sea de paso-, ciñéndose a la parte gastronómico-cultural del asunto para materializarlas luego sobre el papel, la documentación se convierte en un arma de doble filo para cualquier escritor que se atreva a encaminar sus pasos por el intrincado mundo de la novela histórica.
A modo de ejemplo, el que firma esta columna tiene dos novelas en el mercado: histórica una, e inclasificable la segunda debido a la multitud de géneros que aglutina -eso dicen algunos críticos. Amén-, y en ocasiones me he encontrado con lectores que me han echado en cara que se han aburrido solemnemente, o bien han utilizado el amparo del anonimato ciberespacial para expresar lo mismo, pero con palabras más gruesas, por la cantidad de datos, situaciones y momentos utilizados para dar forma al relato; y al contrario, otros encantados, deseosos de que te encadenes al asiento de la galera y que no te levantes de él hasta que el cómitre, o sea tu imaginación y capacidad de escritura, digan basta. Con la una y la otra. La documentación. Incluso llegas a preguntarte qué narices escribes en la siguiente y cómo afrontas el proceso de documentación, grabando a fuego en tu cabeza la sacrosanta frase –«en cuestión de gustos hay miles de colores»- a la que te aferras para despejar tus particulares demonios. Hasta ahí llega la cosa.
Así que ustedes me dirán. ¿Mucha o poca? ¿Mostrarla toda o sólo unas nociones? ¿Desarrollar gracias a ella un complejo entramado de descripciones, procesos y construcciones que den al traste con la lectura, según el lector que posteriormente se enfrasque en la lectura, o apuntar cuatro aspectos, puntuales e imprescindibles, y dejar volar la imaginación, que para esto está? Pues eso, que cada maestrillo tiene su librillo.
Más allá de todo lo expuesto, e independientemente de las opiniones de cada cual, muy respetables todas ellas, al final de lo que se trata es de emocionar, de entretener, de sorprender, de ofrecerle al lector unos buenos ratos. De que diga, tras pasar el dedo por la última página, que cada una de ellas vale el precio que se ha pagado por tal o cual libro. Ya sea con mucha o poca documentación. A fin de cuentas, el conocimiento nunca sobra.
Y eso que jamás se nos olvide.
En mi opinión, no hay nada peor que una novela histórica en la que abundan los datos técnicos expuestos con un estilo académico. Soy partidaria de documentarse bien y escribir con todo el rigor que se pueda, pero en algunos libros he echado de menos que el autor masticara más lo que escribe, que en lugar de soltar toda la información de golpe buscara la manera de plasmarla de una forma más sutil. Las novelas de Toti Martínez de Lezea me parecen un ejemplo de buen trabajo en este sentido.
Un saludo.