Antonio Muñoz Molina como crítico de arte
Por Mario S. Arsenal.
Pocas son las ocasiones en las que un gran escritor decide recopilar sus ensayos más íntimos diferenciándolos del resto de su producción. Muchos estamos habituados a encontrar en su blog las digresiones sobre la actualidad en forma de magníficos microtextos, pero Antonio Muñoz Molina no se queda sólo en la literatura. Con motivo de la aparición de su nuevo libro, El atrevimiento de mirar (Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores, 2012); libro que recoge –digámoslo así– la cara oculta del Muñoz Molina como peculiar crítico de arte, desconocida para el gran público, nos presentamos allí para sonsacarle algunas respuestas más. Desde Culturamas tuvimos el privilegio de su compañía y éste fue el resultado:
– Estamos de enhorabuena por encontrarnos cada vez más habitualmente con escritores que se animan a dar a luz ensayos sobre arte. ¿Cuál es exactamente el acicate que te ha movido a recopilar todos estos ensayos ahora?
Joan Tarrida, que es un editor muy concienzudo, me invitó a hacer esta recopilación. Me gusta mucho lo que hace en Galaxia Gutenberg, porque tiene una idea muy parecida a la mía de lo que debe ser una editorial con ambición intelectual y literaria. Y esos ensayos andaban muy dispersos, y eran bastante inaccesibles. Al ponerlos juntos parece que adquieren más solidez, incluso coherencia.
– En tu libro mencionas a historiadores de talla indiscutible como Francastel, Argan, Panofsky, Gombrich o Hughes. ¿Recordarías alguna publicación suya que te haya marcado de manera sobresaliente?
De Francastel, La figura y el lugar; de Argan, El arte moderno; de Panofsky, casi todo. De Gombrich, sus Reflexiones sobre un caballo de juguete; de Hughes su gran antología de escritos críticos, Nothing if not Critical.
– Los juicios que se esgrimen sobre el arte, como bien dices, se sustentan a menudo sobre prejuicios. ¿Cuáles de ellos consideras más latentes incluso hoy día?
Hoy hay un prejuicio que hace indiscutible todo lo que se presente como rompedor, heterodoxo, escandaloso, etc. Pero si la norma es la transgresión, ¿qué se está transgrediendo? Creo que hay mucho papanatismo en las zonas más influyentes del mundo del arte.
– Una pregunta más personal si cabe. ¿Qué exposiciones frecuentas habitualmente? O mejor dicho, ¿con qué tipo de arte te sientes más afín? ¿Contemporáneo, moderno, antiguo? Es una cuestión que nuestros lectores querrían conocer.
Yo procuro no tener prejuicios, así que veo todo lo que me llama la atención. Me gusta el arte antiguo, pero también el del siglo XX, y el de ahora mismo. Artistas como Francesc Torres o Jaume Plensa me entusiasman, y una de las obras contemporáneas que me ha hecho mayor impacto es The Clock, de Christian Marclay, que es un gigantesco collage de imágenes de cine y tv en las que aparecen relojes y que dura 24 horas. Me gusta mucho la fotografía, y pasearme por la zona de las galerías de Chelsea en Nueva York a ver qué hay. Creo que un buen aficionado tiene el gusto omnívoro.
– Los ensayos rezuman un ingrediente de sinceridad extraordinario (lo digo yo, que igualmente soy historiador del arte). ¿Cuánta es la importancia que el arte tiene en tu vida?
Gracias por el elogio. Es una parte fundamental de mi vida, y no sé distinguir entre lo personal y lo profesional. Suelo dedicar las mañanas a exposiciones o museos, igual en Madrid que en NY. Mi mañana perfecta es: salir de casa, ir en bici a una buena exposición, dedicarle mucho tiempo, tomar apuntes, llevar a alguien a quien sé que pueda gustarle, o ir con un artista que me enseñe a mirar mejor. Todo eso me da una felicidad sustancial. Me educa. Creo que me hace mejor. Me enseña a mirar.
– Me resulta de especial belleza el capítulo que dedicas al retrato del Thyssen de Christian Schad, no por lo que desgranas sobre la pintura, sino por la importancia que le otorgas al proceso de acercamiento y, por tanto, al conocimiento de la obra. ¿Crees que es más importante el «cómo» y no el «qué» a la hora de comprender la cultura?
Me gustan los «cómos» porque son procesos, mientras los «qués» son resultados. Me gusta saber cómo se hacen las cosas, cuál es su origen, por qué caminos han llegado a existir, de qué modo se han ido modificando según pasaba el tiempo. Por eso me gusta saber la historia de un cuadro antes de llegar al museo, por qué manos ha pasado, en qué vidas ha estado presente.
– En el primer epígrafe sobre Georges de La Tour enlazas a Vasari y el psicoanálisis. Es una pregunta de historiador del arte. ¿Nos podrías explicar en qué momento se dan la mano y por qué?
No es que se den la mano. Lo que yo intento es trazar esa línea de interés en la vida del artista que empieza en Vasari y continúa, entre otros, en los ensayos, no muy afortunados, de Freud sobre Leonardo o Miguel Ángel. ¿Por qué hay un momento, en el que, cosa que casi nunca había sucedido antes, es importante conocer la vida de un artista, o ésta parece digna de ser preservada? ¿Cuáles son los límites de lo que podemos saber sobre las intenciones de un pintor, en qué medida conocer cosas sobre él puede iluminar para nosotros su obra? O más precisamente aún: ¿en qué medida se puede rastrear la vida íntima de un artista en lo que hace? ¿Cómo veríamos los cuadros de Van Gogh si no tuviéramos las cartas?
– Maravilloso también el espacio que le dedicas a Nicholas Nixon. Pregunta filosófica. Tú, como historiador del arte, ¿piensas que se puede pintar el tiempo?
¿Y qué se va a pintar si no? En un retrato está el tiempo que el pintor ha tardado en hacerlo, la yuxtaposición de todas las visiones sucesivas. Mira lo que hace Velázquez con el tiempo en Las Meninas, o Bonnard cuando pinta a su mujer y a la vez a la amante que se suicidó, o Monet persiguiendo la instantaneidad cuando ya apenas veía. O cómo pinta Caravaggio el tiempo de lo que está sucediendo, de lo que acaba justo de suceder o lo que va a suceder dentro de un instante…
– Para ir terminando esta entrevista. A la hora de la inspiración, el alimento básico del creador, ¿qué te parece más estimulante, el arte o la literatura? Y no se aceptan respuestas evasivas (risas).
Son inspiraciones distintas. El arte me da una felicidad incondicional, porque como yo no soy artista no voy a sentir por debajo la pena o la envidia de no poder llegar a la altura de lo que más admiro. Si leo una gran página de Conrad, por ejemplo, o de Proust, siempre está la tristeza de pensar que yo no puedo hacer algo semejante. Y también debo decir que la inspiración para inventar raramente me llega de la literatura o del arte, sino de la propia experiencia, de algo que veo o escucho, o que recuerdo.
– ¿Crees que el acercamiento al arte puede salvarnos de estos trágicos momentos de guerra, engaño y desconfianza en la verdad? ¿Podrá finalmente materializarse la promesa de felicidad de la que hablaba Baudelaire?
Sinceramente, creo que no, que el arte no puede salvarnos. Como dice Auden, la poesía no hace suceder nada. El arte nos puede aleccionar para mirar mejor, o nos puede ayudar a tener una actitud de más entereza en la vida. O puede no hacerlo. Ahora bien: nos puede dar una felicidad contemplativa que para muchas personas es muy necesaria para la vida. A mí me ha dado muchos, muchos momentos así.
– La última, y al margen del arte. En pleno siglo XVI se generó en Europa una fervorosa disputa entre los petrarquistas y “el resto”. ¿Echas en falta corazón en las palabras de hoy día? ¿Se dicen cosas o se dicen palabras? Lo digo en relación al críptico discurso museológico con el que el visitante o el espectador están familiarizados actualmente.
Echo en falta emoción, claridad, entusiasmo. Los artistas verdaderos con los que me he encontrado eran, son, grandes entusiastas. Hay siempre algo extraordinario en la entrega incondicional al oficio, muchas veces a pesar de todo, de la indiferencia del público, de la enfermedad, hasta de la agonía. Yo soy de vocación un ilustrado, y creo que muchísima gente está capacitada para disfrutar del mejor arte y de la mejor literatura, sin rebajas ni demagogias. Pero luego veo muchas veces desgana, falta de convicción y hasta un antipático elitismo en quienes tienen la tarea de difundir estas cosas.
– Sólo nos queda darte la sentida enhorabuena por hacer posible un libro de este talante y sinceridad. Los lectores ya te lo habrán agradecido. Gracias, Antonio. Ha sido un auténtico placer.
Gracias a ti por esta hermosa conversación.