La Marea Blanca debe convertirse en una inundación o Esto es una guerra y la vamos a ganar
Por Layla Martínez.
«El límite de la opresión del Gobierno
es la fuerza que el pueblo le pueda oponer»
Errico Malatesta
El documental “La Cuarta Guerra Mundial” (The Fourth World War, Rick Rowley, 2004) plantea la tesis de que la humanidad había vivido cuatro grandes conflictos armados de escala global: la Primera y Segunda Guerra Mundial, que son las que todos conocemos; la Guerra Fría, que en realidad sería una Tercera Guerra Mundial encubierta, y un último conflicto en el que todavía nos encontraríamos inmersos, la Cuarta Guerra Mundial. Este último conflicto no tendría ya como actores principales a los Estados ni enfrentaría a distintas construcciones ideológicas, ya que las grandes alternativas al capitalismo –el fascismo y el comunismo- habían sido derrotados en los conflictos previos. Erigido como vencedor absoluto tras la caída del muro de Berlín, el capitalismo habría perdido la posibilidad de incrementar la tasa de beneficio mediante su expansión geográfica, por lo que tendría que iniciar una suerte de expansión interna. Es decir, si quería seguir incrementando sus beneficios, tenía que colonizar aquellos espacios que todavía se escapaban a su control a pesar de estar en zonas geográficas insertadas en una lógica capitalista, como por ejemplo los residuos del régimen colonial de tierras, ciertos recursos naturales aún no suficientemente explotados y los servicios públicos del Estado de Bienestar. Y para conseguirlo, el enemigo que había que derrotar ya no era otro Estado u otra ideología: era la gente.
La Cuarta Guerra Mundial sería la ofensiva que habría lanzado el capitalismo contra la población mundial, una ofensiva a escala global que se manifestaría de forma distinta en los diferentes puntos del planeta, pero que tendría un mismo objetivo: la colonización de los espacios que aún escapaban, al menos parcialmente, a la lógica capitalista. Frente a esta ofensiva, se organizaría una resistencia que también adquiriría unas forma de movilización y unas estrategias de lucha diferentes dependiendo de las condiciones socioeconómicas y la cultura política de cada lugar, pero que también tendrían una misma motivación: evitar la desposesión absoluta a la que les estaba sometiendo el capitalismo y construir una forma de organización social distinta. De esta forma, el documental trazaba un paralelismo entre luchas aparentemente muy diferentes, como son el movimiento antiglobalización, la enfrentamiento palestino-israelí y la resistencia indígena en Chiapas. En un análisis superficial, podría parecer que estos tres conflictos no tienen nada en común, pero lo cierto es que no es así. Aunque se trata de problemáticas complejas que no pueden explicarse en base a un único factor, en todos ellos existiría un sustrato común que tendría que ver con la resistencia a la ofensiva del capitalismo. En el caso del movimiento antiglobalización sería más claro, pero este componente anticapitalista estaría también en la resistencia indígena de Chiapas –donde una de las claves para entender el conflicto está en la desposesión de tierras comunales, que pasan a estar bajo el control de grandes corporaciones transnacionales- y el conflicto palestino –donde la lucha por los recursos naturales en zonas como los Altos del Golán sería uno de los factores explicativos del desarrollo de las ofensivas israelíes-.
Desde mi punto de vista, uno de los aspectos más interesantes del documental es que logra conectar conflictos en apariencia muy distintos entre sí enmarcándolos en una única lucha: la resistencia de los de abajo contra los de arriba, de la gente contra los intentos de desposesión y explotación del capitalismo. El conflicto de Chiapas, los disturbios callejeros en las manifestaciones o la resistencia palestina a la expansión israelí no son sucesos aislados y puntuales provocados por indígenas que se aferran a sus costumbres, jóvenes violentos o terroristas árabes: son expresiones distintas de una resistencia común contra una misma estrategia planificada de colonización de los espacios y las relaciones sociales que aún escapaban, al menos en parte, a la lógica del mercado y donde el capitalismo aún tiene margen para incrementar su tasa de beneficio. En este sentido, las movilizaciones contra el desmantelamiento de los servicios públicos en que estamos inmersos deben entenderse también como parte de esa lucha global contra el capitalismo, porque esos servicios son uno de esos espacios clave que escapaban a la lógica del mercado y que el sistema busca ahora colonizar para obtener beneficios de ellos. La privatización de la sanidad no es un suceso aislado fruto de la decisión de un gobierno concreto: es parte de una estrategia planificada de desmantelamiento del Estado del Bienestar que busca insertar a los servicios públicos en las relaciones de mercado para que los ricos sean aún más ricos. En tanto que no estaban guiados por una lógica de maximización de beneficio, estos servicios eran un espacio que escapaba a las relaciones capitalistas, y, por tanto, que impedía que los de arriba obtuviesen beneficios económicos directos de ellos en el juego del mercado. Sin embargo, reducida la tasa de beneficio en otros sectores -por ejemplo, la construcción- por los cambios estructurales en el mercado, los de arriba dirigen su atención ahora hacia otros ámbitos, como los servicios públicos.
Otro de los aspectos más acertados del documental era el uso del concepto “Cuarta Guerra Mundial” para describir la situación en que nos encontramos, ya que este concepto permite poner sobre la mesa dos aspectos fundamentales para entender lo que está sucediendo: por un lado, traza una evolución histórica del capitalismo, y por otro, conceptualiza la situación actual como una guerra. Lo primero permite entender que la actual ofensiva del capitalismo no es un suceso aislado en el tiempo, sino que forma parte de la propia lógica interna del sistema, cuyo funcionamiento se basó desde sus comienzos en el disciplinamiento y la depredación constante de las comunidades humanas, la naturaleza y los cuerpos. Cuando ya no pudo expandirse geográficamente, se concentró en una expansión interna guiada por dos movimientos distintos que se producen simultáneamente y que se complementan entre sí: la absorción progresiva de todo aquello que sea susceptible de ser sometido a las reglas del mercado, como la educación y la sanidad; y la expulsión y destrucción de todo lo que se resiste a ser integrado en el sistema, como las comunidades indígenas que quieren mantener un régimen comunal de tierras o los jóvenes que se niegan a ser disciplinados.
Por otro lado, el concepto de “Cuarta Guerra Mundial” resulta útil porque permite entender la situación actual como un conflicto, que además no es exclusivo de un único gobierno ni de un único Estado. Ver la privatización de los servicios públicos como parte de una guerra social que enfrenta a los de abajo contra los de arriba, tiene unas implicaciones muy diferentes a las que tendría entenderlo como un problema de mala gestión de las instituciones del Estado. En este último caso, bastaría con exigir alguna dimisión o pedir una cambio en el Gobierno, por lo que las movilizaciones tendrían un carácter puntual y limitado a unos objetivos concretos. Sin embargo, verlo como parte de una guerra social que enfrenta a la comunidad contra los que quieren destruirla, requiere trazar una estrategia prolongada en el tiempo, que lucha por unos objetivos concretos –evitar la privatización-, pero que tiene también en un horizonte más lejano la meta de que sea la propia comunidad la que se autogestione y tome las decisiones sobre los asuntos que la afectan. En este caso, las estrategias de lucha son muy diferentes, ya que no tienen por qué estar guiadas por la lógica del propio sistema: si lo que queremos es un cambio en la gestión de la dominación, debemos atenernos a sus reglas del juego; si lo que queremos es acabar con ella, debemos crear nuestras propias reglas.
La privatización de la sanidad es un ataque planificado que va a tener consecuencias tan graves como que muramos de enfermedades que tienen cura o que asistamos a la extensión de otras que estaban bajo control por la dificultad de acceso a los tratamientos. La resistencia a este ataque no puede pasar por los cauces del sistema, porque es el sistema mismo el que lo ha provocado: la resistencia debe desbordar esos cauces, hacerse imprevisible e incontrolable. Para poder sobrevivir, el sistema necesita estar en constante funcionamiento, necesita que se produzca y se consuma más que el mes anterior, que el año anterior. Nosotros – los trabajadores, los parados, los estudiantes-, somos los que hacemos que el sistema siga funcionando, somos los que alimentamos la Máquina. Pero también somos los que podemos detenerla. Si los estudiantes siguen estudiando, los trabajadores trabajando y los parados preocupándose del empleo, ningún cambio es posible. Para que el cambio se produzca es necesario detener la Máquina, provocar la parálisis del sistema, acabar con la normalidad. Los estudiantes, los trabajadores y los parados no pueden seguir protestando únicamente en los huecos que el sistema les deje después de estudiar, trabajar o buscar empleo. No sirve de nada ir a una manifestación para después seguir produciendo y consumiendo igual: la protesta pasa necesariamente por la paralización de toda actividad social, y para ello la huelga es una herramienta fundamental, aunque no la única, también son necesarias acciones que en gran medida ya se están produciendo, pero que deben ser intensificadas, como las ocupaciones de centros de trabajo o los cortes de tráfico. Es necesario paralizarlo y desbordarlo todo. La Marea Blanca debe convertirse en una inundación.