Bajo el signo de los tiempos
José Luis Muñoz
El año que despedimos, cinematográficamente hablando, pese a la crisis que ha sacudido nuestros bolsillos y ha elevado considerablemente el precio de las entradas de cine (y ha mermado las ayudas tan necesarias al cine español) no ha sido malo, quizá porque en épocas difíciles el arte restalla de forma provocativa en claro desafío a los acontecimiento negativos. A mal tiempo, buena cara.
A falta de algunos estrenos (uno de los más esperados es el de la película hagiográfica sobre Abraham Lincoln de Steven Spielberg para la que Daniel Day Lewis no ha tenido que cambiar un solo rasgo, o To the wonder, el último Terrence Malick), el cine norteamericano independiente nos ha ofrecido algún que otro regalo apetecible (la película Red State de Kevin Smith, que siempre será actualidad mientras la Asociación Nacional del Rifle siga haciendo sus pingües negocios con las masacres escolares; o la película negra Mátalos suavemente de Andrew Dominik, más pretenciosa que efectiva). Pero la última película del independiente Whit Stillman, Damiselas en apuros, está a la altura de su título.
La aportación de Hollywood al desastre económico y golpe de estado financiero que sufrimos globalmente viene de la mano de una película de J.C. Chandor, Margin Call, que cuenta con un reparto de lujo (Jeremy Irons, Kevin Spacey y una recuperada Demi Moore). En esa misma línea, la de demonizar a los empresarios desfalcadores, está El fraude de Nicholas Jarecki, con un Richard Gere convincente. Igual camino, aunque en limusina, sigue David Cronemberg con Cosmópolis, en donde adapta una difícil novela de Don DeLillo y recorre New York de norte a sur con la mirada de un ejecutivo.
La nota decepcionante la ha puesto Ridley Scott que había generado un montón de expectativas, que no cumplió, con la precuela de Alien, Prometheus, un manual de cómo desperdiciar la presencia de la enorme actriz que es Charlize Theron. El oscuro David Fincher en su versión de Millenium no aportó nada nuevo, más bien todo lo contrario, al original sueco.
Sin cruzar el charco, el cine argentino nos ha regalado una pieza de cine negro ejemplar, Todos tenemos un plan, opera prima de Ana Pieterbag, aunque pocos hayan sido los críticos que hayan alabado su trabajo y el del desdoblado Viggo Mortensen haciendo de dos hermanos.
El cine británico nos deparó algunas sorpresas. La primera El irlandés, de John Michael McDonagh, que es un recital de un actor enorme que se llama Brendan Gleeson y nos llegó con un año de retraso. El Ken Loach de La parte de los ángeles es amable y optimista, excepcionalmente en él.
Dentro del cine continental la cosecha ha sido de lujo. El cine noruego, del que casi no teníamos noticia, nos ha regalado un thriller de esos que no te dejan respirar, ni pensar (para que no repares en los fallos de un guion chapuza), The Headhunters, una adaptación de una novela de Jo Nesbo, nórdico novelista negro de éxito. El cine español, de la mano de Calparsoro con Invasor, y Juan Antonio Bayona con Lo imposible, demuestra que la industria patria no se arruga y sale tan airosa como cualquier película americana cuando la acción y el espectáculo lo requieren. De muy distinta índole es El artista y la modelo, de Fernando Trueba, lo mejor que ha salido de ese director desde la olvidada El sueño del mono loco. En la vecina Francia Jacques Audiard nos ha regalado su versión de la Bella, sin piernas, y la Bestia, boxeadora, en la desmesurada De óxido y hueso. Saltándose todos los cánones narrativos y caminando por un alambre sobre el abismo Leos Carax nos ha golpeado con su inclasificable Holly Motors, de nuevo cine de limusinas, como Cronemberg, pero deslizándose ésta por los puentes de París y con un pasajero multifacético.
El poco estimulante, por lo general, cine italiano nos ha deparado dos exquisitas sorpresas. Por una parte Bertrand Bonello ha filmado una bellísima y dramática película sobre el mundo de la prostitución en Casa de tolerancia, y Andrea Segre ha conseguido enormes dosis de emoción en esa historia de amor entre un octogenario y una chica oriental en La pequeña Venecia, una de esas joyas minimalistas que suelen pasar desapercibidas.
Pero lo mejor hay que encontrarlo en el Este. Fausto, del ruso Alexander Sokurov, es una adaptación de la obra de Goethe radicalmente personal ante la que uno se rinde o huye del cine; yo me rendí. Elena, de Andrei Zvyagintsev, aunque dura y austera, no alcanza la emotividad de El regreso, pero es una película notable que retrata la desahuciada Rusia del postcomunismo. Pero lo mejor de la cosecha, al menos desde mi punto de vista, es El molino y la cruz, del polaco Lew Majewski, una síntesis entre pintura y cine sencillamente subyugadora e hipnótica, la mejor forma de ver el cuadro Camino del calvario de Pieter Bruegel.
Vi más películas, seguro, pero sólo éstas no se borraron de mi retina.
*José Luis Muñoz es escritor. Sus últimas novelas publicadas son Llueve sobre La Habana (La Página Ediciones, 2011), Patpong Road (La Página Ediciones, 2012) y La invasión de los fotofóbicos (Atanor Ediciones, 2012).