Entre sensiblería y didactismo
Por FERNANDO J. LÓPEZ
Contradictoria y, en general, poco entusiasta. Así es mi impresión tras haber visto –y vuelto a ver- la primera temporada de The Newsroom, la nueva serie de Aaron Sorkin.
Confieso que me lancé a ella con mucho ímpetu, motivado por el enorme interés que me provoca el estilo de su autor y por el buen recuerdo de una serie que marcó un antes y un después en la historia de la televisión, El ala oeste de la Casa Blanca (The west wing). Sin embargo, los hallazgos de aquella aquí se ven emborronados por los subrayados de lo que ya entonces era su punto más débil: el sentimentalismo.
Es cierto que los diálogos de Sorkin no son naturales. Tampoco lo pretenden. Su apuesta estética reside en configurar guiones verborreicos donde la información es rápida y artificiosa, un extenuante juego de ingenio imposible en una conversación real. Todos sus interlocutores son brillantes y veloces, de modo que sus conversaciones se asemejan más a las que nos gustaría tener que a las que de verdad mantenemos.
En cualquier caso, el problema de The Newsroom no reside en su marca de estilo –una opción como cualquier otra-, sino en el exceso de elementos sensibleros, que se suman en dos direcciones. Por un lado, en las tramas amorosas, previsibles y carentes de interés. No funciona ni la historia del protagonista –un correcto Jeff Daniels sin el carisma de su personaje- y su productora –una innecesariamente histérica Emily Mortimer, ni el triángulo entre Jim, Don y Maggie, un folletín descafeinado y aburrido de puro previsible que, además, confiere excesivo protagonismo al (insoportable) personaje que interpreta Alison Pil.
El problema, sin embargo, no está solo en esas subtramas, sino –y por eso decidí darle un segundo visionado- en la sensiblería que destila la presentación, casi moralista, de ciertos temas políticos, éticos y, por supuesto, periodísticos. Ya había algo de ese patrioterismo facilón en The west wing, aunque la complejidad de la trama, su evolución y la multitud de personajes nos hacían olvidar la tendencia al cierre grandilocuente –banda sonora incluida- de muchos episodios.
Esa tendencia al final moralizante se repite e intensifica ahora en The Newsroom, donde la crítica se convierte en pontificación y la reflexión, en panfleto. Todo resulta evidente, un tanto grueso, y se echa de menos un nivel de narración mucho menos obvio, más adulto, y en el que ese ombliguismo made in USA no sea tan protagonista. La crítica, al final, acaba derivando en homenaje y se observa una irritante tendencia al monólogo que tiene más de catequizador que de narrativo.
Hay grandes citas, sí, pero da la sensación de que Sorkin se preocupara en exceso de crear sentencias lapidarias y no tanto de construir personajes que las sostengan. Tampoco hay matices en sus intenciones, sino que se tiende a la división maniquea en buenos y malos, a los antagonistas planos –como una desaprovechada Jane Fonda- y a conflictos que no acaban de encontrar un desarrollo lo suficientemente atractivo.
Por otro lado, la alusión a temas de actualidad –como el Tea Party, las licencias de armas o la casquería en la prensa rosa- es interesante, sí, pero da la sensación de que estuviésemos ante un catálogo de “asuntos polémicos”, expuestos con la misma sutileza que el índice de un libro de texto de Primaria.
Y ahí, supongo, radica el porqué de mi distancia con esta nueva propuesta de Sorkin. No porque me disguste su estilo –muchas de sus frases son brillantes-, ni porque no me interesen sus temas –al revés, me apasionan-, ni siquiera por la pobreza de sus personajes –aún carentes de alma-, sino porque me siento tratado como un niño al que se quiere educar con ejemplos obvios y sentencias facilonas, y no como a un espectador adulto al que invitarle a reflexionar –libremente- sobre la realidad, en vez de darle un manual –con muchos dibujos y la letra bien grande- sobre cómo tiene que interpretarla. ●