Las solidaridades misteriosas
Por Ricardo Martínez.
Las solidaridades misteriosas. Pascal Quignard. Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2012.
Estamos, seguramente, ante unos de los escritores más exquisitos del panorama literario actual. Su formación amplísima (su conocimiento musical es proverbial), su cuidada elaboración estilística, su agudeza de pensamiento (recuérdese su vinculación al aforismo) le dotan de un bagaje inusual como narrador.
Para mí es de esos escaso autores que entraría dentro de la categoría de narrador-pensante, a diferencia de lo que ahora es más habitual, el narrador-contador a secas, con ínfulas de guionista.
Este libro destaca de sus anteriores por la deliberación de sus frases cortas. Un motivo más para apreciar lo atildado de su lenguaje y su maestría en la descripción: “La segunda vez que le vi fue al sábado siguiente. Llegué antes de la misa de la tarde. No me vio llegar. Estaba de pie ante la puerta de la sacristía. Tenía las manos juntas sobre la estola. Se preparaba para ocupar el confesonario. Estaba muy guapo, con la estola y sus flecos sobre el pullover de lana negra”
El propio autor ha señalado su diferencia con sus colegas Echenoz y Modiano en que él prefiere escribir apegado a la tierra, al paisaje No de un modo un tanto abstracto. Y a fe que lo consigue en esta novela de memoria y amores de distinto signo, intensos, esperanzados, en un lugar pequeño donde resulta muy significativa la presencia del mar. El ritmo es intenso, vívido, implicador.
Quignard es un autor retirado de la vida social por elección propia (‘para que no me roben el yo’) y de una gran producción literaria, pero ello no merma sus cualidades como brillante narrador. Antes al contrario, cada nuevo intento parece complementar con mayor precisión y belleza el mosaico de su literatura.
El resultado es un discurso, tal vez como no podría ser de otra manera, vital, intimista: “Al final sabía mejor que yo todo lo de aquí. La brisa que agita las hojas de los matorrales levanta en el mar pequeñas olitas particulares y redondas. El viento que sacude las ramas de los avellanos prepara un mar agitado por el este. Las nubes que llevan su sombra al maizal –ella podía traducir todo mejor que yo-. Hablábamos de estas cosas. Yo aprendía mucho de ella. Cuando las gaviotas se abrigaban en las rocas, ella venía a avisarme”
Una suerte para el lector.