Historia mínima de España
Historia mínima de España. Juan Pablo Fusi. Turner libros.
PRÓLOGO
España se explica y se entiende únicamente a través de la historia. En palabras de Max Weber: solo se puede saber lo que somos si se determina cómo hemos llegado a ser lo que somos.
Ello confiere a la historia un estatus intelectual verdaderamente relevante. La historia actual no se atribuye, con todo, misiones retóricamente ejemplerizantes. La historia como quehacer no es otra cosa que un ejercicio de revisionismo crítico: aspira a analizar críticamente el pasado, a sustituir mitos, leyendas, relatos fraudulentos e interpretaciones deshonestas por conocimiento sustantivo, verdadero y útil.
Este libro, esta Historia mínima de España, no tiene tras de sí, por eso, sino una pocas convicciones insobornables: 1) que la historia de España muestra ante todo la complejidad y la diversidad de la experiencia histórica española; 2) que la historia española es un proceso abierto, evolución no lineal, continuidad y cambio en el tiempo; 3) que la historia de España no estuvo nunca predeterminada, y nada de lo que sucedió en ella tuvo que ocurrir necesaria e inevitablemente.
La historia, y también la de España, es siempre -por usar una expresión sartreana- un teatro de situaciones. Esta Historia mínima de España pretende, lógicamente, explicar por qué hubo esta historia de España y no otra. Pretende así, en su brevedad, dar razón histórica de España.
Desde mi perspectiva, sin embargo, la razón histórica es casi por definición una razón parcial, fragmentada, y a menudo perplejizante. En otras palabras, veo la historia como el título del relato de Borges: como un jardín de senderos que se bifurcan (perpetuamente). Detrás, pues, de la narración de los hechos -del drama de los acontecimientos- en este libro alienta (o eso espero) una convicción ulterior, que cabría resumir en una tesis clara: España, muchas historias posibles.
Aunque cabría remontar la tradición historiográfica española hasta el siglo XIII, la historiografía moderna nació a finales del siglo XIX y principios del XX, con Menéndez Pelayo, un prodigio de erudición histórica (y de historiografía torrencial y desordenada); Menéndez Pidal, un hombre sereno, mesurado, con aportaciones monográficas espléndidas, únicas (sobre los orígenes del español, el romancero, el reino de León, el Cid y los orígenes de Castilla); y con ellos, algunos ensayistas de la generación del 98 (Unamuno, Ganivet) y enseguida Ortega y Gasset, Marañón y los historiadores Claudio Sánchez Albornoz y Américo Castro escribieron -obsesivamente- sobre España y su historia. El resultado fue en muchos sentidos admirable. Como escribió en 1996 Julián Marías -en España ante la historia y ante sí misma 1898-1936-, España tomó, como consecuencia, posesión de sí.
De alguna forma, todo ello compuso, sin embargo, una suerte de reflexión metafísica sobre el ser y la significación de España. Una visión, si se quiere, esencialista de esta y de su historia: continuidad de un hipotético espíritu nacional español desde la romanización y los visigodos; Castilla, origen de la nacionalidad española; España como problema, como preocupación; España, enigma histórico (Sánchez Albornoz); España, «vivir desviviéndose» (A. Castro); la historia de España, la historia de una larga decadencia (la tesis de Ortega y Gasset en España invertebrada, 1921).
La reflexión sobre el ser de España pudo ser extraordinariamente fecunda. Pero el desarrollo que las ciencias sociales -y la historia con ellas- experimentaron en todas partes desde mediados de los años cincuenta del siglo XX, y el «giro historiográfico» que como consecuencia se produjo desde entonces -asociado en España a la labor de historiadores como Carande, Vicens Vives, Caro Baroja, Maravall, Jover Zamora, Díez del Corral y otros, y a la renovación del hispanismo (Sarrailh, Bataillon, Braudel, Vilar Richmond Carr, John H. Elliot y un muy largo etcétera)-, provocaron un profundo cambio conceptual en la forma y estructuración del análisis y la explicación históricos: un cambio -en pocas palabras- hacia una historia construida sobre numerosas claves y perspectivas interpretativas y entendida como una narración compleja de problemas y situaciones múltiples y distintas.
Esta Historia mínima de España sigue un orden cronológico riguroso, con una periodización clásica: desde la prehistoria, la entrada de la península Ibérica en la historia, la Hispania romana y visigótica, la conquista árabe y la complejísima formación de España en la Edad Media, hasta, primero, el despliegue de la España imperial y luego, la problemática creación del país como estado nacional en los siglos XIX y XX. Aspira precisamente a eso: a sintetizar la nueva forma de interpretar, explicar y entender la historia que impulsó desde 1950-1960 la historiografía española (varias generaciones; diferentes escuelas y enfoques historiográficos).
La historiografía de mi generación, nacida en torno a 1945, no tiene ya, probablemente la elocuencia de los «grandes relatos» que en su día compusieron la historia de España; pero tampoco su inverosimilitud.
Juan Pablo Fusi,
abril de 2012.
I
LA FORMACIÓN DE HISPANIA
Sin conocer sus orígenes, el hombre no se entiende a sí mismo. Como se verá de inmediato, la prehistoria de la península Ibérica -un millón de años desde Atapuerca hasta los pueblos prerromanos de la Edad de Hierro- ofrece para ello hechos, restos, evidencias, extraordinariamente valiosos. Un millón de años es, sin duda, un ciclo inmenso, que tal vez nunca llegue a ser plenamente conocido. La prehistoria, no solo la peninsular, es ante todo complejidad: orígenes inciertos, cambios lentos, evolución discontinua, caminos mil veces bifurcados. Lo que se sabe, por el extraordinario desarrollo de la prehistoria como ciencia, tiene con todo interés superlativo: es materia necesaria para toda aproximación inteligente a la comprensión de la vida histórica de la Península.
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