Diario de un fotógrafo amateur
Por Marta Matarán.
Diario de un fotógrafo amateur. Fernando Puche. Ilustración de portada Jesús Sanz. Artual Ediciones (www.amazon.es). 381 páginas. 15€
Con este título Fernando Puche nos abre las puertas a un buen puñado de reflexiones que, en mayor o menor medida, nos hemos planteado todos los que mantenemos una estrecha relación con la fotografía. Bueno, para ser completamente sinceros, algunas ni siquiera las habíamos intuido.
A lo largo de los años 2008 a 2011 Fernando Puche escribió un diario para DSLR Magazine. El presente libro supone la recopilación de todos estos escritos en los que se aprecia la necesidad del autor de encontrar respuestas, de dedicar tiempo para profundizar en “verdades” aceptadas como axiomas, de cuestionar líneas más mercantilistas que artísticas que aúpan a unos fotógrafos y no a otros, de pensar en definitiva en la FOTOGRAFÍA (que significa mucho más que hacer clic), con la que tiene una relación especial y pasional por todo lo que le ha dado y disfrutado para seguir construyendo en ella lo mejor de sí mismo.
Se trata de un libro que refleja los pensamientos de una mente inquieta e inconformista con las pautas establecidas en el ámbito creativo pero, ante todo, ese inconformismo lo es consigo mismo. La continua autoexigencia de progresar, de innovar, de crear en el sentido estricto de la palabra permite al lector, a través de estos artículos, chequear su trabajo y sus convicciones sobre la multitud de temas que se plantean, entre otros: la arrolladora irrupción de la fotografía digital y los avances tecnológicos con la consabida manipulación digital, los abusos que se comenten en los concursos, la reclamación del justo pago al fotógrafo por la utilización de sus imágenes, la necesidad de la coherencia de una obra fotográfica, o la más que inquietante puntualización de que “a menudo los que otros llaman estilo a mí me parece repetición” que le lleva a preguntarse, ahondando en el tema, “dónde está la línea que separa la expresión personal de la reproducción”.
Al mismo tiempo supone un apoyo y una tranquilidad el saber que fotógrafos con una reconocida trayectoria, nacional e internacional, han pasado por vivencias, más tirando a “tragos” (maltragos) tan propias como mucho de nosotros habremos tenido: esos despertares vigilados en medio de la naturaleza, el rechazo de los galeristas a ver nuestro trabajo con nosotros delante…, solo por poner dos ejemplos. Parece que es un camino que hay que atravesar aunque, por supuesto, el andarlo no garantice el éxito. Lo que sí garantiza es la generación automática y progresiva en nosotros de lo que se denomina “callo” y el empeño de captar las imágenes perseguidas y más aún el de mostrarlas.
Por otra parte, las referencias continuas a fotógrafos, escritores, músicos, pensadores, galeristas, críticos de arte, libros, revistas de las que están salpicadas los relatos incrementa, sí se quiere, el bagaje artístico-cultural de uno, lo que es muy de agradecer aunque luego no se compartan todos los gustos.
A Fernando no sólo se le puede “ver” y se le puede “leer”, sino que se aprende con las dos cosas y también se disfruta. Todo un ejemplo de comunicador nato.
Y entre tanta deliberación un claro valor absoluto, la esencia de la fotografía: “Necesito que las fotografías no me dejen indiferente: que sean capaces de atravesar mis retinas y alcanzar mi alma”, “(…) Me conformo con que un artista sea capaz de aportarme otra visión del mundo en la que nunca había reparado”.