De carroñeros, hienas y otras bestias
De carroñeros, hienas y otras bestias que habitan los certámenes literarios.
Por Luis Antonio González Pérez
Los premios literarios, como la política o la economía ̶ perdón, corrijo, la ingeniería financiera ̶ parecen corroborar la tantas veces cuestionada teoría de cuerdas. Nueve dimensiones para entender cómo vibra el mundo, demasiadas veces, erráticamente.
Entre quienes rechazan y se convierten en estandartes éticos del mundo literario, quienes los reciben sin haberse presentado al certamen, o los que, si no están presentes como jurado, es que lo estarán como galardonado, no hay quien mire unas bases y no le entre la risa como con la mejor tira cómica.
En España hay 8116 municipios, unas 40 diputaciones y cabildos, 17 comunidades autónomas, y más de 100 fundaciones, colectivos o centros dedicados a la literatura de algún tipo, sin contar con las editoriales, que nacen y mueren casi en el mismo acto. Podríamos estar hablando, aunque sólo el cincuenta por ciento de estas los convocaran, de más de 4.000 premios literarios y sus distintas categorías.
Los más modestos cuentan con un “concejal que le gusta leer”, el director de la biblioteca municipal, un escribiente local y algún otro para otorgar, muchas veces llevado por el cariño, la pena o la falta de opciones, un premio literario. Sinceramente, estos, poco daño hacen y hasta habría que estarles agradecidos. Una función social como otra cualquiera.
Cuando uno sube las instancias nos encontramos con lo que podríamos considerar los “premios de partido”, es decir, escritores que van recorriendo las instituciones afines a su régimen, miren a su izquierda o a su derecha. Aquí, como en todo, hay turnos. Un año como premiado, otro como jurado, y siempre un editor esperando lo que reste del banquete para anunciar mil ejemplares, número que sólo tendrá como real en el anuncio. Luego 100 impresiones de rigor, y a embolsarse el resto. Algún reportaje en la prensa local, un cáterin a cuenta del contribuyente, dos fotos, y para casa hasta el siguiente año.
¿Y qué sucede si subimos a los altísimos parnasos? Nada. Absolutamente nada. La misma turné. El niño en el bautizo, el novio en la boda, en el entierro el muerto, la puta en la cama y en el certamen: jurado, padrino, mecenas o premiado. Días alternos, años bisiestos, o fiestas de guardar, los mismos cuatro parten y se comen el pan, sin rubor a las dedocracias, la endogamia, y la falta de criterio. Pues como en toda dictadura, en la cultura, siempre vuela más alto el carroñero que el rapaz, y corre más la hiena que el lobo.
Y como diría un gran poeta, ya fallecido, que no nombraré, cuando le preguntaba, yo apenas redactando mis primeras líneas: El mejor premio posible, es que nunca salgas en el acta de un jurado de un certamen de poesía.