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LA PRIMERA VEZ

media-uploadPor JUAN LUIS MARÍN. Primera entrada… Suena a partido de béisbol, ese deporte que todos conocemos pero del que no sabemos un carajo. Mejor así. Seguro que si un día nos explican en qué consiste nos llevaríamos una decepción de tres pares de cojones.

Siempre tiene que haber un modo de empezar, un primer paso… algo que, como Forrest Gump, está absolutamente sobrevalorado. Como la primera vez que echas un polvo (nunca, nunca, nunca fue para tanto), o el primer beso (a mí se me olvidó quitarme el aparato de los piños y terminé con llagas hasta en la campanilla)…

¿Quién recuerda el primer día de cole, su primera película o el primer libro que leyó? Venga, en serio. No el que conociste a esa niña con coletas con la que compartiste un Bollicao, las aventuras del tío del látigo, o la historia del pequeñajo de pies grandes y peludos que lo dejaba todo para irse a matar un dragón…

Si no se te quedó grabado en la memomria seguramente es porque fue un coñazo, aburrida y un tostón. Pero le damos la vuelta a la tortilla. Y nos engañamos. Sin piedad. Para alimentar la fantasía de que aquella vez, por ser la primera, fue una experiencia de puta madre. Y así, si las que vienen después son igual de mediocres, creer que aunque solo fuera por una vez, y para colmo la primera, nuestra vida no fue la misma mierda que nos toca lidiar día tras día.

Hay que ser gilipollas…

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