Novela

La novela de mi vida: Esther García Llovet

Por Esther García Llovet.

nocturnochileNocturno de Chile, de Roberto Bolaño.

Estoy escribiendo un poema ahora, el primero que escribo; un poema largo, muy largo, tan largo que sé perfectamente por dónde he entrado pero del que no tengo ni idea de por dónde voy a salir. Como en El Corte Inglés. Un poema con escaleras mecánicas. El poema empieza con Roberto Bolaño sentado en la cafetería “Los Padrinos”, tomando un boldo y mirando “Sálvame”. En el año 2000 no existía “Sálvame”. En el año 2000 yo acababa de volver de Santiago de Chile a donde había ido detrás de un chileno que con treinta y tantos años seguía viviendo con su mamá, en casa de su mamá, con fotos suyas (de él) en todas las habitaciones. Estoy en Madrid entonces, en una librería de estas de franquicia donde compro lo de siempre; autores centroeuropeos, polaquitos suicidas, etc. Y veo: “Nocturno de Chile”. Autor: Roberto Bolaño. Esa misma noche lo empiezo y lo acabo. Lo empiezo. Lo acabo. A la mañana siguiente me siento a escribir el primer relato de mi vida. De “Nocturno de Chile” no me acuerdo de nada, yo ya no me acuerdo de nada, sí algo de un cura vestido todo de negro como un ninja. El relato era sobre un pequeño terremoto que viví en Santiago, sobre cómo seguían sonando las alarmas de los coches un buen rato después de que el temblor parase. El relato no se publicó nunca pero yo tampoco he podido parar de escribir. Después de “Nocturno” leí todos y cada uno de los libros de Bolaño,toda su obra. Un día vino a Madrid. No soy nada mitómana porque los escritores casi nunca se parecen a lo que escriben. Los dibujantes de cómics sí se parecen bastante a lo que hacen. Los músicos se parecen mucho a lo que hacen. Los escritores no se parecen nada a lo que hacen. Y los escritores de género autobiográfico, esos nada de nada. Pero fui a verlo igual, a Bolaño. Pensé en llevarle mi primer libro, recién publicado, pero me pareció una gilipollez. En la sala no había casi nadie. Parecía muy solo y bastante aburrido. Hablaba sobre la enfermedad y la literatura y cada vez que decía la palabra “follar” una pareja mayor en segunda fila daba un tumbo en el asiento. La palabra “follar” la dijo una buena docena de veces. Cuando llevaba un rato largo sonó su móvil y contestó. “Hola Lautaro”. Era su hijo. “Sí, sí. Hay mucha gente”, mintió. Mintió como el ángel que era. Y siguió un rato más hasta que acabó. Cuando salí hacía calor, un día triste aunque era primavera. Creo que estábamos en mayo o así. Era el año 2003. En julio ya estaba muerto. Luego fui a México a buscar el rastro de Bolaño. Yo creo que fui a buscar el rastro de Bolaño porque ya estaba muerto. De estar vivo no lo hubiera buscado, eso seguro (más que nada porque no habría sabido de qué hablar con él. ¿De qué hablan los escritores entre sí? Esa es la gran pregunta. ¿Te gusta Lola Flores?). En México no quedaba nada de él, ni en Bucareli ni en La Condesa ni en ninguna parte. Quizás un día, en un patio con plásticos en las ventanas. No sé. En cualquier caso yo buscaba el rastro de Bolaño porque esa es la escritura de Bolaño, que no es negra ni de detectives salvajes ni de adolescentes lumpen, ni de follar a lo bestia. La escritura de Bolaño dice: Busca, busca, busca. Y cuando encuentres lo que buscabas destrúyelo.

 

* Esther García Llovet es escritora. Su último libro publicado es Las crudas (Ediciones del Viento). 

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