Entrevista con una caracol
Por Eva Llergo
Salgo de ver Caracoles con una sonrisa en la boca. Exactamente el mismo tipo de sonrisa que mi acompañante, de 21 meses, lleva en la suya mientras repite: “Ca’aoles, ca’aoles”. Pienso en el poder igualador de ciertas cosas. Y es que Caracoles habla directamente al corazón con una lengua tan inteligible para el corazón de los más pequeños como para el de los no tan pequeños. Pero no se conforma sólo con hablar: estos caracoles de Eugenia Manzanera te hacen cosquillas en los oídos, te cantan a la punta de los dedos, te soplan en la nariz…
Ahora, unas horas después del espectáculo, intento ponerme seria y profesional para escribir y, sinceramente, todavía me cuesta. Lejos de preocuparme me resulta muy reparador. Caracoles es una explosión teatral para todos los sentidos y está construida por una profesional que conoce perfectamente lo que espera un bebé y lo que espera alguien dispuesto a sentirse como un bebé. La experimentación con el lenguaje, la escatología y el humor de las palabras (“cacacol”, “¡ole, caracole!”), la musicalidad de la risa, el tempo lento pero sabio de un caracol… Y todo eso con un uso y dosificación de los elementos y el lenguaje teatral propios de toda una profesional del arte dramático.
Disfrutamos de un caparazón grande de caracol, que es tan pronto asiento como baúl; de unos caracolillos pequeños que parecen caídos del arco iris; y de unos caracoles medianos que forman, sobre el antebrazo de la actriz, la imagen exacta del gasterópodo. Y en este juego de mutaciones y símbolos, no dejen de disfrutar de la baba que se transforma en rayos de sol… Este teatro para bebés nunca deja de sorprendernos con las mil y una posibilidades de su escenografía.
Cuando se quita su traje de caracol y sale a recibirme, Eugenia Manzanera sigue teniendo el mismo aspecto que sobre el escenario: tremendamente vital y con una seguridad incontestable. Comenzamos la entrevista y, a pesar del lógico cansancio, es toda sonrisa y toda hospitalidad.
Tú misma te defines como cuentista, bufona, clown sin nariz, actriz de la commedia… Está claro que eres muy polifacética pero, ¿cómo aterriza Eugenia Manzanera en el teatro para bebés?
Ya había empezado a contar cuentos para público de 2-3 años, cuando se hacían en bibliotecas campañas escolares para la promoción de la lectura, en Fuenlabrada y Arganda… ¡Aquellos maravillosos años! Después, cuando fui madre, tuve contacto con la compañía La casa incierta, de Carlos Laredo. Me contrataron como actriz y ahí me metí más a fondo en el teatro para bebés en dos de sus espectáculos: El circo incierto y Anda. Además, Carlos Laredo es un gran investigador que lleva en el mundo teatral toda la vida y tiene un sentido del teatro muy interesante. Aprendí muchísimo con su imagen de ver y respetar al infante de una manera diferente, visualmente sus espectáculos son una obra de arte.
¿Y después de La casa incierta?
Aprendí mucho con La casa incierta, de hacer muchas actuaciones, de estar día a día con publico de la primera infancia, es fascinante. Yo recibo mucho cuando actúo. Había cosas que recibía en los espectáculos con La casa incierta que pensaba: “esto no conecta conmigo, yo quiero hacer otra cosa que conecte con mi forma de ver las cosas». Y me encantan sus espectáculos, me parecen que son súper arriesgados y entran en una poética que a veces hemos olvidado y que me parece preciosa. Eso sí, es duro para el adulto. Es un teatro terrorista para el adulto, que toca el subconsciente en el bebé… Es para decir: ¡Ole!, ¡¡son arriesgados!! Luego, sentí la necesidad de montar un espectáculo más mío, más en mi línea, que es el humor. Ya en el último espectáculo que monté con Carlos, más mano a mano, Anda, investigamos el humor del niño pequeño y quería seguir investigando y… surgió Caracoles.
Y, ¿cómo fue el proceso de construcción de Caracoles?
Surgió por el asunto del tiempo, por cómo cambia el tiempo cuando tienes un niño, empezando porque tienes que calcular salir media hora antes de la hora real de salida… jejeje… Por el agobio que yo ejercía sobre mi bebé, mis prisas… Me di cuenta de que hay que respetar, que cada uno tiene su tempo… Y de ahí surgió Caracoles.
¿Y la parte textual?
El proceso de composición del texto fue largo. Parece que se dice poco, pero todo está muy pensado. Mercedes Martín Luengo, coautora del texto, y yo descubrimos que “Caracol, caracol, saca los cuernos al sol…” en realidad se refiere al niño cuando saca la consciencia al mundo exterior. En realidad la letra podría decir “Caracol, caracol, abre los ojos para ver el mundo, que tu padre y tu madre ya los han abierto”. Es esa fase de salir de la conchita, de salir de la tripita de mamá, y de repente… ¡saca los cuernos al sol! Pero al sol, no a la oscuridad, a lo bueno de esta vida. Y parecía una cosa tan tonta… Una canción que sabemos todos, que cantamos todos, que está en nuestro ser… Además, ¡¡¡el caracol para los niños es mágico¡¡¡¡
Y volviendo a tu colaboración con La casa Incierta… Ellos trabajan mucho con lo simbólico, con el subconsciente, incluso con aquello que puede a los adultos causarnos terror, como la muerte, la soledad o el momento del nacimiento… Tu forma de acercarte a los bebés es más directa, apelando a su realidad mediante el humor: lo cotidiano, la experimentación con el lenguaje, lo escatológico que causa risa… ¿Crees que ambos lenguajes provocan lo mismo al público? ¿Apuntan a identidades distintas del bebé?
Yo creo que va en la identidad del creador: si tú como creador quieres contar eso, lo cuentas. Es lo que te sale, tienes que respetar lo que quieres contar. A mí me cuesta hablar de cosas como la muerte o la soledad, aunque siempre estamos hablando de ello, pues forman parte de nuestra existencia… Pero no era de lo que quería hablar explícitamente. Cada uno es un mundo, los bebés son personas y cada persona es diferente. Habrá algunos que les guste más ese punto que tú dices que trata La casa incierta, porque serán más como los creadores del espectáculo, y otros no. Por ejemplo, de Caracoles, hubo una crítica de una chica que dijo que no contaba nada. Bueno, yo creo que contamos muchas cosas de otra manera, no con un sentido de acción nudo y desenlace, pero ella no lo vio así… Creo que siempre hay que respetar lo que quieres contar, tu intuición. Habrá gente con la que conectes más que con otras, pero para gustos se hicieron los colores. Y a mí me gustan muchos colores a la vez.
Además de teatro para bebés practicas los cuentos para bebés, ¿son géneros muy distintos? ¿Comparten códigos? ¿Reacciona el público de manera diferente?
Pues lo esencial es que al estar trabajado como narradora, contadora, la cuarta pared no existe y, como bufona que soy, la cuarta pared nunca la he vivido. Y esa unión con el público siempre la tengo. No soy muy precisa en separar y poner etiquetas: “esto es teatro, esto es narración…” Es mi manera de hacer… Comparten mis códigos y el público reacciona dependiendo del día, la hora y el espacio, más que si es teatro o narración. Lo bueno es que en los espacios teatrales hay una magia que muchas veces es difícil encontrar en espacios donde te ponen a contar cuentos.
Este tipo de público, los bebés, mantienen una reacción continua hacia lo que les estás contando, ¿cómo incorporas al espectáculo esas reacciones? Y, al público adulto que lo acompaña, ¿los tienes también en cuenta en el proceso de elaboración del espectáculo?
Yo intento siempre escuchar al público, no sólo lo que dicen con palabras sino lo que me llega empáticamente. Lo incorporo porque para mí estamos todos en el mismo barco y compartimos un momento irrepetible. Mis espectáculos nunca está cerrados, a mí me encanta improvisar con lo que sucede. Es una de mis características. Y, por supuesto, cuando el público es adulto forma parte del equipo. Yo hago guiños a los adultos porque yo también soy adulta y me salen… Ellos también son público, ¿no? Intento que todos estén cómodos y se sientan escuchados. Además, si un padre está atento y entregado a lo que está viendo, cautivado, así estará también su pequeño. Ellos reciben nuestras vibraciones, las buenas y las malas… Mejor que sean buenas, ¿no?
El teatro para bebés es algo relativamente reciente en el panorama teatral español, ¿crees que ya es un género consolidado o todavía está en fase de experimentación?
Bueno, el teatro siempre es experimentación. Hay muchos teatros que se han consolidado y son un aburrimiento. Lo que sucede es que el teatro para bebés es un teatro minoritario por el simple hecho de que no puedes llenar la sala, tiene que haber menos gente porque es necesario que estén más cerca, sino, no llegas. Eso es lo malo, como estamos en época de crisis, los circuitos que se habían hecho, en la Fernán Gómez o en La Coruña, quizá el año que viene no salgan, pero a lo mejor sí. ¿La contrapartida? Se llenan las salas y, como es más corto, haces dos pases y al final tienes tanto público como en una de adultos. Hay mucha gente que apuesta por ello. La sala Triángulo lleva tres años programando para bebés y cada vez hay más gente. Porque la gente quiere ver otras cosas también. Consolidado estará cuando haya muchos circuitos y no sea raro escuchar “teatro para bebés”. Aún hay gente que dice que los bebés no se enteran de nada… ¡¡¡Qué horror!!!
¿Un deseo para el futuro del teatro para bebés español? Supongo que como nos has dicho que está en peligro…
Bueno, en peligro siempre está todo. Siempre está la lírica y la poética. ¿Un deseo? Que la gente vaya a ver teatro para bebés. ¿Sabes lo malo de hacer teatro para bebés y para niños? Que el público siempre se recicla, es decir que es cambiante. Por ello es difícil consolidarlo con el público, tiene que ser apoyado por las personas que programan.
¿Te refieres a que los espectadores van creciendo y enseguida dejan de ser público para este tipo de teatro?
Exacto. Te duran unos años y luego tienes que volver a empezar. Otra vez a decirle al público que no cuenten al bebé lo que está viendo porque el bebé está viendo lo que él quiere ver. Otra vez que no hagas moralejas porque cada cual se saca la moraleja que necesita. Y otra vez, y otra vez… Y tampoco te pongas demasiado pedagógico ni exquisito, porque sino eres vomitivo. Yo no veo a la gente como un gran masa a la que hay que venderle algo, sino que tienen que disfrutar con el hecho teatral.
Y, para terminar, ¿qué le dirías a la gente que piensa que el teatro no puede ser algo para bebés?
Como he dicho antes, mucha gente cree todavía que el bebé no se entera. Pero yo pienso que, para un niño, estar ante la sombra de un ciprés es igual de emocionante que asistir al teatro. Son sensaciones, y ellos están para descubrir el mundo. A veces la gente se agobia: “Hay que ser pedagógico, hay que llevarles al teatro para que aprendan”. Lo bueno del teatro es que es de tú a tú, de corazón a corazón y allí el bebé se entera de todo. Como se entera de todo si la mamá está triste o alegre. De 34 + 32, quizá no; pero, de lo sustancial, sí. Como dice el Principito: de “lo que es invisible a los ojos” todos nos enteramos desde que sacamos la cabeza de nuestra casita que fue la madre…
Como un caracol, claro…
Caracoles
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