Latinoamérica

Los dos libros

Por Agustín Montenegro.

 

hiroshima (2)

No es fácil reseñar Hiroshima. Es una obra cuidada, trabajada. Puedo aplicar cualquier cantidad de adjetivos facilistas a la experiencia de lectura que representa: es llevadera, es graciosa, es creativa, es original. Pero la adjetivación extrema no hace justicia a las obras, mucho menos a obras certeras, sin fisuras que renieguen del oficio del escritor, de la escritura, de la búsqueda de la literatura.

 

II

Creo que, para hacerle justicia, lo mejor sería empezar hablando de dos novelas en una misma obra.

La primera es la que absorbe todos aquellos adjetivos posibles, y todo ese placer, el placer primario de la lectura, de esa originalidad pausada, tranquila, que tiene la novela de Terranova : su historia (un intento de sinopsis: después de un ataque espontáneo de militares británicos a un restaurante argentino en el exterior, se desata una escalada de violencia contra bares irlandeses y pubs del bajo, en estricta relación directa con el grupo de amigos del protagonista, Micky) podría ser un argumento perfecto para el realismo delirante tan practicado por los nuevos narradores argentinos. Sin embargo, no lo es. Esto lo aparta de dos constantes de la narrativa contemporánea: de ese realismo delirante como la opción posible que habilita el desmadre y/o puesta en abismo no programática de cualquier categoría y variable más o menos estable o inestable de la literatura –dependiendo siempre de la pericia del narrador, y de la voluntad político-estética de los autores-, y del vértigo desmenuzado que presentan muchas de estas obras, el vértigo de la mera concatenación de hechos apilados. Hiroshima cree lo que cuenta, lo hace profundo, aunque tenga un ángulo desopilante. Que una novela se tome en serio, y que tome en serio su dimensión ridícula, grotesca, implica que su discurso es más que un gesto. Es una acción estética.

 

III 

Ahí, partiendo de la acción estética, de la intención de construir una escritura más que un libro, un objeto estético más que uno material, aparece la dimensión doble de Hiroshima. Si la primera novela es esa que descansa en la superficie, que está ahí, frente a nuestros ojos, la segunda novela, como aquella violencia en los pubs, crece por dentro, cada vez más perceptible.

Son las mismas palabras, es la misma historia, con los mismos personajes: La Rosa emprende una cruzada nacionalista contra los pubs del Bajo, atestados de turistas. Micky, el tatuador, intenta mantenerse al margen, desde la racionalidad pausada del narrador. Pero esta vez la narración despliega algo más que las anécdotas e historias de los personajes: la otra parte de la historia de la violencia, una construcción sobre el saber. Sobre el saber total de los personajes y del narrador se edifica la forma de la novela. El saber funciona como un presupuesto omnipresente.

Esta preeminencia del saber del narrador al margen, y de algunos de los personajes, devora por completo las relaciones. Los lazos sociales de la primera novela, o lectura, se disuelven, cubiertos por interacciones entre gente que la tiene clara: la genial estructura de anécdotas precisa de sujetos que sepan, que ejerzan el saber. Pero no es el saber de la experiencia ni el de la vivencia: no es el saber del Hemingway ni el saber del contador que dice “yo he vivido”. Es una construcción que cruza áreas disímiles y distanciadas, que necesita de eslabones que el mismo mundo de la novela fuerza para su ingreso.

Detrás de los personajes, salvo excepciones, hay un intelectual que ejerce el saber, que hace juicios ilustrados sobre el mundo, cuyas acciones y palabras razonadas –racionales- hablan siempre desde una misma voz.

 

IV

Creo que las obras que provocan interrogantes son muy beneficiosas dado el contexto de nuestra literatura. Niegan, volviendo al principio, la adjetivación rápida, permiten entrelazar al lector con la obra. La novela de Terranova provoca muchas preguntas, pero sobre todo, una, muy importante: ¿es posible una escritura, una estética consciente de su propio discurso – ¿una literatura?- sin un discurso intelectual que devore relaciones materiales? O quizás: ¿es posible narrar, hoy, en Argentina, una trama de relaciones, o nos hallamos en una instancia de discursos aislantes, individuales, caóticos, como emergencias que mucho más o mucho menos estéticas, perpetúen la producción sin hacer una marca?

Hiroshima no sólo provoca, implica, y precisa estos interrogantes para ser pensada, sino que depende de la problematización de esa figura omnipresente, la del saber total (y no sólo esa, sino también la de la seguridad de poseer el saber) para entender su dimensión, su profundidad, y sobre todo, sus presupuestos.

 

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Ficha

Hiroshima

Juan Terranova

eduvim-Editorial de la Universidad de Villa María

110 páginas

 

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