Francia entregará a Quino la medalla de las Artes y las Letras
“Nunca me consideré otra cosa que un obrero del dibujo”, afirma el dibujante argentino Quino, abrumado por el hecho de que casi 50 años después de haber creado a Mafalda su mensaje siga presente en un mundo que según él “atraviesa un oscurantismo muy peligroso”.
Aunque el autor dejó de dibujar en 1973 a esa niña de abundante pelo oscuro, inteligente e irónica, le sigue sorprendiendo que las críticas que lanzaba puedan aplicarse a la situación actual. “Creía que la humanidad iba a encontrar otras vías para canalizar su manera de vivir, pero seguimos cometiendo los mismos errores”, indica en una entrevista con Efe en París, donde el Forum des Images se ha servido de uno de sus dibujos para que estudiantes de animación creen un corto que será proyectado mañana domingo.
Quino admite que el reconocimiento es “muy gratificante”, pero deja claro que jamás pretendió llegar a miles de personas y que aunque la gente le agradece cómo les abrió “la cabeza y el pensamiento”, él nunca fue muy consciente del alcance de su labor. “Yo hacía mi trabajo y nada más”, señala el dibujante, que se leía cada mañana “tres o cuatro periódicos” para inspirarse y que apunta como único mérito el tener “una especie de antenita” para saber captar el ambiente. Y no sin cierto pesar, indica que el mundo que reflejó a través de los pensamientos de Mafalda, Manolito, Felipe, Libertad y sus otros personajes y viñetas está igual o peor que entonces. “Me asustan mucho todos los recortes que hacen con la cultura, la ciencia, la investigación, las artes. En este momento el mundo atraviesa un oscurantismo muy peligroso”, apunta el dibujante, que se cuestiona incluso si llegados a este punto el humor puede servir como válvula de escape.
El humor, en su opinión, “sería más necesario que nunca, solo que ves los dibujos de El Roto, persona a la que quiero y admiro muchísimo, y se te caen los brazos porque (…) la situación no está graciosa en absoluto”. Y aunque dice no entender de cifras ni de mercados, esos sitios “donde antes uno iba a comprar la fruta, los pollos, la carne, y que hoy rigen la economía de los países y no se sabe qué son”, sí tiene claro que la opulencia vivida hasta hace años, sobre todo en países como en España, era insostenible. “Se veía venir. Una economía basada en el ladrillo, en la que todo eran bancos y constructoras, no puede funcionar mucho tiempo”, indica el dibujante, hijo de una pareja de inmigrantes españoles republicanos. No se siente ahora más positivo que cuando estaba en activo, pero hace tiempo ya que dejó atrás la confianza en que todo podía mejorar. “Mi periodo de mayor optimismo fue en los años sesenta, con los Beatles, el Che Guevara, cuando parecía que el mundo iba a cambiar para bien, o, al menos, para mejor”, señala cuatro meses después de haber cumplido ochenta años. Unos años en los que “aunque los lleves más o menos bien, y yo no los llevo muy bien, uno sabe que tiene muy poco tiempo de vida” y que “el taxi está esperando en la puerta”. Si no sigue publicando, no obstante, no es tanto por la edad, sino por no haber encontrado nuevas fuentes que le inspiren lo suficiente desde que en 2009 anunció una “ausencia temporal”. “No he colgado la pluma definitivamente. Sentía que me estaba repitiendo temáticamente y que mi dibujo era antiguo y no era capaz de hacerlo más actual. Me retiré un tiempo para ver si ese retiro me daba otra cosa, pero hasta ahora no me ha llegado”, confiesa el autor.
Quino pasa la mitad del año en Europa y la otra mitad en su Argentina natal, y asegura que sigue buscando la motivación en la música, “el buen cine, no el de autos que explotan”, y la lectura, un placer que “había dejado bastante” y ha recobrado. Y a la espera de encontrar también “una tranquilidad que cuesta mucho”, señala que disfruta igualmente con actos como el que se le ha organizado en París, porque le saca del aislamiento de un trabajo, el de “los humoristas”, que a su juicio siempre ha sido y es “muy solitario”. EFE