Aquí y ahora
Por Care Santos.
Aquí y ahora. Paul Auster / J. M. Coetzee. Anagrama & Mondadori. 265 páginas. 18 €.
Me pregunto por qué razón comenzaron a cartearse Paul Auster y J. M. Coetzee. Parece que ambos escritores se conocieron en un festival literario en Adelaida y a partir de este momento comenzaron a cartearse. Cartas escritas a mano —en el caso de Coetzee— o mecanografiadas —de Auster—, que cruzan el mundo a través de las tripas electrónicas de un fax. Raramente recurren al correo electrónico si no es para solventar una urgencia, y casi siempre con la mediación de Siri Husvendt, esposa de Auster. Son dos animales antediluvianos tratando sus asuntos. Asuntos por otra parte, de enorme interés.
Me preguntaba por qué comenzaron a escribirse porque al principio de esta correspondencia me parece advertir una cierta falta de naturalidad, como si hubiera que buscar temas comunes a toda costa, incluso recurriendo a los tópicos. Lo hace Coetzee cuando en la primera misiva se pregunta por la naturaleza de la amistad entre hombres y sentencia: «Los amigos (…) no hablan de lo que sienten entre ellos». Una frase, por cierto, que el propio libro se encargará de desmentir.
A lo largo de cuatro años, de un modo muy intermitente, Auster y Coetzee hablan de múltiples temas. En la primera parte abundan las reflexiones sobre la naturaleza del deporte. El deporte como espectáculo, como experiencia de espectadores. Asoman constantemente otros temas, pero siempre quedan cosas por decir de los anteriores, y así las cartas se vertebran como un largo diálogo inacabado. La situación financiera hace tímidamente su aparición, pero es al hablar de Israel cuando ambos entran en harina política, y dejan claro su posicionamiento, que es, precisamente, la ausencia de posicionamiento. A lo largo del epistolario, lo político será también una presencia constante, aunque desapasionada, que se zanja con la opinión de Auster de que tal vez su papel en el mundo sea el de viejos gruñones a quienes los jóvenes ignoran por pesados.
Es, desde luego, la correspondencia de dos viajeros. Coetzee no para de ir y volver de Europa a la Australia donde vive. Ambos amigos coinciden varias veces, disfrutan de unos días de solaz y luego los rememoran en sus siguientes cartas. Comparten preocupaciones, a veces curiosas, como cuando Coetzee se muestra consternado porque le ha escrito una lectora acusándole de antisemita porque un personaje de una de sus novelas lo es. Resulta chocante, casi tierno, que todo un premio Nobel dedique tanta retórica y tantos desvelos a pensar qué hace con esa carta, si la contesta o no, si la toma en serio o la desecha. Es la constatación pura de la fragilidad del creador. Coetzee lo resume muy bien más adelante cuando dice que «escribir es una cuestión de dar y dar sin parar, sin respiro».
También hay intercambio intelectual, las clásicas recomendaciones que dos amigos interesados en la cultura se harían el uno al otro —Coetzee descubre a William Wylder, Auster lo salva sólo a medias…; ambos admiran a Kleist y siguen a Roth…—, disquisiciones lingüísticas, algún que otro breve apunte personal —pocos, poquísimos—, pero lo más interesante, sin duda, son sus reflexiones sobre la escritura. Es maravilloso leer lo que tienen que decir sobre casi todo lo que atañe al oficio de escribir: la imaginación, el origen de las ideas, la validez de las mismas, el método de trabajo o el final de todo, el terrible momento en que el autor debe reconocer que ya no es el de siempre, y claudicar. Auster le pregunta a Coetzee qué imagina cuando lee y la respuesta del amigo da pie a una estupenda reflexión sobre el papel de la narrativa. Auster habla de su última novela, Coetzee se interesa. Eso les lleva a tratar de sus propios libros, de lo que pretenden hacer en ellos. Hay alguna teoría sorprendente, excéntrica, sobre todo de Coetzee, quien defiende que en sus novelas ningún personaje utilice artilugios electrónicos porque eso desvirtúa la naturaleza de la novela misma. Ni siquiera el teléfono despierta sus simpatías: «El diálogo, en el sentido pleno del término, simplemente, no es posible por teléfono», espeta. En suma, es una correspondencia construida sobre el noble propósito de compartir opiniones acerca de casi todo. Y a ese proceso apasionante hemos sido invitados los lectores, por fortuna, y lo vivimos de principio a fin como la fiesta intelectual que es.